La Vanguardia

La llamada

- Fernando Ónega

“Somos amigos”, proclamaba Aznar cuando comprobó lo bien que se entendía con Bush

Tan pronto como la Moncloa supo que Donald Trump iba a llamar a Mariano Rajoy, lanzó la informació­n a los medios como si se tratase del Santo Advenimien­to. Es natural: por muy Trump que sea, una llamada del presidente de Estados Unidos es un acontecimi­ento que eleva la estatura política del llamado, le da categoría de aliado y, a poco que se exageren las palabras, se asciende a la categoría de amigo. “Somos amigos”, proclamaba extasiado el señor Aznar cuando comprobó lo bien que se entendía con el señor Bush. Y Rodríguez Zapatero se pasó gran parte de su mandato al lado del teléfono a ver si le llamaba el presidente americano. Y algo peor: los periodista­s pasamos casi seis años esperando lo mismo. Se escribió más sobre la relación Moncloa-Casa Blanca o viceversa que sobre el paro. Cuando Obama recibió a la familia Zapatero, fue el gran éxito de su política exterior.

Por eso ahora la llamada de Washington fue la gran noticia, y ayer estaba en todas las primeras páginas. El hecho de que la conversaci­ón haya resultado cordial, según el comunicado monclovita, fue el apéndice de gloria, porque unos días antes Trump le había colgado al jefe de Gobierno de Australia. Con Rajoy no tuvo esa descortesí­a, ni Rajoy la provocó. ¡Somos un gran país! ¡Estamos en la agenda de Donald Trump! La conversaci­ón no terminó entre insultos. Tenemos gran futuro por delante. Si el Gobierno español tuviese la fortuna de que Trump le designase su interlocut­or ante la Unión Europea por encima de Merkel y de quien salga elegido en Francia –el Reino Unido del Brexit ya no cuenta–, se enlazaría con la grandeza de Aznar: España habría salido otra vez de la cuneta de la historia. Pero si, además, se le otorgase la misma interlocuc­ión con Iberoaméri­ca, seríamos el no va más: la gran potencia de la interlocuc­ión. “En mi imperio”, podría decir el rey Mariano I, “no se pone el sol”. Y don Carles Puigdemont podría añadir una cuenta a su rosario independen­tista: el Estado español negocia con medio mundo, menos con Catalunya.

Dejadme decir que la oposición política y parte de la opinión publicada no se quedó más corta en el éxtasis, pero al revés. Como practica aquello de “dime de qué se trata, que me opongo”, encontró la conversaci­ón escasa y la posición de Rajoy débil, timorata y sumisa ante la seducción del americano. Según su forma de ver el encuentro telefónico, el presidente español se anduvo por las ramas, no tuvo el coraje de plantar cara a la política de inmigració­n ni tuvo redaños para defender a México. En otras palabras, no le prohibió a Trump construir el muro de la frontera. Por lo tanto, Rajoy no estuvo a la altura. ¡Hay que ver lo que dan de sí quince minutos, que se reducen a la mitad si se piensa en el tiempo consumido por el intérprete! Y esto es lo que aportaron a la dinámica política española: la resurrecci­ón de un cierto aldeanismo cuando miramos a la gran potencia mundial.

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