Desde la pena
Soy un ingenuo, lo sé. He creído en la operación diálogo. Incluso me ilusioné con ella, como corresponde a quien quiere a Catalunya y le duele que no se entienda con España. Pensé que Soraya Sáenz de Santamaría tendría un esquema para hacer posible el entendimiento. Hasta que un día no tan lejano comenzó el desencanto: el presidente Rajoy repitió por enésima vez que no habrá referéndum de ninguna forma y expresó su convicción de que la reforma de la Constitución no resolvería nada de la cuestión catalana. Al mismo tiempo, el independentismo seguía insistiendo en “referéndum o referéndum”. Las vías de diálogo se cerraban. Sáenz de Santamaría no tenía nada que negociar. Las convicciones de Rajoy y del independentismo, con las leyes por medio, impedían cualquier acercamiento. Tengo ganas de escribir un triste RIP por una ilusión enterrada.
Ahora mismo, visto el proceso desde la distancia de Madrid, la impresión es que todo está peor que nunca. No es sólo que se haya abortado el diálogo. Es que los discursos suenan a insulto, como ha demostrado la última declaración de Neus Munté. Es que incluso sin insultos se muestra una insólita finura de la piel, como le dijo ayer la vicepresidenta al diputado Tardà. Es que no se acaban de ver fórmulas de aproximación. La conclusión es terrible: ¿Para qué van a hablar, por ejemplo, Puigdemont y Rajoy? ¿Para qué lo van a intentar siquiera, si el presidente catalán asegura cada minuto que hará el referéndum como sea y el presidente español no autorizará el referéndum de ningún modo? ¿Para qué ningún esfuerzo, si la Catalunya soberanista se instaló en la idea de la independencia, que considera irrenunciable, y el Gobierno central tiene la obligación de defender lo que dice la Constitución sobre la unidad nacional?
Adiós, diálogo. Hemos hablado tanto de los puentes rotos, que la expresión ha perdido toda su fuerza, pero ahora es dramáticamente verdad: ya no quedan puentes. Como ayer escribía aquí Antoni Puigverd, el choque es irreversible. Es cierto: hasta ahora era un riesgo, quizá una amenaza, posiblemente un miedo que algunos sentíamos. A partir de ahora el calendario empieza a correr de otra forma: hacia la consulta popular por parte catalana y hacia los mecanismos de veto por parte de las instituciones del Estado. Es decir, la confrontación. Catalunya tiene el empuje del mito y la capacidad de movilización social. El Estado tiene leyes y una lamentable carencia de ideas para hacer frente a populismos mendaces como el escuchado a Artur Mas con Alsina el pasado martes: “El Estado nos trata como súbditos, no como ciudadanos”.
¿Por qué, señor Mas? ¿En qué, señor Mas? ¿En que aplica una ley que no permite la autodeterminación? Exactamente igual que Italia. Exactamente igual que Alemania. Pero Rajoy sólo reclama “mesura, sensatez y sentido común”. Hermoso, presidente. Pero propio de un tiempo que ya pasó. Y se perdió.
No es sólo que se haya abortado el diálogo. Es que los discursos suenan a insulto