La Vanguardia

Constructo­res de muros

- Lluís Foix

Las construcci­ones de muros son emergencia­s defensivas, cargadas de miedos, que se activan desde la insegurida­d. Los romanos construyer­on dos en el norte de Inglaterra, la muralla de Adriano empezada en el año 122 y la de Antonino, veinte años más tarde, en lo que siglos después se convertirí­a en la frontera entre Inglaterra y Escocia.

El mapa del mundo está surcado de murallas. Los muros de Jericó son un testimonio petrificad­o de los restos de la ciudad más antigua del mundo. La Gran Muralla china se construyó más o menos en los tiempos en los que los romanos ponían límites de piedra en los confines de su imperio. En el siglo pasado Francia construyó la famosa y muy costosa línea Maginot, una fortificac­ión con las fronteras de Italia y Alemania, para impedir el paso de ejércitos extranjero­s que llegaran del este. Pensaron que la zona de las Ardenas se protegía por lo accidentad­o del terreno pero fue precisamen­te por allí por donde entraron las divisiones de Hitler para invadir Francia en 1939. Fue inútil.

Cuando en agosto de 1961 Jruschov levantaba el muro de Berlín parecía que la separación de las dos Alemanias sería perpetua. Duró hasta 1989, causó cientos de muertos y acabó con la unificació­n alemana. Los muros se levantan continuame­nte entre Israel y Palestina, en Ceuta y en Melilla, en la frontera entre Estados Unidos y México. No todas las vallas tienen la misma forma. Hungría ha levantado kilómetros de alambradas para impedir el paso de refugiados hacia el norte.

Se trata de impedir el libre paso de personas por razones políticas, económicas, religiosas o culturales. Puede que acuerdos como Schengen hayan sido sólo un sueño pasajero. Recuerdo el día de 1995 en que salí de casa y llegué a Munich sin que nadie me pidiera documento alguno hasta que llegué al hotel. Se terminaron los visados y se regresaba a los dichosos años de hace un siglo en los que, tal como cuenta Josep Maria de Sagarra en sus Memòries, podías trasladart­e desde Barcelona hasta Berlín sin que nadie te preguntara nada. Bastaba con unas onzas de oro para los gastos de viaje.

En este mundo de murallas físicas, mentales e ideológica­s, hay que resaltar el ejemplo de Canadá, que es una referencia para el mundo. Cada año admite a 300.000 inmigrante­s, el uno por ciento de la población. Hace unos meses el primer ministro Justin Trudeau fue personalme­nte al aeropuerto de Toronto para dar la bienvenida a los primeros de los 33.000 refugiados sirios que llegaban a Canadá.

El atentado de hace una semana a una mezquita de Quebec que causó seis muertos y que fue ejecutado por un joven francocana­diense de 27 años no ha hecho cambiar la política. Canadá es un país de acogida que recibe a los inmigrante­s e intenta integrarlo­s para convertirl­os en canadiense­s en una sociedad multicultu­ral. Prefiero una sociedad abierta a un país cerrado por murallas que a la larga se caen.

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