Nueva vida para los libros clásicos de la Bernat Metge
Las traducciones de Riba, Dolç o Crexells ayudaron a crear la prosa literaria catalana de principios de siglo XX
En 1918 Francesc Cambó dijo a Josep Maria de Sagarra: “Si yo algún día fuera millonario, que por el camino que llevo no lo seré nunca, me gustaría fundar en Catalunya algo importante de cara a los clásicos, porque pienso que lo que hace más falta en nuestro país es precisamente la lectura de los clásicos. ¿Me entiende?”. Cambó fue millonario y en 1922 cumplió su sueño, como el título del autor que dio nombre a la colección, Bernat Metge.
En 1923 llegó el primer título. Fue cuando Barcelona era el Chicago del Sur, un año después de que naciera Acció Catalana, escindida de la Lliga Regionalista, que compró el diario La Publicidad para que fuera el órgano de difusión del catalanismo cultural y pasara a ser publicado en catalán. Fue el año también del golpe de Estado que llevó al general Primo de Rivera a establecer una dictadura, con el beneplácito de una burguesía alarmada por el sindicalismo revolucionario.
Cambó encargó la dirección de la Bernat Metge a un jovencísimo Joan Estelrich, que no dudó en incorporar en el consejo a Nicolau d’Olwer, a pesar de que este se había pasado a Acció Catalana. Los modelos eran la Budé francesa y la Loeb inglesa. La inspiración hundía sus raíces en el noucentisme que, según el modelo que promovieron en Francia Maurice Barres y Charles Maurras, buscaba crear un catalanismo basado en las supuestas armonía y orden del clasicismo mediterráneo. Otro de los objetivos era servirse de las traducciones de las obras clásicas como laboratorio para perfeccionar la lengua literaria catalana. “Basta leer las reseñas de Sagarra –dice Raül Garrigasait– para ver la influencia de las traducciones de Riba”.
En 1923 apareció el primer título, De la Natura, de Lucrecio, traducido por Joaquim Balcells. La colección llegó en poco tiempo a los 1.600 suscriptores, y las reseñas de los libros aparecían en portada de la prensa de la época. La correspondencia entre Estelrich y Cambó muestra la estrategia de diarios, revistas y publicaciones
(La Veu de Catalunya pierde dinero; D’Ací i d’Allà gana “unos cientos de pesetas”), la difusión del ideario nacionalista, cómo en los contratos a los traductores se les veta que se aprovechen del trabajo realizado para que “con un pequeño esfuerzo más” adapten una versión en castellano y cómo Estelrich recibe felicitaciones y encargos de países europeos y americanos, menos de un lugar: Madrid.
Los libros siguieron publicándose con normalidad hasta la Guerra Civil. Incluso en 1938 apareció un título, Dels deures, de Cicerón, traducido por Eduard Valentí, un libro que contiene la famosa sentencia non nobis solum
nati sumus (“no hemos nacido para nosotros solos”), una cita adoptada de Platón.
La colección dejó de publicarse tras la derrota republicana y no se retomó hasta 1942, cuando se publica La vida d’Alexandre i Cèsar, de Plutarco. La traducción era de Carles Riba, pero para evitar la censura, apareció sin su nombre. Es la única de toda la colección sin firma. En 1946 vuelve a publicarse con regularidad, sin necesidad de pasar censura, al tener en cuenta que su circulación se restringía a los suscriptores. En 1958 murió Estelrich y la dirección pasó a Riba, que falleció al año siguiente, y tomaron las riendas Miquel Dolç y Josep Vergés. Ahora sigue la cadena con el Grup Som. El día 28 se presentará el proyecto en Caixaforum después de una conferencia de Joan Francesc Mira.
Tras la Guerra Civil, la Bernat Metge publicó una versión de Riba sin firma para esquivar la censura