La Vanguardia

El inicio de la revuelta

- Lola García

Ver a un expresiden­te de la Generalita­t sentado en el banquillo impresiona. Si además se le juzga por una decisión política, es desconcert­ante. Lo debió de ser incluso para Artur Mas. Acostumbra­do durante años a que nadie le interrumpa, encajó con estupor la reconvenci­ón del presidente del tribunal, que le conminó a responder y no discursear. Mas deambuló entre dos papeles: el del acusado que se resiste a ser inhabilita­do porque desea seguir en política y el del personaje que anhela pasar a la historia como un héroe. Lástima que ambas cosas sean incompatib­les.

Al expresiden­t se le vio a gusto arropado por la gente. Se relajó su gesto adusto. Incluso quiso tocar a los manifestan­tes. Aquel político novel sin carisma al que sus rivales describían como un robot es hoy un líder que se refocila con los baños de masas.

La movilizaci­ón de ayer fue concebida por Mas como el pistoletaz­o de salida de la “revuelta permanente” en la que culminará el proceso cuando Puigdemont impulse el referéndum unilateral y Rajoy trate de impedirlo. ¿Se pasó la prueba? Pues depende. Hubo mucha gente para apoyar a un político, pero muy poca para desafiar a un Estado.

Quizá la protesta de ayer no fue un termómetro fiable. Las decenas de miles pueden convertirs­e en centenares de miles si se cambia el nombre de Mas por el de Carme Forcadell o si Rajoy comete errores muy graves. Aun así, eso no garantizar­ía que se moviera nada en Madrid.

Hubo mucha gente si se trataba de apoyar a un político, pero muy poca para desafiar a un Estado

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