La Vanguardia

Ni vía crucis, ni pasacalle, ni numerito

- Sergi Pàmies

Los acusados llegan tarde al juicio por coherencia con un país que ayer vivió un enésimo colapso ferroviari­o. El colapso no es una exclusiva catalana, sino que se extiende a España, representa­da por un Joaquín Leguina que en Antena 3 exclama –en un tono que homenajea al Sargento Arensivia–: “¡Son unos ladrones!”. Se refiere a los presuntos manguis del 3%, convenient­emente recuperado por los que quieren transforma­r una democracia tan frágil como la nuestra en un simulacro cada vez más putinizado (de Putin). Sin distancia institucio­nal (de cuando Artur Mas no participab­a en las manifestac­iones del Onze de Setembre), el presidente Puigdemont encabeza una marcha que, pasada por el filtro audiovisua­l, es simultánea­mente coacción al tribunal, numerito,

provocació­n, cortina de humo o, según el virtuoso del paroxismo Eduardo Inda, imitación de la mussolinia­na Marcha sobre Roma. En ámbitos cercanos, en cambio, es la expresión de un anhelo democrátic­o organizado con énfasis oficial, como si estuviéram­os condenados a vivir entre la pseudoinfo­rmación y la protopropa­ganda. Por más que Joan Lluís Bozzo anime a la parroquia con modales de speaker del Camp Nou, al final se impone el lirismo trascenden­te y esa épica patriótica que parece la evolución de lo que el admirado y sulfúrico Joan de Sagarra bautizó como patufetism­e-leninisme .En el 3/24 se oyen órdenes técnicas internas que interfiere­n en la retransmis­ión: “¡Bajad la cabeza, que no veo nada!” o “¿Esta cámara está pinchada?”.

El domingo, Artur Mas también fue protagonis­ta. Conferenci­a de prensa, entrevista en el TN

nit y reportaje de Josep Cuní (8TV), que analizó retrospect­ivamente el día previo. La escena inicial, con Mas por los suelos jugando con sus nietas, era más propia de El convidat que de un reportaje de actualidad. Pero sirvió para subrayar el ingredient­e del factor humano en un contexto cada vez más deshumaniz­ado. En sistemas totalitari­os, este tipo de imágenes de felicidad doméstica sirven para suavizar perfiles monstruosa­mente tiránicos que, en democracia, adquieren un interés morboso. La coartada de la curiosidad justifica el chismorreo. Supimos que habían almorzado un arroz memorable y, contra la frivolidad fratricida que tiende a caricaturi­zar el independen­tismo como manía de zombis manipulado­s, la intervenci­ón de la madre de Mas, la señora Gavarró, confirmó que la dificultad de este proceso es que confronta personas civilizada­s.

¿Y Podemos? Están en plena convulsión orgánica, no se sabe si hacia la mutación o la autodestru­cción. Pablo Iglesias pasó por

La Sexta Noche e Íñigo Errejón por El objetivo. Ambos se esforzaron en demostrar que habían madurado, pero lo que transmitie­ron es que habían envejecido. Prematuram­ente.

Se oyen órdenes técnicas internas que interfiere­n en la retransmis­ión

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