La Vanguardia

Media parte para la esperanza

- Joan Josep Pallàs

Se le imploraba al Barça un buen partido y este llegó, con matices, pero llegó. La desalentad­ora imagen del equipo azulgrana en el Villamarín hizo daño al barcelonis­mo, lo deprimió de tal manera que desplazars­e al Vicente Calderón, sin la participac­ión además de Busquets e Iniesta, rodeó la víspera de vibracione­s miedosas. Es evidente, visto el partido de ayer, sobre todo en su puesta en escena, que el grupo de Luis Enrique viajó inmunizado hacia la capital, a gusto con la incertidum­bre creada, metamorfos­eado momentánea­mente en un equipo solidario, trabajador e intenso sin balón, e inteligent­e, inspirado, ordenado e intenciona­do con él. Fue una delicia asistir a la recuperaci­ón. Lástima que la sensación de grandeza se debilitara en una segunda mitad donde los jugadores reincidier­on en errores que suelen lastrar análisis más optimistas hasta sombrearlo­s.

En esta ocasión el resultado se impone y pesa una barbaridad porque sitúa al Barça en una posición de privilegio para estar presente en la final de Copa, y eso es muchísimo. Pero hará bien el Barça en perseguir la senda de ese bonito primer tiempo, en retenerlo, en ejercitar la memoria haciéndola extensible a las mejores épocas del grupo de Luis Enrique. Esa en la que los principios, aun contando con individual­idades extraordin­arias, se basaban en la aplicación de la presión de forma colectiva y en una tremenda seguridad con el balón, alternando largas posesiones con otras meteóricas, que ahora se tiene de forma intermiten­te. Fue una lástima en ese sentido la sustitució­n de Rakitic a falta de media hora. El croata necesita golpecitos del jefe en la espalda y retirarlo antes que a André Gomes fue una injusticia. El centro del campo, vacante sin Busquets e Iniesta, estuvo bien ocupado por Mascherano, muchas veces ninguneado como mediocentr­o por un comando de puristas a los que no conmueve el brutal compromiso del argentino, y por un Rakitic que pareció no entender su relevo. En eso no se quedó solo.

Se hablará de un tridente de nuevo decisivo y no se faltará a la verdad, pero cuando Suárez y Messi marcaron sus goles toda la maquinaria funcionaba. Jugar bien acostumbra a ser el camino más corto para ganar. Y al Barça, este año, le está costando horrores dar continuida­d a sus mejores momentos, afeándolos con dudas y salidas de balón temerosas. La primera parte, de todas formas, permite ver el vaso medio lleno.

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