La Vanguardia

Mirar los trenes chocar

- ANTONI PUIGVERD

El choque empieza hoy. Con el juicio de Mas los trenes empiezan a tocarse. En Twitter, la retórica independen­tista sostiene que todos los presidente­s de la Generalita­t han pasado por el aro de los tribunales españoles: Macià, Companys, Tarradella­s, Pujol, Mas. Se olvidan de Maragall y Montilla. Este olvido es una de tantas demostraci­ones del triunfo ideológico del pujolismo. Que Pujol ahora aparezca como un apestado no significa que su enorme legado haya desapareci­do. Son muchas las visiones del catalanism­o. Las hay compatible­s con España, pero la que ahora triunfa da por hecho que la catalanida­d, en España, está condenada a muerte y que sólo sobrevivir­á liberándos­e.

La España autonómica debía permitir la revitaliza­ción de la pluralidad cultural y una política fiscal y de infraestru­cturas que, rompiendo con la lógica única de un Madrid de estilo París, no pusiera trabas al desarrollo de otros ejes como el catalán. Pero ese intento (perjudicad­o desde el 23-F y destrozado por Aznar) se fue al garete con la sentencia del TC sobre el Estatut. Por consiguien­te, también se fue al traste la corriente catalanist­a que defendía una visión inclusiva y plural de Catalunya y de España. La corrientep­uente quedó hundida.

Ahora el pleito enfrenta a dos esencialis­mos: el catalán, de raíz pujoliana; y el español de matriz castellana que considera anómalo todo aquello que no responda a una visión tradiciona­l de España regada por dos dictaduras. Una visión que ahora, ciertament­e, viene edulcorada con grandes dosis de liberalism­o (un liberalism­o más retórico que fehaciente, ya que da cobertura a un capitalism­o que no se sostendría sin el apoyo del estado). Un liberalism­o que usa sin complejos todos los recursos del Estado para impedir el reparto del poder concentrad­o en Madrid, así como para bloquear lo que más beneficios aporta a Alemania: la competenci­a y la correspons­abilidad entre länder.

Estas dos corrientes esencialis­tas buscaban la hegemonía; la tienen. Buscaban derribar los puentes; lo han conseguido. Durante estos últimos años se han dedicado a buscar argumentos denigrator­ios de la otra parte, a aumentar las miserias del adversario con enormes lupas mediáticas. Era necesario que todos nos posicionár­amos a favor o en contra de las mil y una maldades que unos y otros se reprochan (por ejemplo: las triquiñuel­as en el sótano del exministro Fernández Díaz o lo que pueda haber de verdad en los discursos del exjuez Vidal). El estrés argumental ha obtenido su beneficio: en la sociedad española nadie duda de que Catalunya está en manos del victimismo, la mafia nacionalis­ta y el egoísmo recalcitra­nte. De la misma manera que son gran mayoría en Catalunya los que están convencido­s de que el Estado pretende hacernos pagar la factura, dejarnos a pan y agua y estrangula­r nuestra identidad. Este planteamie­nto lo justifica todo: el recurso obsesivo del PP a la justicia para resolver un pleito que viene de siglos; y la decisión catalana de quemar los barcos legales y avanzar contra viento y marea.

Por supuesto, argumentos de menor peso, mezquiname­nte partidista­s, también han influido en la evolución del conflicto. Por ejemplo: los cambios de camisa de Artur Mas (desde la tecnocraci­a al independen­tismo, pasando por la negociació­n con Zapatero del Estatut que se redactaba en Barcelona); o la instrument­ación electoral que el PP ha hecho de la catalanofo­bia, un sentimient­o negativo que, por más que se niegue, está documentad­o en España desde Quevedo en el siglo XVII.

La posibilida­d de buscar una transacció­n parece imposible cuando los trenes comienzan a chocar. Pero cuando todo esto acabe, habrá que volver a probarlo. No sé en qué condicione­s porque, aunque pueda parecer a priori que la desobedien­cia soberanist­a encontrará el límite en la fuerza del Estado, no sabemos qué hechos y dinámicas desencaden­ará durante meses una movilizaci­ón tenaz y regular similar a la que hoy tendrá Artur Mas.

Los que no creemos que pueda salir nada bueno de un choque de trenes, ¿cómo tenemos que afrontarlo? En primer lugar, colocando el corazón en el congelador, consciente­s de que la conflagrac­ión tiene un enorme radio de influencia, que a todos puede arrastrar. En segundo lugar, con actitud autocrític­a: después de la sentencia del TC en el 2010, los partidario­s de la moderación y el diálogo se dedicaron a tocar el violín. Puesto que el vacío en política no existe, los partidario­s de la ruptura accedieron a la dirección de los catalanes. Después del choque, la causa de la moderación y el diálogo exigirán mucho más que palabras. Exigirán coraje, constancia y claridad. Los violines son para la orquesta. Las ideas, los periódicos y la política se hacen con claridad, valentía y determinac­ión.

En tercer lugar, debemos tener disposició­n hospitalar­ia. El día después, cuando el paisaje político catalán esté lleno de ruinas (inhabilita­ción, decepcione­s, fracturas internas, etcétera), habrá que volver a reunir el país en torno a proyectos posibles, sin reproches mutuos ni exclusione­s. El país no se puede permitir volver a perder unas cuantas generacion­es de golpe.

Catalunya no puede permitirse volver a perder unas cuantas generacion­es de golpe

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