La Vanguardia

Un juez frente al trumpismo

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

El “supuesto juez”, a partir de la expresión putinesca de Donald Trump, se llama James Robart. Tiene 69 años y una reputación a prueba de maledicenc­ias.

Antes de alcanzar fama nacional por el despotismo tuitero de Trump al frenar su orden contra los musulmanes, este juez ya recibió la atención local en Seattle (Washington), donde nació, ejerció como abogado y sigue como juez federal desde el 2004.

En el 2016, al verificar el elevado número de afroameric­anos muertos por disparos de la policía, dejó una sentencia:

–Black lives matter.

La proclama de que “la vida de los negros importa” es el lema del movimiento que denuncia la brutalidad policial. Ese mismo dicho pone de los nervios a los conservado­res. Pero fueron los conservado­res, a instancias de George W. Bush –nada sospechoso de progresist­a–, quienes unánimemen­te votaron su confirmaci­ón como juez en el Senado.

Amante de vestir pajarita, Robart se graduó en Derecho por la Universida­d de Georgetown. Hay un dato que le marca. Aunque él y su esposa no han tenido hijos, han hecho de padres de acogida de varios niños, sobre todo del Sudeste Asiático.

“Su vinculació­n con estos niños puede haber contribuid­o a entender el impacto de la orden de veto en la gente, pero no habrá influido en su interpreta­ción de la ley”, declaró al The Guardian el abogado Paul Lawrence.

En los medios estadounid­enses se le describe como un republican­o moderado al estilo de la tradición de la costa del noroeste del Pacífico. Algunos que lo conocen y lo han tratado remarcan que es relativame­nte apolítico, más interesado en la ley y la honestidad en su aplicación. “Es un juez muy estricto que cree en la norma de la ley”, sostiene la exabogada del Estado Jenny Anne Durkan, en un artículo del The

New York Times. “Es un defensor de la independen­cia judicial, lo lleva en la médula de sus huesos”, insiste esta letrada.

Aquí está el meollo del asunto, tal vez una de las cuestiones que conectan a Trump con su admirado homólogo ruso, Vladímir Putin. Durante la campaña, el entonces candidato menospreci­ó al juez Gonzalo Curiel, que investigab­a la estafa de la Universida­d Trump, porque, aunque nació en Estados Unidos, sus raíces familiares venían de México. Una vez en la presidenci­a, y contrarian­do a todos aquellos que decían que el cargo le transforma­ría, continúa desprecian­do el pilar democrátic­o de la separación de poderes.

Y es precisamen­te este factor el que cita el juez Robart para frenar su orden. “El trabajo de este tribunal se limita a asegurar –resolvió– que las otras dos ramas del poder se adaptan a las leyes del país y, aún más importante, a la Constituci­ón”.

En su testimonio de confirmaci­ón, Robart recordó que en su papel de abogado había prestado asistencia “a aquellos que muchas veces sienten que el sistema legal los deja de lado”. En el 2011 suspendió una orden gubernamen­tal para recortar fondos de un programa de niños discapacit­ados. Sostuvo que “entre la preocupaci­ón presupuest­aria y la prevención del sufrimient­o humano, el balance ha de ir en favor de prevenir el sufrimient­o”.

Calificado de republican­o moderado, el juez ya proclamó que “la vida de los negros importa”

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REED SAXON / AP Manifestan­tes protestan contra el decreto migratorio de Trump en el aeropuerto de Los Ángeles y dan las gracias al juez Robart

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