La Vanguardia

Federer se impone a Nadal en Australia tras cinco sets

Federer derrota a Nadal y se adjudica su primer gran título desde el 2012

- SERGIO HEREDIA Barcelona

“Sólo puede ganar uno”, decía el presidente de la firma coreana de coches, patrocinad­ora principal del Open de Australia.

Y Roger Federer (35 años) y Rafael Nadal (30), diez metros más atrás, se miraban de reojo.

El alto ejecutivo llevaba cierta razón. Sólo podía ganar uno.

Y aquí se encierra una paradoja: la gente de Melbourne Park prefería que ganaran los dos, Federer y Nadal.

Eso mismo pensaba, incluso, el propio Federer: en su turno de palabra se colocó de perfil, volviendo la vista hacia Nadal, como pidiéndole disculpas:

–Me siento feliz por haber ganado aquí. Pero también sería feliz si hubiera ganado Nadal –dijo.

Era una convención diplomátic­a, es evidente. Aunque ilustraba las circunstan­cias del encuentro. Federer y Nadal son excesivos, el uno para el otro. Llegados a ese punto, solo les queda una opción: tienen que llevarse bien. Aplaudirse entre sí.

El último juego del partido nos cuenta todo esto, que Federer y Nadal son excesivos, el uno para el otro. Federer había roto el servicio de Nadal. Y ahora servía para ganar el encuentro. Normalment­e, a estas alturas del choque, Federer acostumbra a liquidar ese juego de un tirón. Marca un par de aces, un saque-volea, y se pone 40-0 de sopetón. Un acto de canibalism­o. ¿Qué hizo ayer? Titubeó en los dos primeros puntos, con el brazo encogido. Sintió que le fallaba el primer servicio y vio cómo el juego se le ponía 0-30. Y luego 15-40. Luego sí. Con el agua al cuello, el suizo se entonó: tuvo que sacar lo mejor. Firmó un ace. Y otro ace, este para matchpoint. Y en el último punto, un saque-volea. Aunque no pudo relajarse, ni siquiera en este último intercambi­o. Su bola fue justa, pegada a la línea. Y Nadal pidió el ojo de halcón.

Suspense en la sala. 15.000 espectador­es mudos en la Rod Laver Arena. Otros miles, boquiabier­tos en las calles de Melbourne, ante las pantallas del downtown. Y millones, ante las television­es. Un Federer-Nadal, ¿cómo perdérselo?

La cámara demostró que la pelota tocó la línea. Federer se echó a llorar. Este padre de familia, con cuatro críos bajo el brazo, es un hombre emotivo. Lo sabemos desde hace catorce años, desde que se

AMABLE RIVALIDAD Llegados a este punto, a Federer y Nadal sólo les queda una opción: tienen que llevarse bien OJO DE HALCÓN La cámara decidió el destino del último golpe: millones de espectador­es aguardaron enmudecido­s LAS LÁGRIMAS Federer se echó a llorar; este padre de familia, con cuatro críos bajo el brazo, es un hombre emotivo ELOGIOS DE FEDERER “Me siento feliz por haber ganado este título, pero también lo sería si hubiera ganado Nadal”, dijo

A REMOLQUE Nadal jugó un buen partido, nada más que eso: le faltó vuelo, la capacidad de dirigir el choque UN VOLCÁN El suizo se apuntó los últimos cinco juegos: lo hizo a base de aces y puntos en la red

había adjudicado su primer torneo del Grand Slam: Wimbledon, en el 2003. Ya entonces era un tenista contenido, domesticad­o, nada que ver con el júnior iracundo de finales del siglo XX. Un volcán bajo un rostro impasible.

Un estallido cuando todo ha pasado. Al final, Federer llora. Gane o pierda. ¿Y Nadal? Estaba iracundo. Lo expresaba su rostro, excepciona­lmente sincero. Millones le contemplab­an. ¿Por qué ocultarlo?

Había jugado un buen partido, nada más que eso.

Le había faltado vuelo, la capacidad de dirigir el rumbo. Le dolía: es un gladiador. Tumbar a Federer le hubiera acercado a la leyenda. Le hubiera proyectado hasta los quince grandes. Le hubiera dado la posibilida­d de rondar a Federer, que permanecía estancado en los 17 títulos desde junio del 2012. Su último Wimbledon. El séptimo en su jardín. Pero ayer... Ayer, fue Federer quien manejó los tiempos. Quien decidió cómo iba a jugarse. Eludió los rallies, los largos peloteos. Buscó los puntos rápidos cuando servía, y se metió en la pista cuando restaba. Tomó riesgos. Lo demostró la estadístic­a. Cometió tres dobles faltas y 57 errores no forzados. Se precipitó en ocasiones. Conversó consigo mismo, más que antes. Supo sosegarse. Le funcionó el saque, con sus 20 aces, y también el revés, elegante, a una mano, sin mirar, qué pocos quedan ya, acaso el de Dimitrov. Firmó 73 golpes ganadores.

Nadal se mantuvo atrás, restando cinco metros por detrás de la línea, exprimiend­o la mejoría de las últimas semanas en su servicio (el segundo saque rondaba los 145 km/h) y en el drive, esperando los instantes de debilidad de Federer, que se fueron alternando con los golpes de genio.

Nadal logró alargar el choque hasta el quinto set. Incluso se puso 1-3 en ese parcial. ¿Y qué? Federer mantuvo la inspiració­n. Recopiló aces y voleas. Se apuntó cinco juegos seguidos.

Lloró.

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SCOTT BARBOUR / GETTY Rafael Nadal y Roger Federer se abrazan tras la entrega del trofeo, ayer en Melbourne
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