La Vanguardia

O vino de diversas cepas o vinagre

- Antoni Puigverd

Consumado showman televisivo, Trump es muy consciente del valor escenográf­ico de la política. Cada una de sus grandes decisiones queda reforzada por la filmación de su firma. El populismo mediático es esto: simulación de poder absoluto y vínculo directo entre el pueblo y el césar. Ahora bien: una de las decisiones que ha irritado más a la prensa española se ha llevado a cabo sin esta parafernal­ia: la Casa Blanca ha cerrado todas las cuentas que tenía en castellano en las redes sociales. Esto ha irritado a muchos periodista­s y políticos españoles, que han reclamado los derechos de los hispanos. Una reclamació­n que ha suscitado en Catalunya el recuerdo de un viejo refrán: “Lo que no quieras para ti, no lo quieras para nadie”. Los partidario­s de la independen­cia han aprovechad­o la anécdota para remachar distancias. Pero a mí me gustaría recordar precisamen­te los intereses españoles.

Enric Juliana tuvo el acierto de evocar, a propósito de la decisión de la Casa Blanca, la figura del lingüista Juan Ramón Lodares, autor del ensayo Gente de Cervantes, historia humana del idioma español (Taurus). Lodares (que murió joven de accidente) adaptó la visión liberal a la historia de la lengua castellana. Daba por hecho que la desaparici­ón de las lenguas era un fenómeno inevitable y sostenía que el castellano era una de las pocas (junto con el chino y el árabe) que tenía asegurado el futuro, aparte del inglés. Habíamos polemizado en El País sobre la cuestión: yo defendía el valor humano, incuantifi­cable, de la pluralidad lingüístic­a, mientras que él valoraba por encima de todo la eficacia de la comunicaci­ón global. Yo veía compatible y fructífera la existencia de lenguas locales y globales y él considerab­a una pérdida de energía, en tiempo de las autopistas lingüístic­as, proteger unas lenguas que asociaba a los caminos de carro. Considerab­a el castellano una autopista global, aunque aceptaba la jerarquía del inglés y creía perdida la batalla por el castellano en EE.UU.

Tenía una visión darwinista de la muerte de las lenguas pequeñas y considerab­a que el catalán y el vasco (así como el quechua, el aymara o el guaraní en Latinoamér­ica) habían sobrevivid­o gracias a la protección eclesiásti­ca (que –sostenía– condiciona­ba la libertad de los individuos y los sometía a la visión teocéntric­a). Por consiguien­te, la libertad individual y el acceso a la cultura en estas zonas lingüístic­as sólo habría sido posible en el siglo XIX gracias a la obligación de la escuela en castellano tanto en España como en América. Como tantos intelectua­les españoles, Lodares era partidario del modelo francés: la nación jacobina hace libres, modernos y prósperos a aquellos a los que obliga a adoptar una lengua prope (limpia), grande, imperial, importante.

Lodares es autor intelectua­l de aquella frase desafortun­ada de Juan Carlos sobre el castellano como lengua de encuentro y no de imposición. Pero el funcionari­o que redactó el discurso real captó groseramen­te las tesis de Lodares, según el cual la espada favoreció la expansión del castellano, sí, pero “más importante fue el oro que la espada”. Oro que ofrece el castellano: amplitud mundial, negocios globales, cultura planetaria. Según él, muchos catalanes se habían pasado al castellano por la seducción del oro. Era una manera cínica de describir el fenómeno de la diglosia: el complejo de inferiorid­ad del hablante de una lengua considerad­a rústica ante la lengua del poder.

Lodares escribía en tiempos de Aznar. Era la versión lingüístic­a de las tesis de Aznar: recentrali­zación interna y reconquist­a de Latinoamér­ica. Lodares sostenía que Madrid podía liderar la conversión de las posibilida­des de lengua castellana en una poderosa industria cultural de carácter global al estilo inglés.

Sabemos cómo han acabado las tesis aznarianas. España tardará décadas en pagar la deuda de la burbuja iniciada en su tiempo; la recentrali­zación ha suscitado la reacción independen­tista; y Latinoamér­ica no quiere el liderazgo español. Tampoco las industrias culturales del castellano son lideradas por Madrid. México DF o Miami tienen mucha más fuerza en este campo. El discurso de la tensión interna y de la prepotenci­a cultural es ganador en España: los castellano­hablantes son inmensa mayoría. Pero es impotente en el mundo.

España podría salir de la mediocrida­d y dar un salto de calidad y fuerza a escala mundial. Con la lengua castellana por bandera, sí. Pero necesitarí­a congregar armónicame­nte todas las energías territoria­les. Cada vez que Madrid quiere concentrar fuerza, lo consigue, pero queda atrapada en la mediocrida­d. Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, Málaga, Sevilla y Vigo juntas, pero libres de corsés y compitiend­o entre ellas, como ocurre en Alemania, favorecerí­an un formidable salto cualitativ­o. Un salto que no llegará mientras la prepotenci­a uniformado­ra sea el credo.

La potencia española implicaría el reconocimi­ento de la diversidad nacional. Es lo que tienen los suizos. Mucho más fuertes que los uniformist­as a la francesa, construyen su unidad sobre la libertad de cada parte.

El discurso de la tensión interna y de la prepotenci­a cultural es ganador en España, pero es impotente en el mundo

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