Lambada para Ronaldinho
La idea de explotar la sonrisa de Ronaldinho para fortalecer la diplomacia culé es espléndida. Sólo un jugador como él podía prolongar tanto su decadencia, encadenando fichajes imposibles que siempre nos devuelven la imagen del hombre que mejor sonríe en las presentaciones y que ha logrado interiorizar su imagen más como figura de museo de cera que como jugador en activo. ¿Cuánto cobrará por ser embajador? No me importa siempre que el contrato no lo redacten los mismos que se encargaron del papeleo de Neymar. Además, Ronaldinho nos ha regalado una última fantasía y ha explicado que Guardiola le pidió quedarse. La versión, confirmada por el entrenador, contradice nuestra historia, tan propensa a fomentar los relatos maldicientes.
Como suele pasar con los mitos, el tiempo y los éxitos nos ayudan a recuperarlos sin histerias culpabilizadoras y con una indulgencia que relativiza escenas que en su día provocaban tristeza o indignación. Gracias a la robotización de una sonrisa que ya es una marca, Ronaldinho no tiene que contar gran cosa de su pasado y, como en el caso de Kubala, su leyenda extradeportiva le fortalece. Para jugar en el Barça Legend, que es como ahora llamamos pretenciosamente al equipo de veteranos, hay que tener una aureola de leyenda que obliga a considerar que todo lo que se cuenta sobre ti es verdad o ben trovato. En el despertar formativo de Messi como estrella, su papel fue decisivo, tanto como ejemplo fraternal de lo que hay que hacer para acceder al olimpo como de lo que no hay que hacer. El vínculo entre ambos no tiene nada que ver con los discursos pero sí con las primeras jugadas que compartieron y que, según cuentan privilegiados testigos, elevaron el concepto de compenetración hasta límites pornográficos.
Cada culé tiene su Ronaldinho y los círculos concéntricos incluyen la evidencia de la alegría de un fútbol que definió la nueva alma de un club temerariamente valiente, las turbulencias dignas del jazz más desenfrenado y los abusos disciplinarios que llevaron a uno de nuestros grandes entrenadores, Frank Rijkaard, a inmolarse y expatriarse al olvido de los depresivos. Con Ronaldinho aprendimos las diferencias entre ser brasileño y ser brasileiro y que el susurro inteligente y sofisticado de la bossa nova de Joao Gilberto tenía la alternativa atlética de Carlinhos Brown, versión tropical del conejo de Duracell. La ciudad se llenó de monitores de capoeira y de druidas de caipiriñas. Y cuando el aforismo make, create, innovate aún no se había convertido en dogma para impostores, Ronaldinho hacía, creaba e innovaba en materias tan sagradas como el pase, la finta o el control.
En un mundo que tiende a infantilizarlo todo, Ronaldinho elevó el diminutivo a honor onomástico. Todo lo que hacía, incluso lo que no se podía contar, tenía que llevar el sufijo inho para quitarle trascendencia y suavizarlo. Todos los culés tenemos anécdotas sobre Ronaldinho. La mía: yo trabajaba en El País y me encargaron un reportaje sobre Ronaldinho para el dominical. Pedí tanda en el departamento de comunicación, que me respondió con un “ya te llamaremos” poco prometedor. Los días pasaban hasta que se me ocurrió tantear el ancestral atajo del inframundo, donde las complicidades se ganan a base de favores no sometidos a la arbitrariedad oficial. Gracias a que el factor humano combate la rigidez sectaria, conseguí la
Con Ronaldinho aprendimos la diferencia entre ser brasileño y ser brasileiro
entrevista pero en el mercado negro, o sea: clandestinamente. Me sentí como un espía, esperando mensajes encriptados que me dirigían hacia el parking del Camp Nou, siempre con la incógnita de si Ronaldinho acudiría. Y sí lo hizo: un cuatro por cuatro de productor de reggaeteon conducido por un chófer simpático y masticador de chicle y, en el asiento de atrás, servidora manipulando la grabadora y esperando la llegada del astro. No sabía cuánto tiempo tendríamos pero Ronaldinho compareció con la misma sonrisa y el mismo pelo largo recién duchado que luce hoy. Respondió a las preguntas con una simpatía proporcional a la prisa que tenía por terminar. No se lo pude decir entonces pero ahora que tanto sus pecados como los míos parecen haber prescrito, aprovecho para darle las gracias. Por la entrevista y, sobre todo, por todo lo demás.