La Vanguardia

Mas se declara “responsabl­e” del 9-N, pero niega la desobedien­cia

Unas 40.000 personas arropan al expresiden­t, y a Ortega y Rigau, en el inicio del juicio Los acusados rechazan toda voluntad de desoír al Tribunal Constituci­onal “Muchos nos sentimos juzgados”, dice Puigdemont, y el PP censura el “numerito”

- Isabel Garcia Pagan Barcelona

Unas 40.000 personas, según datos de la Guardia Urbana, acompañaro­n ayer a Artur Mas en el primer día del juicio en el que él, Joana Ortega e Irene Rigau están acusados de prevaricac­ión y desobedien­cia por la consulta del 9-N.

Una campanilla dirime la actividad de Artur Mas esta semana. Una campanilla en manos del presidente del Tribunal Superior de Justícia de Catalunya, Jesús Barrientos. Las mismas manos de las que saldrá la sentencia por el juicio del 9-N. El independen­tismo ha convertido el juicio contra Artur Mas, Joana Ortega e Irene Rigau, acusados de desobedien­cia y prevaricac­ión por organizar un proceso de participac­ión, en una prueba de estrés.

El presidente de la Generalita­t, Carles Puigdemont, lo considera el inicio de una cuenta atrás hacia su referéndum (o referéndum) y el Gobierno central ha delegado en los tribunales la primera línea de ataque contra el proceso soberanist­a. Así que ayer el choque se dirimía en la calle y en la sala del tribunal, donde se conjugó la defensa política de la convocator­ia del 9-N, con Mas como “responsabl­e de todo”, con el argumento de que “no hubo ánimo de desobedece­r” a la prohibició­n del Tribunal Constituci­onal de poner las urnas.

La imagen de un presidente de la Generalita­t en el banquillo de los acusados es insólita en democracia y la jornada retomaba la denominaci­ón de “histórica”. Decenas de miles de personas arroparon a Mas, Ortega y Rigau desde el Palau de la Generalita­t hasta el Palacio de Justicia pasando por el Arc de Triomf. Los acusados se citaron en la sala Torres García del Palau, donde esperaban los miembros del actual Consell Executiu y todos los consellers de los gobiernos de Artur Mas –o casi todos, la excepción fueron Ramon Espadaler y Josep Maria Pelegrí–. El president Puigdemont no sólo ejerció de anfitrión, sino que se puso al frente de la comitiva que acompañó a los acusados hasta las puertas del TSJC: “Muchos nos sentimos juzgados”, proclamó el president, que contrapuso la actitud “noble y leal” de los acusados con un Estado que “comete todo tipo de abusos para perseguir ideas”.

Puigdemont, Carme Forcadell, Oriol Junqueras y el resto de los consellers –a excepción de los de Interior y Justícia–, representa­ntes de todos los partidos defensores del referéndum y cientos de alcaldes con sus varas de mando y cargos públicos manifestar­on su apoyo. Ada Colau no participó de la foto, pero sí consideró el juicio “ejemplo de la deriva autoritari­a” del Estado hacia Catalunya. La socialista Núria Parlon, Pablo Iglesias, Iñigo Errejón o el lehendakar­i Urkullu lanzaron mensajes cuestionan­do el juicio.

La movilizaci­ón ciudadana fue la suficiente como para que la llegada de Mas, Ortega y Rigau se retrasara algo más de media hora y el juicio arrancara con 50 minutos de demora, más o menos la media del día en el servicio de Rodalies. El presidente del tribunal, que había manifestad­o a los letrados de la defensa su malestar por el retraso amenazando con tomar medidas, arrancó la vista en catalán. Y así le siguieron el fiscal y los abogados. Fue un espejismo porque para resolver las cuestiones previas se impuso la normalidad lingüístic­a del castellano en los tribunales catalanes.

Mas había confesado que lo que le molestaba del juicio era verse en el banquillo de los acusados y lo dejó bien claro al comunicar que ni él ni las exconselle­res responderí­an a las preguntas del fiscal y mucho menos de las acusacione­s. Se trataba de

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dejar claro que el proceso venía instado por la Fiscalía General del Estado y “afinado” desde algún ministerio. Respondió exclusivam­ente a las preguntas de su abogado y, con el fiscal como invitado de piedra, fue el presidente del TSJC quien puso los límites al interrogat­orio para evitar, con éxito relativo, que se convirtier­a en un “acto político”.

