Fillon pide perdón y sigue en la carrera para el Elíseo
El candidato de la derecha asegura que su mujer trabajó y “todo es legal”
Las explicaciones del aspirante a la presidencia ponen a prueba a una Francia socialmente irritada
En la geografía de la desvergüenza política, categoría que incluye desde las corruptelas hasta los crímenes contra la humanidad, Francia ocupa una posición intermedia. En la escalilla de Max Weber, su práctica es menos descarada que el
hardcore católico íbero-itálico, con derecho a reelección sin necesidad de confesión, pero mucho más permisiva que la honesta hipocresía luterano-anglosajona, donde un presidente acaba mojado, en Watergate, no por la muerte de 3 millones de vietnamitas, sino por espiar al partido adversario.
El país de la Ilustración, entre el Mediterráneo y Normandía, es zona mixta católico-luterana. Uno puede redimir un pecado vía confesión, pero el asunto deja trazas. Esas son, precisamente, las coordenadas del actual Penelopegate francés: ser caradura no es ilegal, pero tiene consecuencias.
François Fillon, candidato de la derecha a la presidencia en las elecciones de abril/mayo, y favorito indiscutible hasta el 25 de enero, lo explicó ayer con toda claridad. Sospechoso de haberse embolsado cerca de un millón de euros en empleos ficticios contratando a su esposa e hijos, ayer contraatacó con una conferencia de prensa de 45 minutos de duración.
Dijo que los empleos familiares no eran ficticios y que el dinero implicado no era tanto. Reconoció que su mujer, Penelope, cobró mucho dinero. “Se llega a un monto de un millón de euros cuando se trata de una suma en bruto”, pero repartida a lo largo de 15 años no es tanto, explicó. “Sale una media de 3.677 euros, lo que está acorde con un salario normal de alguien diplomado”, dijo. “¿Por qué debería reembolsar ese dinero?”, respondió a una pregunta, cuando cerca de 400.000 personas han firmado la petición Señora Fillon, devuelva los 800.000 euros.
“Mi mujer trabajó y he aportado pruebas de ese trabajo”, dijo Fillon. “Su salario está perfectamente justificado”, “todo es legal”, repitió.
Penelope, que en el 2007 declaró a una periodista británica que no era ayudante ni colaboradora de su marido “ni nada de ese tipo”, traba- jó incansablemente al lado de su secretaria, según la indemostrable versión de su marido. “La propia periodista ha contactado a mi mujer para decirle hasta qué punto está sorprendida por la utilización de aquella entrevista”, dijo Fillon, que calificó la afirmación de su mujer en aquella entrevista como “fuera de contexto”. La autora, la periodista Kim Willsher, desmintió ayer tarde esta afirmación: “Ni sorprendida, ni fuera de contexto, ni contacté con Penelope”.
“Nadie tiene derecho a juzgar el trabajo de los ayudantes parlamentarios, sólo el diputado, que es el único dueño del contenido del trabajo y de los horarios; nadie tiene el derecho a controlar ese trabajo”, insistió Fillon.
Dicho todo esto y asumidas sus acusaciones de “golpe de Estado institucional”, que declaró sin destinatario concreto (“mi programa molesta”), el candidato admitió haber cometido un error al suscribir “viejas malas prácticas (contratar a familiares), legales pero hoy no aceptadas”, cuyo sentido es trabajar con gente de confianza.
“Al trabajar con mi mujer y mis hijos di prioridad a esta relación de confianza que hoy suscita desconfianza, fue un error que lamento profundamente. Habría que haber entendido la evolución de la sociedad en este tema, pero no tengo nada que reprocharme a efectos de legalidad”.
Ahora hay que concentrarse en la campaña electoral, en la que “el verdadero peligro es que el poder caiga en manos de la extrema derecha (el Frente Nacional de Marine Le Pen) o a la aventura sin programa de un gurú”, dijo en referencia al joven candidato Emmanuel Macron, que apoyado por potentes intereses financieros busca el voto transversal de la izquierda y la derecha.
Antes de su conferencia de prensa, el 68% de los franceses quería que Fillon dejara de ser candidato y sólo la mitad de sus simpatizantes lo consideraban honesto. Ahora remontará entre sus simpatizantes, pero el asunto huele y pasará factura. La Francia intermedia, indulgente con estas fechorías –el propio Fillon lo admitió ayer– se ha endurecido, está más irritada, lo que da más argumentos al voto de protesta. Con Fillon, la candidatura de la derecha sigue lastrada.