De las cumbres a los precipicios
LA diplomacia exige no ponerse nervioso. No resulta extraño que John Kennedy se inyectara un calmante la primera vez que vio a Nikita Kruschev, en plena guerra fría. De hecho, Kennedy aceptó verse en una cumbre entre Estados Unidos y la URSS con el argumento de que era “mejor encontrarse en la cumbre que al borde del precipicio”. La diplomacia tiene unas normas no necesariamente escritas que todos los estados respetan, lo que no excluye tensiones e incluso crisis. Hasta que llegó Donald Trump, que debe pensar, como Peter Ustinov, que los diplomáticos no son más que maîtres de hotel distinguidos. Y esa boutade no es lo mismo que la diga un actor de humor inglés que el mandatario más poderoso del planeta.
Trump ha decidido nombrar como embajador para la UE a un antieuropeísta como el profesor Ted Malloch, lo que fue rechazado ayer por la Eurocámara, que ha pedido formalmente que sea declarado persona non grata. Malloch lleva una semana haciendo declaraciones que constituyen una provocación tras otra. No tiene pies ni cabeza que un diplomático estadounidense maltrate verbalmente a sus aliados europeos, cuando su país comparte con ellos capacidad de defensa colectiva en la OTAN, además de bases imprescindibles en muchos de sus estados miembros.
Malloch ha dicho que el euro está en vías de desaparición y podría derrumbarse en año y medio o que las elecciones en Holanda, Francia y Alemania ponen a las puertas de la desintegración a la UE. Y antes llegó a plantear una estrategia para debilitar a Europa. Winston Churchill decía que un diplomático es una persona que primero piensa dos veces y finalmente no dice nada. Es evidente que Malloch es su antítesis: piensa poco lo que dice y la resultante es un monumental disparate.