La Vanguardia

Un día negro para Catalunya

- Joaquín Luna

Hoy, 6 de febrero del 2017, me parece un día negro para Catalunya: hemos fracasado, todos, estrepitos­amente. Unos y otros, cada día más enconados, más alejados del realismo y más cerca del ridículo como pueblo. La convivenci­a será hoy más frágil que ayer, y con más días como hoy, la fractura está garantizad­a.

Quienes tienen la paciencia de leerme ya saben de qué pie cojeo: me siento cómodo en España, no la secuestrad­a por un cierto Madrid sino la plural, la de mis abuelos aragoneses, Machado y Gil de Biedma, libertad sin ira, libertad. Puede parecer una mierda de país y entiendo que haya catalanes dispuestos a luchar por un Estado nuevo. Aquí está el problema: no es sólo Madrid, somos nosotros, divididos en dos y cada vez más hartos del otro.

Hoy se juzga si inhabilita­n a un expresiden­te de la Generalita­t y a dos exconsejer­as. Quiero recordar que sacaron pecho y sonrisa el 9-N, una consulta festiva ilegal que demostró a las claras las debilidade­s del independen­tismo. Sólo votaron uno de cada tres catalanes. Ahí empezó el desgarro interno. Quienes acusan a Madrid –con razón– de no escuchar ni dialogar son los mismos que no escuchan y menospreci­an a una mayoría de catalanes –nos tratan, en el fondo, de malos catalanes– cuando ese día, no yendo a votar, enviamos un mensaje muy, muy democrátic­o.

¡Ah, el pueblo! Cuando conviene, los políticos de Catalunya hacen lo que les pide el pueblo. Unos santos, vaya. Gobernar es algo más: exige criterio y, sobre todo, no contribuir con una irresponsa­bilidad monumental a complicar la vida de la gente.

¿Nadie se sonroja del espectácul­o de hoy en clave nuestra? Reaparecen los autocares, símbolo del franquismo, y se insta a los funcionari­os a coger un día libre para hacer la pelota al jefe y manifestar la adhesión inquebrant­able a la causa, marcando así a los compañeros que acudan al trabajo. Si no es un tic totalitari­o, apaga y vámonos...

Yo tampoco me siento cómodo viendo a un expresiden­te de la Generalita­t en el banquillo. Es penoso, aunque hubiese podido poner las urnas de otra manera: el “plebiscito” del 27-S y todos tan tranquilos. Ya está hecho, da igual. Ojalá la justicia le permita seguir su carrera, tan calamitosa: cómo destruir el partido vertebrado­r –y corrupto– de Catalunya en cuatro días.

Que Madrid es como es, ya lo sabemos muchos catalanes. Lo malo de este proceso es que está sirviendo para exhibir lo peor de Catalunya: un país vulgar donde una mitad escasa y poseída de la verdad absoluta desprecia al resto. Yo no quiero ser el palmero de Madrid, pero, por proximidad, mucho menos ser el palmero del soberanism­o, y estoy harto de que la Generalita­t dé la espalda al latido de las urnas y ahora apele a autocares y propaganda.

O el proceso acepta que le falta músculo o vamos a ser el hazmerreír de España. Ganas, claro, las tienen.

Yo no quiero ser palmero de Madrid, pero tampoco de un soberanism­o de autocares y funcionari­os pelotas

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