La Vanguardia

Vistas desde la autocarava­na

La familia de Quim Salarich recorría los Pirineos sobre cuatro ruedas: “Había que ahorrar en hoteles”

- SERGIO HEREDIA PRIMERAS ENSEÑANZAS

Aquellas primeras imágenes son difusas. Quim Salarich (22) las recuerda en una nebulosa. Tenía diez años. Doce, como mucho. En la autocarava­na iban cuatro. El padre y la madre y los dos niños, Xavier y Quim, que era el más pequeño.

A primera hora salían de Malla, muy cerca de Vic. Subían a la Cerdanya, o al Pirineo Aragonés, y allí los niños competían.

Comían el bocadillo de la madre. Pasaban frío a veces. Amanecían rodeados de nieve. ¿Qué día hace hoy? ¿Ha salido el sol? Había que sacar el cepillo y rascar los cristales.

–Dormíamos en la autocarava­na. Era la manera de evitar los hoteles. Había que ahorrar –cuenta Salarich.

El padre tenía una empresa de construcci­ón. Y sentía curiosidad por el esquí. Un aficionado de fin de semana rodeado de jabatos. A los chavales les gustaba todo esto de la nieve. Eran buenos para el mundo del esquí. Se lo decían en el pueblo: –Llegaréis lejos. Subían los fines de semana. Se ponían en manos de May Luengo. Y venga, a trabajar. En esta historia, May Luengo merece un punto y aparte.

En La Molina, sus métodos son legendario­s. May Luengo es el propietari­o del Roc Blanc, un hotel en la curva de la estación. Se cuenta que fue un esquiador importante en los años setenta. Que competía junto a Paquito Fernández Ochoa. Que arriesgaba como nadie en los descensos. Que se rompió alguna costilla saltando desde el trampolín con una moto de trial. Que dirige a sus esquiadore­s bajo manu militari.

–Pues sí, eran entrenamie­ntos militares. Nos hacía subir montañas, esquiar sobre hierba. Nos ordenaba flexiones hasta no poder más. Nos curtía. Aquella era una especie de mili. Cuando eres pequeño y necesitas una base, todo ese sistema funciona. Pero cuando entras en una fase más técnica, entonces tienes que buscar en otro lado –dice Salarich.

El método dio sus frutos. Quim Salarich ya ha participad­o en un Mundial (Vail, en el 2015: fue 30.º en el slalom). Y mañana viaja a Saint-Moritz, escenario de su segundo Mundial. Está inscrito en el slalom especial de los días 18 y 19 de febrero.

La Federación Española se lo mira con lupa, ilusionada. Dos de sus perlas han madurado.

Uno es Salarich. El otro, Juan del Campo.

–Todo esto se lo debo a mi padre –contaba Salarich en una entrevista concedida a Toti Rosselló para Solonieve.

Cuando el padre murió, víctima de un cáncer, Salarich tenía 17 años. Se sentía en deuda.

–Yo estaba concentrad­o con el Steffen-S1 en Suiza. Era un club privado. Su muerte supuso un punto de inflexión para mí. Entendí que se lo debía todo. Él había apostado por mí. Si no es por él... Piense que la Federación no tenía dinero.

–Usted tenía que llegar –le comento.

–Durante toda mi vida, la gente me ha dicho que tengo facilidad para las cosas. Yo pensé que destacaría. Pero hasta que no llegas, no puedes creértelo.

Le ayudaron muchos. Le ayudaron en la escuela, el colegio SEK Catalunya, en La Garriga.

–Cuando tenía catorce años, me daban permiso para subir a entrenarme los jueves y los viernes. No me bastaba con subir los fines de semana.

Estudió el bachillera­to en el Institut Obert de Catalunya (IOC). Y ahora sigue en la universida­d: Administra­ción y Dirección de Empresas en la UOC.

–Porque eso de ser profesiona­l, no hay manera, ¿no? –le comento.

“Mi primer entrenador nos hacía subir montañas, esquiar en hierba, flexiones hasta reventar... nos curtía”

–Bueno, no es fácil. Ningún español se hará millonario compitiend­o sobre los esquíes. Apenas tres esquiadore­s cobran becas. Quim Salarich es uno de ellos. Lo hace a través del programa Pódium de Telefónica, que ronda los 1.500 euros al mes. Los gastos de desplazami­ento y manutenció­n van aparte.

Ya no toca dormir en la autocarava­na. Ahora lo hace en hoteles y centros de alto rendimient­o.

–Cuando no estoy entrenándo­me en Sestriere, lo hago en Francia o en Alemania. Paso tres semanas fuera y tres días en casa.

Vive con su madre, en Malla, o rodeado de su equipo, amplio. Lo forman cinco especialis­tas, los entrenador­es Corrado Momo y Ángel Cavero, el skiman Fabio Maxenti, el técnico Guillermo Moreno y Jesús Pérez, que es su preparador físico. –¿Le toca convivir con todos? –Bueno, me he ido espabiland­o. Siempre he sido un desastre en la habitación. ‘Aquí convivimos todos’, me dijeron una vez. Tuve que dejar de ser un salvaje.

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. Quim Salarich, durante un slalom, esta temporada

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