La tensión estalla en un campo de refugiados griego
El ministro de Migraciones, abroncado al visitar Elinikón
La tensión en los campos de refugiados y migrantes en Grecia, donde las condiciones insalubres se suman a la desesperación por el incierto futuro que aguarda a sus habitantes, se desbordó ayer en un centro a las afueras de Atenas. Decenas de solicitantes de asilo, la mayoría afganos, abroncaron y trataron de impedir el paso al ministro de Migraciones, Yanis Muzalas, cuando visitaba el campo de Elinikón, ubicado en el antiguo aeropuerto internacional de la capital griega.
“Somos seres humanos, no somos animales”, “tenemos derechos, somos refugiados”, “aquí no estamos seguros” o “fuera, fuera”, gritaban los manifestantes, según se ve en las imágenes grabadas. En un momento, un hombre puso a un niño en brazos del ministro.
Muzalas trató de quitar hierro al episodio, asegurando que el número de manifestantes no superaba la treintena, aunque lamentó que alguno intentara agredirle. Negó que los migrantes hubiesen comenzado una huelga de hambre en protesta por las malas condiciones del campo y acusó a la organización antifascista Keerfa de difundir los rumores y atizar el malestar. Keerfa ha denunciado la escasez de pañales y leche para los bebés, la falta de agua caliente y que muchos niños no están siendo escolarizados.
“Quien se sienta oprimido en este campo es libre de irse (...), sólo hay que respetar las leyes que se aplican tanto a los griegos como a los refugiados”, dijo el ministro, según recoge Afp.
Unas 1.600 personas viven en Elinikón, repartidas entre la terminal del viejo aeropuerto y dos estadios utilizados durante los Juegos Olímpicos del 2004. Se trata de un campo informal, es decir, no gestionado por el Estado griego ni por la Acnur (la agencia de la ONU para los refugiados). En la terminal, donde se produjo el altercado, viven unas 600 personas en pequeñas tiendas de campaña alineadas una junto a otra. “La gente ha colgado telas entre tienda y tienda para tener algo de intimidad. Las condiciones son inaceptables. El olor, la escasez de duchas, la falta de ventilación... Parece mentira que sea Europa”, dice María Serrano, miembro de Amnistía Internacional que este mismo sábado visitó Elinikón y acaba de regresar de Grecia.
El Gobierno griego ha admitido las carencias de este campo –que en verano alcanzó los 3.000 residentes bajo temperaturas tórridas– y hace tiempo que anunció su evacuación, pero los meses pasan y sus habitantes siguen esperando.
El acuerdo migratorio alcanzado en marzo del 2016 entre Turquía y la UE, con el cierre de fronteras, ha dejado a casi 60.000 migrantes y solicitantes de asilo atrapados en Grecia. El Gobierno de Alexis Tsipras, que tiene entre manos un durísimo programa de recortes bajo los ojos vigilantes de sus acreedores, está superado por la enorme carga que supone acoger a toda esta gente, diseminada en campos por el país. En muchos escasea la higiene y los migrantes están expuestos a las inclemencias del tiempo, como ha dejado en evidencia la ola de frío de enero. En el campo de Moria, en la isla de Lesbos, ha habido tres muertes que, a la espera de la autopsia, apuntan a la inhalación de humos al quemar materiales para calentarse.
No sólo las condiciones materiales alimentan la frustración en estos campos. Es sobre todo la falta de horizonte, señala María Serrano.
Mientras Europa se ha comprometido a acoger progresivamente a los sirios como refugiados, otras comunidades se enfrentan a un futuro mucho más incierto. Es el caso de los afganos, la nacionalidad de la mayoría de los habitantes de Elinikón. “Llevan meses sin saber qué va a ocurrir con ellos. Están en un limbo. No pueden o no quieren regresar a Afganistán, no van a ser reubicados en ningún país europeo, y en Grecia, donde por otra parte ninguno quiere quedarse, saben que su proceso de solicitud de asilo va para muy largo –dice Serrano–. Hay mucha desesperación”.
Los afganos del campo denuncian la insalubridad: “Somos seres humanos, no somos animales”