Un Barça fantasma
Luis Suárez salva un punto en un día horrible del equipo azulgrana y del árbitro, que no concedió un gol clarísimo
Por cosas como esa Luis Enrique y la junta directiva del Barcelona militan en el sector de los defensores de las ayudas tecnológicas para las actuaciones arbitrales. El gol claro, irrefutable, que Hernández Hernández decidió no conceder representa para el Barcelona la pérdida de dos puntos que pueden resultar decisivos en el campeonato. ¿Mereció ganar el equipo blaugrana? De ninguna manera. Escenificó un partido nefasto en todos los sentidos, caótico, casi vergonzoso, en cualquier caso impropio de un perseguidor del liderato. Pero lo que el fútbol no quiso sustraerle, un triunfo a todas luces inmerecido, se lo quitó el árbitro con una escandalosa inhibición. La vergüenza es doble: el juego del Barça y el gol fantasma. Todas las buenas sensaciones provocadas por cinco victorias consecutivas quedaron sepultadas en el césped del Villamarín.
Luis Enrique expresó euforia con la alineación. Forzado por las lesiones, el entrenador no tenía otra opción que reformar profundamente el centro del campo, pero no había necesidad aparente, al margen de la carga de partidos y el duro compromiso del miércoles en el Vicente Calderón, de practicar una revolución en la defensa, donde Mathieu acompañó a Piqué en el eje y los laterales quedaron en posesión de los suplentes, Aleix Vidal y Digne.
El equipo entró correctamente en el partido, concentrado frente a un Betis más activo de lo esperado, intenso y con una clave táctica que iba a significar un calvario para el Barcelona: la presión hombre a hombre en las transiciones desde Ter Stegen. Durante los primeros diez minutos el conjunto blaugrana intentó, y consiguió, enfriar los ánimos locales a través de la posesión. Inexplicablemente, la estructura cayó como un castillo de naipes en coincidencia con una pérdida de Denis en la transición que originó un peligroso ataque bético.
A partir de esta jugada las pérdidas, constantes, masacraron al Barcelona. Puedes tener un error en el control, tomar una mala decisión en la entrega… Los futbolistas son humanos. Pero cuando la hemorragia es constante, el problema es sistémico. Y grave. Por eso Luis Enrique merodeaba por el área técnica convertido en un amasijo de nervios mientras la anarquía iba apoderándose del equipo en la misma proporción que crecía la confianza del Betis. Messi, entre líneas, no conseguía entrar en juego, Suárez quedó aislado, hambriento hasta el punto de que intentó un gol desde el centro del campo y luego se discutió con el entrenador bético cuando retuvo el balón para frenar un contragolpe. Neymar no se encontró ni consigo mismo, y desperdició la única ocasión del primer acto al rematar de for-
ma imprecisa, solo ante Adán.
A esas alturas, poco después de la media hora, el Benito Villamarín ya creía ciegamente en su equipo y entonaba el himno. Aunque las aproximaciones locales no eran muy claras, resultaban abundantes. Para el Barça la situación era trágica, irreversible en aquellas circunstancias, pero Luis Enrique decidió no intervenir en el descanso y el segundo acto comenzó con un escenario idéntico. El estadio ya cantaba pasodobles y el técnico blaugrana acumuló todos los argumentos del mundo para promover cambios drásticos. Primero introdujo a André Gomes como pivote, Rakitic, un hombre en crisis, pasó al interior y Denis fue al banquillo. Poco después Arda y Digne dejaban el puesto a Sergi Roberto y Alba y Luis Entrique transformaba la disposición táctica. El Barça pasó a un 4-2-3-1, con un doble pivote (Rakitic, Gomes), Messi como mediapunta y Aleix en el extremo derecho.
Mientras el Barça intentaba asimilar el nuevo sistema, el Betis lo devoró. Ceballos estrelló en el larguero un colosal disparo de larga distancia y tres minutos después Rubén Castro remató al palo. La jugada terminó en un córner que Ter Stegen rechazó demasiado corto y Álex Alegría remachó para obtener un premio que el Betis había merecido. La reacción inmediata del Barcelona, capitalizada por Messi, fue colérica. El argentino condujo un ataque que culminó con un centro de Aleix que un defensor intentó repeler pero se introdujo la pelota en su portería. Penetró al menos dos palmos el esférico en el marco de Adán antes de que Mandi lo despejara y Hernández Hernández se llevó el silbato a la boca para decretar el gol, pero el señor Teodoro Sobrino, el asistente encargado de la acción, no se dio por aludido. Pocas veces un gol fantasma ha sido menos fantasma, pero no subió al marcador. Acto seguido otro centro de Aleix –el Barça había abierto una vía de penetración por la derecha– provocó una acción similar, con un defensa rechazando desde la línea de gol una pelota que entraba. El partido estaba completamente enajenado. Del posible empate el Betis pasó, con un Barça totalmente expuesto, a disponer de la sentencia, pero Ter Stegen estuvo brillante en un pulso con Rubén Castro, solo, en carrera y con todo el tiempo del mundo para planificar la definición.
Con menos de diez minutos de juego pendientes, el Betis optó por encerrarse a cal y canto con seis defensas. Así se acercó al objetivo, pero en el minuto 90 Suárez transformó en gol un pase interior de Messi. Fue entonces, con un empate después de un partido nefasto, cuando el gol fantasma, precedido de un nítido penalti de Mandi a Neymar, adquirió el valor de un gol de oro.
Con una defensa inédita y una media condicionada por las lesiones, el equipo rindió de manera nefasta Luis Enrique trató la hemorragia imponiendo un sistema 4-2-3-1 en la segunda parte El Barça sepulta en el Villamarín todas las buenas sensaciones originadas en cinco triunfos consecutivos