Autoengaño
La cumbre del Pacte Nacional pel Referèndum reunida el pasado miércoles en el Parlament de Catalunya pretendía transmitir una sensación de unidad en torno a la cita de “septiembre como muy tarde” y, además, dar la impresión de que esa era la asamblea representativa de Catalunya. La imagen de ayer de Artur Mas, Joana Ortega e Irene Rigau dirigiéndose a la sede del Tribunal Superior arropados por la adhesión solidaria de 40.000 personas inscritas en la convocatoria pretendía advertir de que todas ellas se sientan en el banquillo ante una acusación infame. Asistimos a acontecimientos de indudable trascendencia, pero que adquieren su verdadero valor en el plano de la sugestión. El plano en el que, por ejemplo, Artur Mas puede llegar a pensar que el banquillo del Tribunal Superior es la rampa de lanzamiento para su reincorporación al liderazgo del proceso, hasta convencer a tanta gente de eso mismo que acabe consiguiéndolo por incomparecencia o desistimiento de otros posibles aspirantes.
La épica del momento se basa en que ninguno de los protagonistas principales del éxodo sabe qué va a ser de él mañana mismo. Es lo que confiere virtudes de entrega personal a decisiones e indecisiones que, en otras circunstancias, suscitarían juicios políticos más severos. Dado que los dirigentes se mueven en la incertidumbre personal, los ciudadanos no pueden exigirles que clarifiquen el horizonte próximo. Lo cual contribuye a dar carta de naturaleza al tacticismo como disposición sumamente contagiosa. No hay respuesta para ninguna de las preguntas clave. Empezando por si se adelantará o no la fecha del referéndum. O qué van a hacer los referendumistas contrarios a la independencia si acaba convocándose unilateralmente por tampoco se sabe quién.
El tacticismo se basa en la confianza de que los otros –enemigos, adversarios o compañeros de viaje– contribuirán a aclarar las dudas. El tacticismo se apoltrona en la seguridad de que Mas, Ortega y Rigau serán inhabilitados, o en que no lo serán, y entonces se procederá a dar el siguiente paso en clave victimista o triunfalista, qué más da. El tacticismo necesita alimentar además el mito de que todo está perfectamente estudiado –estratégica, política y jurídicamente– porque la misión cuenta con el asesoramiento de gente capaz de apurar las opciones que ofrecen los entresijos de la realidad. Aunque el fundamento último del tacticismo es la convicción generalizada de que esto –lo que sea– es imparable. Es imparable la drástica revisión de los lazos que unen a Catalunya con el Estado constitucional, y es imparable la sustitución de las élites políticas catalanas de las últimas décadas por otras que no acaban de eclosionar.
No va a haber un referéndum pactado entre las instituciones de la Generalitat y las centrales del Estado sobre la independencia. Ni este año ni en los próximos. De manera que el secesionismo solamente puede aspirar a desencadenar una espiral de agravios que reproduzca el 9-N con la meta puesta en unas autonómicas –otras– de carácter plebiscitario que consigan mantener al rojo vivo el ascua independentista y, a la vez, contengan las pretensiones alternativas de Ada Colau y compañía para evitar el cambio al frente de la Generalitat.
El Pacte Nacional pel Referèndum es la expresión del engaño mutuo en que se basa la política partidista en un escenario plural, que comporta siempre una disposición al autoengaño. A sugestionarse con que el otro está atrapado en tus redes, no se ha percatado de tus intenciones y, por ello, se convierte en un aliado más o menos manejable. Es el mercado de las oportunidades al que sólo puede accederse por la vía de las ambigüedades propias. El derecho a decidir referendario cobra sentido sólo cuando se explicita para qué se promueve. El independentismo ya tiene claro que en la próxima ocasión –de aquí a septiembre– no se andará por las ramas del 9-N en cuanto a la pregunta, pero sí en cuanto a la puesta en escena unilateral.
A sabiendas de eso falta por conocer para qué quieren el plebiscito sobre el Estado propio el no independentismo o el soberanismo posibilista, aparte de para no quedar mal.
Engañarse es creer que el referéndum versará sobre la independencia cuando su significado queda reducido al deseo de dejar de ser español únicamente. Engañarse es acallar o posponer todas las demás cuestiones que interesan a los catalanes a la previa deliberación sobre el futuro de su autogobierno. Engañarse es aspirar a un recuento ilícito de votos para condicionar, así, el escrutinio autonómico posterior. Engañarse es enmudecer ante el temor de verse en el banquillo por hacer el juego a Rajoy.
Falta saber para qué quieren el plebiscito sobre el Estado propio el no independentismo o el soberanismo posibilista