Compuesto y sin copa
Cúper pierde en la Copa África su sexta final y se eterniza como subcampeón maldito
Ni en África, tierra de chamanes, supersticiones y ritos, Héctor Raúl Cúper (Chabas, 1955) pudo romper su mal de ojo con las finales. Camerún remontó el gol de Elneny para Egipto y en el minuto 88 volvió a dejar al técnico argentino como subcampeón por octava vez.
“Vosotros ya conocéis la historia”, respondió el técnico cuando en la previa del partido le preguntaron por el maleficio de finales perdidas que figura en su currículum.
Esa historia empezó en agosto de 1994. Cúper, con 37 años, entrenaba al Huracán, equipo donde se retiró. El Globo tomó la delantera y llegó al último partido como líder. Un empate le valía para ser campeón. Debía visitar La Doble Visera, el estadio del único equipo que podía arrebatarle el título, y el Independiente pasó por encima del Huracán (4-0). Cúper se quedó por primera vez compuesto y sin novia.
Hay etiquetas que pesan como una losa y arrastran a un técnico hasta lo más hondo. El entrenador con peor suerte del mundo. Ese es su estigma. A Cúper, su tarjeta de servicio le hundió. Varias veces ha estado a las puertas de la gloria y fue de decepción en decepción hasta caer en el olvido. Fracasó en el Inter, probó una segunda etapa en el Mallorca, le echaron del Betis, dejó colista al Racing y sólo ganó un partido de 16 mientras fue seleccionador de Georgia. Un 6-2 en Bulgaria fue la gota que colmó el vaso.
La leyenda negra de Cúper no significa que su palmarés esté yermo. Sí que ha ganado títulos en finales a doble partido. Con el Lanús se impuso en la Copa Conmebol de 1996 al derrotar al Independiente de Santa Fe colombiano a ida y vuelta. Y ganó dos Supercopas de España, una con el Mallorca y otra con el Valencia, pero cuando se lo tiene que jugar todo a un partido, la suerte nunca le sonríe y todo se tuerce.
Aquel título con Lanús fue el que le abrió las puertas a Europa. El Mallorca le contrató en 1998, y Cúper fue una sensación con un equipo de futbolistas entonces desconocidos como Valerón, Stankovic, Iván Campo, Marcelino, Ezquerro, Amato y Roa. El radiofónico José María García acuñó una frase que le venía como anillo al dedo. “Poco pico y mucha pala”, le definió en contraste con otros técnicos argentinos más locuaces y amantes de la retórica. Cúper no se explayaba y para él lo primero era la defensa. Hay cosas que no cambian, pues Egipto sólo había encajado un gol en la Copa África... hasta la final de ayer.
El Mallorca se plantó en la final de la Copa de 1999, y en Mestalla cayó con la cabeza bien alta contra el Barça de Van Gaal, en la tanda de penaltis, después de jugar toda la prórroga con nueve. Hesp y el último lanzamiento de Reiziger le privaron de la gloria.
La historia se repitió en la Recopa de la temporada siguiente. El Mallorca se reconstruyó con Ibagaza, Lauren, Biaggini y Dani pero esta vez tropezó con el Lazio de Vieri y Nedved, que en el minuto 80 les ajustició (2-1) en Villa Park.
Cúper estaba llamado a retos mayores y saltó al Valencia. Sin embargo, el resultado fue el mismo. O incluso más cruel, si cabe. Dos finales consecutivas perdidas de la Champions. En el 2000 el Madrid arrasó el sueño del técnico en París (3-0) y en el 2001 en San Siro los penaltis le volvieron a dar la espalda contra el Bayern (1-1) en una final de fútbol raquítico. “Se escapó otra”, musitó Cúper, que ya no podría quitarse el sambenito de Poulidor del fútbol.
Aun así, ese verano el Inter de Milán se fió de su fama de entrenador sólido, pero con todo a favor en la última jornada perdió contra el Lazio (4-2) y entregó en bandeja el scudetto al Juventus. A falta de 12 minutos y necesitado de goles, a Cúper no se le ocurrió otra cosa que retirar a Ronaldo para meter al sierraleonés Kallon. El brasileño estalló y se fue al Madrid. El entrenador tardó un año más en agotar la paciencia de Moratti.
El último de los subcampeonatos hasta ayer fue quizás el más lógico, en la copa griega al mando del Aris de Salónica en el 2010. El Panathinaikos hizo doblete y no le dio opción (1-0). Su deambular y peregrinaje errante prosiguió por el Orduspor turco y el Al Wasl de Emiratos Árabes. Con Egipto no había perdido hasta que se plantó en una final. N’koulou y Aboubakar, con sus goles, le volvieron a amargar una gran cita. Es el eterno subcampeón.