Choque de poderes
El presidente lanza una presión desaforada sobre el tribunal que examina su decreto
En su intento por prohibir la entrada de inmigrantes de ciertos países a EE.UU., Donald Trump no ha dudado en acusar a los jueces de estar politizados , una práctica habitual en nuestro país, pero no tanto al otro lado del Atlántico.
Donald Trump estaba acostumbrado a ejercer el mando en sus empresas con mano de hierro y despedía sin contemplaciones al subordinado que ponía alguna pega. Lo quiere todo y lo quiere ahora, por eso le saca de sus casillas el procedimiento judicial que mantiene suspendido su decreto supuestamente antiterrorista que prohíbe la entrada a EE.UU. de refugiados y de viajeros nacionales de siete países con mayoría musulmana.
El presidente tiene mucho poder pero no puede despedir a los jueces. Lo que hacía el Trump empresario cuando tenía que hacer frente a un pleito era denigrar al magistrado. Lo hizo con el juez Gonzalo Curiel, que presidió la causa por el fraude de la Universidad Trump: cuestionó su imparcialidad nada más y nada menos que por sus orígenes mexicanos. Ahora ha hecho lo mismo con los jueces que intervienen en el procedimiento por la suspensión del decreto, pero en este caso Trump es presidente, y ha acusado a los jueces no sólo de animadversión política, sino de poner en peligro la seguridad del país. Su actitud hace prever una relación tempestuosa del poder ejecutivo con el judicial.
Debía temerse lo peor el presidente Trump cuando ayer, horas después de haberse celebrado la audiencia en el Tribunal de Apelaciones de San Francisco, arremetió contra el tribunal y lo presionó como lo hizo. Empezó como es habitual vía Twitter, identificándose él con la nación, como si los que han impugnado su decreto obedecieran a intereses espurios: “Si EE.UU. no gana este caso, nunca tendremos la seguridad que nos merecemos”.
Luego, durante una recepción en la Casa Blanca a sheriffs y jefes de policía de Columbia, no pudo disimular su irritación. “(En la audiencia) escuché anoche un montón de cosas que son una vergüenza –dijo– y hoy es un día triste. Nuestra seguridad está en peligro... No voy a decir que el tribunal es sesgado, no lo diré pero los tribunales están demasiado politizados... Sería tan grande para nuestro sistema que los jueces fueran capaces de hacer lo correcto...”. Buscando la complicidad de su auditorio, aseguró: “Se está discutiendo lejos de aquí sobre algo que los que estamos en esta sala estamos de acuerdo al 100%”.
La presión a los jueces fue en aumento: “Créanme, he aprendido mucho en las últimas dos semanas, y el terrorismo es una amenaza mucho mayor de lo que la gente cree... Si estos jueces quisieran contribuir al respeto a los tribunales, harían lo que deben hacer”, dijo Trump.
Esta presión desaforada del presidente a los jueces está indignando a los miembros del tercer poder, independientemente de cuál sea su credo ideológico. El estupor es tal que hasta el recién nominado por Trump para el Tribunal Supremo, Neil Gorsuch, admitió a un senador demócrata que los ataques de Trump están resultando “desmoralizantes y descorazonadores” para los jueces. La inquina demostrada por Trump ayer no podía tener otro motivo que amedrentar a los miembros del Tribunal de Apelaciones cuando se encontraban en plena deliberación. Los tres jueces que intervinieron en la audiencia se mostraron muy exigentes con los abogados del Departamento de Justicia y de los estados litigantes, Washington y Minnesota, y el propio representante gubernamental, August Flentje, admitió que no estaba seguro de haber convencido al tribunal.
El proceso no terminará con la resolución del Tribunal de Apelaciones, porque no se va a pronunciar sobre el fondo de la cuestión, sino sobre cómo afecta al sistema migratorio, y porque la parte perdedora recurrirá al Supremo. El Alto Tribunal registra ahora un empate entre jueces liberales y conservadores. Si el asunto llega antes de que Neil Gorsuch cubra la plaza vacante, una votación de empate dejaría intacta la resolución del Tribunal de Apelaciones.
Hasta el juez nominado para el Supremo ve “desmoralizantes y descorazonadores” los ataques