La Vanguardia

Goles entre los canales

A Venecia no se la asocia con el fútbol, pero ir en ‘vaporetto’ por el Gran Canal al segundo estadio más viejo de toda Italia es una gran experienci­a

- Rafael Ramos

E l fútbol tiene sus ritos,como todas las religiones. Ya sea coger el metro en Hospital Clínic y tomarse un frankfurt antes del partido en una granja de Travessera de les Corts, o una copita de fino y unos chanquetes en un bar de Heliópolis, o un par de pintas de cerveza en un pub de la Holloway Road, a la vuelta de la esquina del Emirates Stadium. En Venecia, uno calienta motores con un aperol spritz, antes de subirse al vaporetto, y recorrer todo el Gran Canal hasta la estación de Santa Elena.

El FC Venezia no es el mejor equipo del mundo. Nunca se trató de una ciudad futbolísti­ca, tal vez porque el invento de dar patadas a un balón llegó demasiado tarde para Marco Polo y para los

doge del esplendor de la República, y es cuestionab­le que celebridad­es locales como Tiziano, Tintoretto, Canaletto, Veronese o Giorgione se hubieran interesado en cualquier caso por el arte de Messi, Iniesta, Suárez o Neymar. El suyo era más pictórico.

Casanova tenía otras cosas en las que pensar (cómo seducir a las mujeres de los nobles, por ejemplo), y Shylock, el famoso mercader de Shakespear­e, no se despabiló a tiempo de ganar un dinerillo con las apuestas del fútbol. Thomas Mann publicó su

Muerte en Venecia en 1915, ocho años después de la fundación del club, pero no existe constancia histórica de que pisara jamás el estadio Pierluigi Penzo, el segundo más antiguo de Italia después del Luigi Ferrara de Génova, y cuyo nombre es un homenaje a un piloto de la Primera Guerra Mundial. Ver un partido tampoco es una prioridad de los turistas que invaden los canales en gigantesco­s cruceros. La in- mensa mayoría de visitantes prefiere el carnaval, o la bienal, o el festival de cine del Lido.

Es comprensib­le, porque el FC Venezia milita en la tercera división italiana (de la que es líder por delante del Parma, con justificad­as aspiracion­es de ascender a la serie B), y el único éxito de su historia se remonta a hace más de medio siglo, cuando ganó la Copa de 1940 al Roma, con Mussolini en el poder y unos meses antes de que Il Duce enviara tropas del lado alemán en la invasión de la Unión Soviética. El mundo se desagarrab­a, pero entre los canales se cantaban los goles de Ezio Loik y Valentino Mazzola (que luego murieron con otros jugadores del Torino en el desastre aéreo de Superga).

Los leones alados quedaron terceros en la liga del 41-42, pero la mayor parte de su historia han sido un equipo ascensor, a veces en primera y la mayor parte del tiempo en segunda. Hasta que en el 2005, tras descender a la Serie B y frustrado por las objeciones municipale­s a la construcci­ón de un nuevo estadio en Mestre (la parte moderna de la ciudad, fuera de la laguna), el propietari­o compró el Città di Palermo, llevándose consigo las maletas, el dinero y las estrellas de la plantilla. Tras la insolvenci­a, la quiebra y un par de cambios de nombre, el club fue adquirido hace año y medio por el abogado neoyorquin­o Joe Tacopina, que inyectó fondos importante­s y le ha dado nueva vida.

En Venecia el fútbol en sí mismo es lo de menos. Lo importante, el ritual, tomarse un aperol

spritz (la bebida nació en la ciudad) en el Fondaco dei Tedeschi, en una plazoleta a la que se llega en traghetto o por un callejón estrecho y oscuro en el que apenas cabe el cuerpo de una persona, con vistas al Puente de Rialto. Caminar hasta la parada del vaporetto junto con decenas de hinchas con los colores verde, negro y naranja del equipo, dejar atrás la Plaza de San Marco, y bajarse en la zona de Giardini, para llegar hasta el Pierluigi Penzo entre los pabellones de la bienal.

El estadio es tan vetusto que no puede extrañar el objetivo de cambiarlo por uno mucho más moderno, aunque con menos encanto. Porque pocos campos del mundo están al borde una marina repleta de yates de millonario­s, su principal vía de acceso es por el agua, o tienen en un día claro vistas de los Dolomitas. Tribuna auténtica sólo hay una propiament­e dicha, el resto son de quita y pon, desde que un tornado causó enormes destrozos en 1971. La mayor entrada fue algo más de 26.000 tifosi en un partido de serie A contra el Milan en 1966, pero en la actualidad la capacidad es sólo de 7.500 espectador­es, y sólo en rarísimas ocasiones se llena, a pesar de que las entradas más baratas valen sólo cinco euros, y la más caras treinta. Ver una ópera en La Fenice cuesta veinte veces más, y tampoco hay garantía de que vaya a haber goles. Siempre queda el consuelo de un buen aperol

spritz en el bar.

El FC Venezia quebró hace ocho años, pero ha sido rescatado con el dinero de un abogado neoyorquin­o

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