May obtiene el aval de la mayoría de los diputados al Brexit
La primera lectura de la ley de desconexión sale por 498 votos contra 114
A un lado de la Cámara, divididos por una línea roja tan indivisible como irreconciliable, los valientes que se atreven a decir que el Brexit es un pésimo negocio, y además que no existe un mandato popular para abandonar el mercado único. A otro, los conservadores en pleno (con la sola excepción de Kenneth Clarke), y la inmensa mayoría del Labour. A aquellos que consideran sacrosanto el resultado del 23-J, no les importa lanzarse al vacío, y anteponen la disciplina de voto, salvar su escaño y su partido, a cualquier otra consideración. Los políticos convencionales.
La clara victoria del Gobierno de Theresa May, por 498 contra 114 votos, en la primera lectura de la ley de desconexión (que se aprobará seguramente a finales de mes después de pasar por todos los trámites) no refleja en absoluto la realidad de un país dividido casi a partes iguales entre euroescépticos y eurófilos, la ciudad y el campo, el Sur próspero y el Norte pobre, Londres y el resto, jóvenes y viejos, quienes ven el futuro con optimismo y quienes sienten nostalgia de un pasado con reminiscencias imperiales. Lo que reflejó el resultado fue la política tradicional –en todo el mundo– que antepone el partido a cualquier otra consideración, incluido el bien común y el interés de la mayoría.
La de ayer en los Comunes fue la primera de muchas batallas, en un conflicto con el resultado predeterminado. De entrada, ganará el Brexit y comenzarán las negociaciones para el divorcio, luego ya se verá, porque el mundo (Trump, Le Pen, elecciones en Francia, Alemania y Holanda) está demasiado revuelto como para hacer predicciones firmes a medio o largo plazo. En una concesión a los suyos, Theresa May publicará hoy el papel blanco con sus objetivos para el desenganche de la UE. La ley regresará la semana que viene a los Comunes para una segunda lectura y la aprobación o rechazo de enmiendas; de ahí pasará a los Lores (que pueden meter cizaña o abstenerse), y se someterá a la votación final en ambas cámaras. La primera ministra, en una nueva provocación a Bruselas, se plantea invocar el artículo 50 el 8 o 9 de marzo, en una cumbre europea. De pipa de la paz, nada de nada. Más bien el hacha de guerra.
Las intervenciones de la segunda sesión de debate fueron más de lo mismo, la musiquilla de fondo que se oye en Gran Bretaña desde el 23-J, como si esa oratoria que se enseña en los colegios privados no pasara de Eton y Oxford, y discursos como los de Churchill, Asquith o Macmillan fueran parte de ese pasado que ya no existe. Los conservadores, mayoritariamente brexistas, siguen enrocados en que “el pueblo ha hablado y quien no respete su decisión es un enemigo del pueblo”. Y los laboristas, divididos –47 votaron no–, en que la salida de la UE será seguramente un desastre, pero si la gente lo quiere qué se le va a hacer, ellos no son quienes para llevarle la contraria. En el bando perdedor, los nacionalistas escoceses, con su propio dilema de hasta qué punto presionar para un nuevo referéndum de independencia con el grave riesgo de perderlo; los liberaldemócratas, para quienes la oposición al Brexit puede ser el camino a la resurrección; la única diputada Verde; el Plaid Cymru galés; los socialdemócratas del Ulster y una treintena de rebeldes laboristas que ignoraron la disciplina de voto para denunciar la locura de cambiar la reina del poderío económico de la UE por el alfil del control de la inmigración y las fronteras, de convertirse en vasallos de Trump y asociarse con otros líderes demagogos, proteccionistas y populistas del planeta, con tal de no aceptar la burocracia de Bruselas y la autoridad de Angela Merkel. El nuevo presidente estadounidense reconoce que quiere destruir la Unión Europea y May –Sancho Panza respecto a Don Quijote– secunda su moción.
El Gobierno británico se alía con Trump y otros populistas y proteccionistas en su guerra contra la UE