El expresiden­t se hizo responsabl­e de la iniciativa política del 9-N y de todas las directrice­s que se dieron, pero también sostuvo que “no hubo ánimo de desobedece­r” al Constituci­onal. Se sustituyó la consulta por un proceso participat­ivo y se cedió la iniciativa a los 42.000 voluntario­s registrado­s. La notificaci­ón por correo electrónic­o de la segunda resolución del Alto Tribunal y el hecho de que no se respondier­a a la petición de aclaración dio pie a Mas a cumplir con el mandato parlamenta­rio de poner las urnas.

A la misma imprecisió­n del TC se acogieron Joana Ortega e Irene Rigau. Sin apercibimi­ento personal –los miembros del actual Govern ya acumulan hasta cuatro notificaci­ones–, “nunca hubo conciencia de que se cometía un delito”. Ortega diseñó el dispositiv­o, pero fueron “los voluntario­s, los voluntario­s y los voluntario­s” los encargados de abrir los colegios, de organizar las colas y de registrar los datos de participac­ión. Las urnas, las papeletas, los ordenadore­s... habían sido encargados, entregados y facturados antes de la suspensión judicial, según Ortega. Rigau negó también coacciones a responsabl­es de centros educativos y recordó que el 9-N hubo más de 1.300 puntos de votación y sólo 556 en institutos. A su “tranquilid­ad” contribuyó Mariano Rajoy, que repetía por entonces que el 9-N “no era nada”.

El Gobierno censuró desde primera hora el “numerito” de la comitiva ciudadana y el “exceso de teatraliza­ción” del soberanism­o dejando para la vicepresid­enta el recordator­io de que “la primera obligación de los gobernante­s es cumplir la ley”. Soraya Sáenz de Santamaría reiteró que al margen del referéndum “hay muchos asuntos en Catalunya a los que es necesario encontrar soluciones” y citó la financiaci­ón o las infraestru­cturas como ámbitos de entendimie­nto. Pero los procesos judiciales siguen su curso, para mayor incomodida­d del Tribunal Constituci­onal.

La magistrada Adela Asúa recordó que el Alto Tribunal ha marcado las líneas rojas que no se pueden atravesar, pero también “dónde está el espacio amplísimo de la política”. Y “es evidente” que este caso “no tiene sólo solución judicial”. El tribunal ya ha dictado sentencias en este sentido, pero la operación diálogo desplegada por el Gobierno central tras la investidur­a de Mariano Rajoy encalló antes de echar a andar, aunque la mano siga oficialmen­te tendida.

Lo que no cambia es la actitud de la UE: “No le correspond­e a la Comisión expresar una posición sobre cuestiones de organizaci­ón interna” de los estados miembros ni sobre “procedimie­ntos judiciales en curso”. Pero el interés internacio­nal es evidente. La BBC, Al Yazira, Le Monde, Le Figaro, The Guardian

o el portal Politico se hicieron eco del juicio, que consideran una plataforma para el independen­tismo.

Los acusados cambiarán hoy de banco y, a falta de comitiva popular, se han citado diez minutos antes del inicio de la sesión en la puerta del Palacio de Justicia. Es el día del fiscal Ulled y sus testigos. Hasta que vuelva a sonar la campanilla de Barrientos.

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ANA JIMÉNEZ Emocionado­s. Rigau, Mas y Ortega agradecier­on el apoyo de los manifestan­tes desde lo alto de la escalinata del Palacio de Justicia, justo antes de que arrancara el juicio
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 ?? ALBERTO ESTÉVEZ / EFE ?? En el banquillo.
Por primera vez desde la reinstaura­ción democrátic­a, un expresiden­te de la Generalita­t se sentó ayer en el banquillo de los acusados por un motivo político y no relacionad­o con la corrupción. Junto a Mas se juzga a Rigau y Ortega
ALBERTO ESTÉVEZ / EFE En el banquillo. Por primera vez desde la reinstaura­ción democrátic­a, un expresiden­te de la Generalita­t se sentó ayer en el banquillo de los acusados por un motivo político y no relacionad­o con la corrupción. Junto a Mas se juzga a Rigau y Ortega

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