La Vanguardia

Los marqueses del barrio

- Joaquín Luna

Tenemos en el barrio un pobre muy digno, cincuentón, alto como un Sant Pau, y atildado que ha formado, con los años y mucha constancia, una red de crowdfundi­ng, clientes a quienes antes vendía La Farola y hoy apela a la vecindad, las ganas de comer bocadillos de jamón y el deber cívico.

–¿Tienes cinco euros para un bocadillo? No he desayunado... –Te doy tres. –Bueno. Vale. Tendré que pedir uno de tortilla, es el bocadillo más barato.

Así discurrió nuestro penúltimo encuentro, el pasado miércoles. Los sábados se apuesta frente al mercado y ya no necesita decir nada. Tiene algo de niño grande y es poco dado a dar las gracias, actitud que le honra porque si los ricos no agradecen nada a los pobres tampoco veo porqué razón un vecino pobre está obligado a repartir reverencia­s por tres míseros euros.

Y lo que más me enorgullec­e es que vive libre de complejos. Almuerza a menudo en un bar del barrio, regentado por un matrimonio chino, donde se toma sus quintos, alguna tapa –juraría que le gustan los boquerones en vinagre–, el menú y fuma pitillos en la terraza viendo pasar a la clientela. Un pobre, en suma, que vive como un marqués del Guinardó.

Yo no digo que ser pobre sea fantástico ni gracioso pero tampoco lo es tener fortuna y pasarse el día reunido. Hablo, precisemos, de los pobres de barrio, pobres de proximidad, algo vocacional­es, que avivan las calles y a los que la gente no debería humillar con eso tan mezquino de: –¡Ahora no te lo gastes en el bar! A mi me gusta patrocinar la libertad de estos personajes de barrio, de pueblo o de estaciones de ferrocarri­l y lo último que se me ocurriría es decirles en qué tienen que gastar lo que por voluntad de otros es muy suyo. ¿Acaso aconsejamo­s a Florentino Pérez que no malgaste sus indemnizac­iones en futbolista­s o yates de recreo?

Cerca de la redacción, en Diagonal junto a Francesc Macià, hay algunos pobres de proximidad pero son fijos discontinu­os. Se nota que es un barrio de posibles, donde incluso los pobres tienen otro estilo. Son más de tabaco o divagar. Hoy, cuando un desconocid­o te pide un cigarrillo por la calle, te da una alegría solidaria.

Los pobres de Francesc Macià poseen un punto de actor de teatro aficionado y algunos dan la impresión de ejercer más por demencia que por necesidad. Hay una señora que cuando pasa por el Central de Calvet, santuario cafetero, pide en las mesas de la terraza de forma tan educada que sería grosero darle limosna porque entonces dejaría de pasear y se iría a casa con la sensación de haber alcanzado la condición de pobre y perdería el afán de parecerlo.

Si la señora te ve acompañado de una mujer –la que sea– la ensalza y aconseja que te cases con ella. Yo esto se lo perdono aunque no sé si lo dice por venganza o por buen corazón.

Me cae muy bien el pobre del barrio: no agradece nada y a la que puede se zampa bocadillos de jamón

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