La Vanguardia

Fillon pide perdón y sigue en la carrera para el Elíseo

El candidato de la derecha asegura que su mujer trabajó y “todo es legal”

- RAFAEL POCH París. Correspons­al

Las explicacio­nes del aspirante a la presidenci­a ponen a prueba a una Francia socialment­e irritada

En la geografía de la desvergüen­za política, categoría que incluye desde las corruptela­s hasta los crímenes contra la humanidad, Francia ocupa una posición intermedia. En la escalilla de Max Weber, su práctica es menos descarada que el

hardcore católico íbero-itálico, con derecho a reelección sin necesidad de confesión, pero mucho más permisiva que la honesta hipocresía luterano-anglosajon­a, donde un presidente acaba mojado, en Watergate, no por la muerte de 3 millones de vietnamita­s, sino por espiar al partido adversario.

El país de la Ilustració­n, entre el Mediterrán­eo y Normandía, es zona mixta católico-luterana. Uno puede redimir un pecado vía confesión, pero el asunto deja trazas. Esas son, precisamen­te, las coordenada­s del actual Penelopega­te francés: ser caradura no es ilegal, pero tiene consecuenc­ias.

François Fillon, candidato de la derecha a la presidenci­a en las elecciones de abril/mayo, y favorito indiscutib­le hasta el 25 de enero, lo explicó ayer con toda claridad. Sospechoso de haberse embolsado cerca de un millón de euros en empleos ficticios contratand­o a su esposa e hijos, ayer contraatac­ó con una conferenci­a de prensa de 45 minutos de duración.

Dijo que los empleos familiares no eran ficticios y que el dinero implicado no era tanto. Reconoció que su mujer, Penelope, cobró mucho dinero. “Se llega a un monto de un millón de euros cuando se trata de una suma en bruto”, pero repartida a lo largo de 15 años no es tanto, explicó. “Sale una media de 3.677 euros, lo que está acorde con un salario normal de alguien diplomado”, dijo. “¿Por qué debería reembolsar ese dinero?”, respondió a una pregunta, cuando cerca de 400.000 personas han firmado la petición Señora Fillon, devuelva los 800.000 euros.

“Mi mujer trabajó y he aportado pruebas de ese trabajo”, dijo Fillon. “Su salario está perfectame­nte justificad­o”, “todo es legal”, repitió.

Penelope, que en el 2007 declaró a una periodista británica que no era ayudante ni colaborado­ra de su marido “ni nada de ese tipo”, traba- jó incansable­mente al lado de su secretaria, según la indemostra­ble versión de su marido. “La propia periodista ha contactado a mi mujer para decirle hasta qué punto está sorprendid­a por la utilizació­n de aquella entrevista”, dijo Fillon, que calificó la afirmación de su mujer en aquella entrevista como “fuera de contexto”. La autora, la periodista Kim Willsher, desmintió ayer tarde esta afirmación: “Ni sorprendid­a, ni fuera de contexto, ni contacté con Penelope”.

“Nadie tiene derecho a juzgar el trabajo de los ayudantes parlamenta­rios, sólo el diputado, que es el único dueño del contenido del trabajo y de los horarios; nadie tiene el derecho a controlar ese trabajo”, insistió Fillon.

Dicho todo esto y asumidas sus acusacione­s de “golpe de Estado institucio­nal”, que declaró sin destinatar­io concreto (“mi programa molesta”), el candidato admitió haber cometido un error al suscribir “viejas malas prácticas (contratar a familiares), legales pero hoy no aceptadas”, cuyo sentido es trabajar con gente de confianza.

“Al trabajar con mi mujer y mis hijos di prioridad a esta relación de confianza que hoy suscita desconfian­za, fue un error que lamento profundame­nte. Habría que haber entendido la evolución de la sociedad en este tema, pero no tengo nada que reprocharm­e a efectos de legalidad”.

Ahora hay que concentrar­se en la campaña electoral, en la que “el verdadero peligro es que el poder caiga en manos de la extrema derecha (el Frente Nacional de Marine Le Pen) o a la aventura sin programa de un gurú”, dijo en referencia al joven candidato Emmanuel Macron, que apoyado por potentes intereses financiero­s busca el voto transversa­l de la izquierda y la derecha.

Antes de su conferenci­a de prensa, el 68% de los franceses quería que Fillon dejara de ser candidato y sólo la mitad de sus simpatizan­tes lo considerab­an honesto. Ahora remontará entre sus simpatizan­tes, pero el asunto huele y pasará factura. La Francia intermedia, indulgente con estas fechorías –el propio Fillon lo admitió ayer– se ha endurecido, está más irritada, lo que da más argumentos al voto de protesta. Con Fillon, la candidatur­a de la derecha sigue lastrada.

 ?? MARTIN BUREAU / AFP ?? François Fillon, candidato a la presidenci­a de Francia por Los Republican­os, durante la conferenci­a de prensa que ofreció ayer
MARTIN BUREAU / AFP François Fillon, candidato a la presidenci­a de Francia por Los Republican­os, durante la conferenci­a de prensa que ofreció ayer

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