Tipología del populismo
Michel Wieviorka describe, entre otros modelos, el populismo de base: “Es popular, toma prestados elementos discursivos de forma más o menos surrealista tanto de la derecha como de la izquierda clásicas, da la imagen de incoherencia y se caracteriza también, al respecto, por hacer promesas que no puede cumplir, por contradicciones innumerables y por un apoyo sin fisuras a un líder carismático”.
En el debate público, como en las ciencias humanas y sociales, el populismo tiene mala prensa. Ya no es lo que ha podido encarnar, por ejemplo, en la segunda mitad del siglo XIX en Rusia, cuando la juventud urbana, formada y compuesta por miles de jóvenes, decidía sumarse al pueblo e ir al medio rural, o cuando los intelectuales se esforzaban, como Alejandro Herzen, en combinar el llamamiento a la justicia social y la referencia a las tradiciones y la cultura rusas. La palabra populismo se ha convertido en una fórmula para dar cuenta ante todo de lógicas pre –o anti– democráticas que, sin llegar al autoritarismo o al totalitarismo, no apuntan menos a tendencias inquietantes, que prontamente cabe tachar como nacionalistas, racistas, xenófobas que contienen en germen, como un gusano en la fruta, el extremismo y las derivas violentas.
Si bien no existe ninguna definición realmente satisfactoria del populismo, cabe describir sus trazos más importantes y frecuentes. Como su nombre indica, el populismo se refiere al pueblo y le adjudica todas las virtudes. Pretende garantizar un vínculo directo entre este pueblo y sus dirigentes, por encima de las mediaciones que constituyen los partidos políticos y las instituciones parlamentarias. Tal vínculo se atribuye y concede generalmente a un líder que impone por encima de todos un poder carismático que encarna en sí solo el poder y el pueblo.
El populismo presenta un carácter antisistema, como lo contrario del sistema y de las fuerzas organizadas que lo estructuran. Funciona según el modelo del mito; es decir, concilia en su discurso lo que en la realidad es sumamente contradictorio y se sitúa en ciertos aspectos en el marco del pensamiento mágico. Por ello no le incomodan las contradicciones, puede decir una cosa y su contraria en la misma trayectoria y no supone un problema para aquellos que se identifican con él. Tiene su moral, su sentido de la justicia, pero aunque sus dirigentes incurran en problemas de conductas o de corrupción, no por ello se ven ni se sienten necesariamente desacreditados.
El populismo encuentra un hueco en situaciones históricas de cambio, tarda en encontrar su sitio cuando un mundo antiguo se desmorona y el nuevo tarda en hallar su lugar, cuando sus protagonistas se las arreglan para combinar los aspectos atractivos de unos y las esperanzas de otros, cuando los sistemas políticos clásicos entran en crisis, los puntos de referencia se esfuman y el sentido de las cosas resulta confuso o se pierde.
Se trata precisamente de lo que experimentamos en la actualidad a escala del planeta: todos advierten que hemos entrado en una nueva época histórica, pero nadie sabe realmente lo que es o será el porvenir. En consecuencia, al populismo le resulta fácil proclamar a la vez la continuidad y el cambio: sus protagonistas prometen cambiar y seguir siendo lo mismo. Pero no hay un modelo, una fórmula única de populismo y en el mundo contemporáneo cabe trazar un panorama del fenómeno, que se organiza alrededor de cuatro puntos cardinales.
El populismo puede, en primer lugar, ser de derechas o de izquierdas. De derechas, y tal es la tendencia principal, es nacionalista, racista xenófobo, antiintelectual y apela al cierre de la sociedad sobre sí misma, al tiempo que aboga por una nación homogénea y pura desde el punto de vista cultural. En toda Europa prosperan lo que los especialistas llaman en ocasiones nacionalpopulismos, dirigidos casi siempre por un líder carismático y un discurso antisistema que acompaña el deseo de instalarse en el corazón del sistema y de acceder al poder.
Y en la izquierda, el populismo funciona también en este caso de una manera carismática y demagógica, promete poner fin al sistema. Y si bien propugna también la sociedad cerrada y un cierto nacionalismo, no es racista ni antiintelectual. Es menos frecuente, aunque surge cuando la izquierda clásica se descompone y da origen a variantes radicales.
El populismo puede ser de base o de estratos sociales superiores sin señalarse por ello de izquierdas o de derechas. De base, es popular, toma prestados elementos discursivos de forma más o menos surrealista tanto de la derecha como de la izquierda clásicas, da la imagen de incoherencia y se caracteriza también, al respecto, por hacer promesas que no puede cumplir, por contradicciones innumerables y por un apoyo sin fisuras a un líder carismático. Este populismo de extremo centro, si cabe decirlo así, puede ejemplificarse en el Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo en Italia.
Y, en los estratos superiores, el populismo expresa también un discurso mítico, que pretende superar toda distinción entre la izquierda y la derecha y poner fin al sistema. Se dirige a electores formados que ya no quieren partidos clásicos; reúne a pensadores tanto de derechas como de izquierdas. En ciertos casos, coexisten dos o incluso tres de estos populismos. En Francia es así con las variantes de izquierda (Jean-Luc Mélenchon), de derecha (Marine Le Pen) y de los estratos superiores (Emmanuel Macron).
Existe todavía menos un populismo único pero sí que existe una diversidad tan grande que un único movimiento populista puede combinar varios factores y evolucionar a lo largo del tiempo. Dibujando el espacio que puede ocupar, precisando lo que pueden ser sus cuatro puntos cardinales, pueden obtenerse los medios para tener una imagen de las dificultades que pueden caracterizar las democracias liberales contemporáneas y anunciar, en ciertos casos, graves tensiones y problemas. Porque si el populismo, en sí mismo, no es violento, autoritario, dictatorial, radical, precede a menudo, en la historia, a fases especialmente peligrosas. Cuando los mitos no se sostienen, cuando las contradicciones se vuelven insostenibles, debido por ejemplo a la crisis económica, el populismo deja el sitio a lógicas de desgarramiento y de ruptura.
No le incomodan las contradicciones, puede decir una cosa y su contraria en la misma trayectoria El populismo puede ser de derechas o de izquierdas, de base o de estratos sociales superiores