Doble bochorno
Confundido por una racha de cinco victorias más numérica que de evolución futbolística real, el seguidor barcelonista, ingenuamente, se dispuso a tomarse la matinal del domingo con esa apatía a la que tanto predispone la apacible hora del vermut, con sus olivas y sus berberechos; incluso se concedió estar un poco pendiente de Australia para ver qué hacían dos tenistas irrepetibles como Nadal y Federer. Pero el equipo, sorpresivamente, le amargó el momento con una porquería de partido, impropio de un vestuario que (dice) quiere la Liga. Del desastre se salvaron un poco Neymar, que falló un gol pero estuvo revoltoso, el portero Ter Stegen y Piqué, único culé reconocible. Del resto, nada salvable. El mismo Barça que hacía bandera del pragmatismo para esconder su poca capacidad de entretener, cayó en una insoportable
Del escalón del pragmatismo el Barça descendió en Sevilla al de la vulgaridad
vulgaridad en Sevilla.
Empezaron los de Luis Enrique encadenando errores no forzados, expresión adoptada del tenis por cierto, y de ahí pasaron a una desidia incomprensible, muy difícil de justificar y para la que no hay excusas sólidas ni en el horario, ni en las rotaciones, ni en las bajas de Busquets e Iniesta, ni en el calendario, ni en la súbita presión adelantada del Betis.
De la estupefacción pasó el culé a lanzar el plato de las olivas en dirección a Melbourne debido al primer gol del Barça, ilegalizado sin motivo. La indignación fue doble: primero porque el balón entró medio metro y vino precedido de un penalti con ahogamiento a Neymar y segundo porque la jugada fue el resultado de una transformación meteórica del equipo, evidenciando que durante los 75 minutos anteriores hubo descarada indolencia .
Un añadido sobre el tema arbitral. Más allá de la obligada demanda de tecnología, hay decisiones que nunca resolverán las máquinas: por ejemplo que un colegiado conceda 3 minutos de añadido, detenga el partido un rato por un balonazo y pite el final, justo, en el 93.