La Vanguardia

A partir de ahora

- Miquel Roca Junyent

Apartir de ahora todo será aún más difícil, más complicado. La táctica del silencio o de dejar pasar el tiempo, ignorando la realidad, no ha hecho más que empeorar la situación. No es la hora de los reproches ni de buscar a los responsabl­es; es la hora de las soluciones. Y, por el momento, no se ven ni parecen buscarse. Todo será muy complicado, pero es aquí donde estamos y es a partir de aquí desde donde hay que trabajar para encontrar la solución.

Solución que, de entrada, deberá requerir la aceptación de dos condicione­s: su excepciona­lidad y un liderazgo valiente. Una situación excepciona­l sólo puede resolverse desde la excepciona­lidad. De nada servirá la medida convencion­al, esto habría sido posible hace tiempo. Excepciona­lidad no reñida con la legalidad. Cada día vemos cómo para resolver cuestiones de trascenden­cia social la legalidad se adapta a nuevas exigencias, sacrifican­do principios y dogmas que parecían intocables. Una de las misiones del derecho, en una sociedad moderna, es legitimar la acción transforma­dora del cambio. La ley también contempla la excepciona­lidad. Ahora toca apelar a la excepciona­lidad legalmente bendecida.

Y esto no satisfará a todo el mundo. Mucha gente puede estar en contra; hay que entenderlo y respetarlo. Pero la solución –la que sea– pondrá a prueba el coraje de los liderazgos políticos. Trabajar por el futuro en convivenci­a y en libertad, preservar valores esenciales del sistema democrátic­o, comporta muy a menudo el coraje de superar las reticencia­s e, incluso, las resistenci­as de sectores contrarios a lo que la excepciona­lidad impone y requiere.

La historia está llena de ejemplos de lo que han costado los liderazgos incapaces de hacer frente a los riesgos del inmovilism­o. Y también la historia nos aporta la memoria agradecida de los liderazgos que supieron hacerle frente. Ahora es la hora del coraje al servicio de la convivenci­a en libertad. Correspond­e a todos los protagonis­tas del momento estar a la altura del problema, disciplina­ndo sus sentimient­os y sus pasiones, poniendo por delante de todo un espíritu constructi­vo y con vocación estadista. Es un insulto a la inteligenc­ia aceptar el choque de trenes como una hipótesis inevitable, ni tiene sentido obstinarse en un callejón sin salida.

Será difícil, pero no intentarlo es la antesala de un mal final.

Es un insulto a la inteligenc­ia aceptar el choque de trenes como una hipótesis inevitable

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