Crónica de un domingo indigesto
El dramaturgo Georges Courteline decía que no iba a misa porque le coincidía con la hora del aperitivo. Ayer el Barça actuó como solución ecuménica. En un partido indigno, combinó elementos de aperitivo en mal estado y de mortificación litúrgica. Resultado: nos atragantamos con un gol fantasma y acumulamos más razones para sentirnos pecadores que para merecer la absolución. Ni justo ni merecido, el resultado sólo sirve para que uno de los peores partidos de la temporada no se convierta en un problema de estado. Futbolísticamente, ninguno de los jugadores culés estuvo a su nivel. Entre las razones retrospectivas que podrían explicar semejante fenómeno sin caer en la histeria, subrayo el calendario, que condena a los mejores equipos a sufrir accidentes como el de ayer.
Si el miércoles los jugadores terminaron una eliminatoria a las tantas, sesenta horas más tarde aterrizaron en el Benito Villamarín para enfrentarse a un equipo que llevaba días preparándose mental y físicamente. La trascendencia del error arbitral y la impaciencia de encontrar soluciones fáciles a problemas difíciles ha hecho que la polémica del ojo de halcón (que en sí misma contiene todos los ingredientes que explican por qué no se aplica) relativice la desorientación y el bajo nivel encarnados en jugadores como Rakitic o Gomes. Lo dijo Luis Enrique: “No hemos estado a nuestro nivel habitual, ni de lejos”. Lo que no dijo es si la alineación era la idónea y si los cambios contribuyeron al desastre.
¿El aperitivo dominical? Prometía pero, al final, muchas cáscaras de pipas en el suelo de los bares, mucha uña devorada entre blasfemias y algún hueso de aceituna escupido con vehemencia contra el televisor. Mal acostumbrados a ganar, ayer descubrimos que si el Barça pierde cuando juega a las doce, el domingo se convierte en un martirio. Almuerzas, sí, pero mal, porque aún te ronda por la cabeza el gol en propia puerta mal anulado y la mala conciencia de tener que acogerte a coartadas así para justificar un empate que, vistos los méritos de cada equipo, perjudica más el Betis que el Barça. Y te tomas más cafés de la cuenta porque también estás harto de cogértela con papel de fumar. Te encantaría superar el estadio de la autocrítica excesiva y afirmar con rotundidad que os han robado el partido y poder proclamarlo con la cara bien alta. Pero como la cara se te ha caído parcialmente de vergüenza, te das cuenta de que resulta incómodo tomar un digestivo con media jeta paralizada. Sin embargo, pides igualmente que te los sirvan, aunque sólo sea para constatar que la denominación de digestivo no le hace justicia a los efectos devastadores que, si brindas a la salud de Rakitic, invitan a la siesta. Y entonces sí, sobre las cuatro y media, caes derrotado por la ñoña y duermes a trompicones, trenzando pesadillas en las que los ojos de halcón son ojos de cristal o parches de pirata como el que llevaba Tísner (intentó ponerse un ojo de cristal pero, un día, mientras lo limpiaba en el baño de un hotel de Varsovia, se le cayó tubería abajo), y te despiertas sudado, trastornado y, parafraseando a Cruyff, gritando que en el reino de los ojos de halcón, el tuerto es el rey pero sigue siendo tuerto.
Y entonces, cayendo en los recursos del victimismo más abyecto, piensas que aún te queda el partido del Madrid y que
Te gustaría superar los excesos autocríticos y gritar bien alto que os han robado el partido
la Real Sociedad quizás ganará en el Bernabeu. Cuando empiece el partido tú ya estarás visiblemente taja o, con un poco de suerte, te estarás acicalando para no llegar tarde a la gala de los Gaudí (¿ganará El rei borni?). Y, sin ningún otro recurso que la malevolencia de quien va a remolque, lo apostarás todo a la derrota del Madrid. Y para darte ánimos, te referirás a “la Real Sociedad de Eusebio”, que es ese entrenador que, cuando era segundo de Rijkaard y técnico del Barça B, decías que no tenía bastante carácter para entrenar un gran equipo y que era (sic) un pichafría. De modo que, rebajándote al máximo, te arrodillas frente al televisor, sacarás el escudo del Madrid que conservas para practicarle vudú en ocasiones desesperadas, y te pondrás a cantar el himno de la misma Real Sociedad que insultaste el miércoles: “Txuri urdin, txuri urdin...”