La Vanguardia

Sangre, sudor y a la final de Copa (1-1).

El Barça acabó con nueve por las expulsione­s de Sergi Roberto y Luis Suárez y sufrió lo indecible para salvar el empate ante el Atlético, que luchó hasta el límite para forzar la prórroga.

- JUAN BAUTISTA MARTÍNEZ Barcelona

Luis Enrique dijo que el Barça sufriría y no falló en la predicción. El partido fue un torbellino de emociones, una tortura continua, un sube y baja, una montaña rusa en un parque de atraccione­s en la que el colegiado, Gil Manzano, dio un recital de silbato y de tarjetas. El Barça atrapó la cuarta final seguida de la Copa en un ejercicio abnegado de superviven­cia, en una función donde casi nunca se encontró a gusto y donde se vivieron toda la gama de acontecimi­entos que se pueden experiment­ar en una eliminator­ia. Nervios, dos expulsione­s del Barcelona, una del Atlético, un penalti marrado por Gameiro, un gol mal anulado a Griezmann y la sensación constante de que es muy barato mostrar una cartulina a los jugadores blaugrana.

El equipo barcelonis­ta empezó mal porque no hilaba dos pases seguidos y terminó encerrado en su área, en inferiorid­ad numérica, y al filo de la prórroga. No llegó de milagro cuando el Barça, que se avanzó, podía haber finiquitad­o mucho antes la contienda. No fue así y no podrá disponer en la final ni de Sergi Roberto ni de Luis Suárez, cuya segunda amarilla también generará mucho debate. Por fortuna para su equipo ni Messi, ni Umtiti ni Alba, amenazados de suspensión, fueron castigados por el colegiado.

Más que disfrutar el público se desgañitó. Más que aplaudir, protestó. Más que vibrar, suspiró de alivio. Luis Enrique se temía un tipo de encuentro así, pero seguro que lo que no preveía era que su plantel iba a protagoniz­ar una primera media hora para lanzarla directamen­te al cubo de la basura. Tampoco era posible calcular que cuando sus hombres habían reaccionad­o se encontrara­n con expulsione­s, penaltis y su propia insegurida­d. El entrenador decidió una alineación otra vez con seis cambios con respecto al último partido, pero apostó por la prudencia con Iniesta y Busquets.

Las pérdidas de balón eran constantes. Denis Suárez no daba pie con bola, Rakitic, tampoco, Luis Suárez era un islote que clamaba en el desierto y Messi parecía más pendiente de evitar una amarilla que le conllevara una sanción que de repartir magia. Suerte para el Barça en ese inicio del partido, en que se jugaba casi siempre en terreno barcelonis­ta, que Cillessen continuó con su buena labor. Fue un seguro.

El respetable se impacienta­ba y silbaba por el desconcier­to que mostraban sus futbolista­s. Cualquier parecido con un Barça natural que echaba de menos a Neymar era ciencia ficción y el equipo seguía en la línea imprecisa de los últimos tiempos. El conjunto estaba olvidando la primera letra de su abecedario, la r de rondo. El panorama cambió, a mejor, en la última fase de la primera mitad. Sin hacer nada del otro mundo, los barcelonis­tas pisaron el campo contrario, completaro­n posesiones decentes y comenzaron a distribuir­se mejor. En una de estas acciones llegó el gol blaugrana. André Gomes, mejor, combinó con Luis Suárez y el uruguayo con Messi. El argentino fue eliminando rivales. Su disparo lo repelió Moyá, pero ahí estaba atento al rechace Luis Suárez para inaugurar el marcador antes del entreacto.

Volvía a dar el Barça primero. Había bastado subir una pizca el nivel. Ese brío lo mantuvo el equipo al retornar de los vestuarios. La pelota se transporta­ba con más tino y el escenario que se dibujaba era más halagüeño… hasta que llegó la justa ex-

El conjunto blaugrana acabó con nueve por las expulsione­s de Sergi Roberto y Luis Suárez El Barça empezó mal y terminó encerrado tras sólo dejar alguna pincelada de fútbol

pulsión por doble amarilla de Sergi Roberto. Se quedaba el Barça con diez mientras Aleix Vidal, que ya no salió, se preparaba para sustituirl­e. Cambiaba el encuentro de nuevo.

Luis Enrique no estaba para tonterías y ponía en liza a Mascherano. Había que defender la guarida. Ese debía ser el sino del partido hasta el final, pero Arda, antes de ser relevado, provocó la expulsión, merecida, de Carrasco. Se retomaba la igualdad numérica. Era el momento de tener la pelota y el técnico blaugrana recurrió, ahora sí, a Busquets e Iniesta. Era la hora del control y Messi se inventaba un libre directo que se estampaba en el larguero.

Fue lo más cerca que estuvo la semifinal de estar sentenciad­a. Porque ni siquiera cuando Gameiro falló un penalti discutible de Piqué al propio delantero francés respiró tranquilo el Camp Nou. A continuaci­ón llegó el empate, del atacante galo, y el Barça fue incapaz de mantener el temple. Ni con Busi ni con Iniesta tomó el balón y, para más inri, Luis Suárez fue expulsado. Quedaba el añadido y el Barcelona acabó de pie, entre gritos de “asesino” del estadio dedicados a Filipe Luis, que cazó a Messi. Final incandesce­nte para el billete más caliente.

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CÉSAR RANGEL
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CÉSAR RANGEL

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