Adele se impone a Beyoncé en los Grammy
Uno de los nudos gordianos de la siempre relativamente entretenida ceremonia de entrega de los premios Grammy era dirimir quién ganaba a quién: Adele o Beyoncé. Una batalla de dos auténticas gigantes de la voz femenina que más allá de los aspectos extramusicales ponía sobre el tapete dos maneras de ver, concebir y ofrecer la materia prima musical. Factualmente, Beyoncé fue la gran derrotada: aspiraba a nueve galardones por Lemonade, álbum aclamado por la crítica y que hizo estragos en internet pero que tuvo que conformarse con solo un par, el de Álbum Urbano Contemporáneo y el de Vídeo Musical por la políticamente combativa Formation.
A la hora de la verdad, la vocalista británica –voz emocionante, y muy humana toda ella, como cuando pidió disculpas en su particular homenaje a George Michael cuando interpretaba Fastlove debido a fallos con el sonido– se hizo con cinco trofeos, incluyendo el más importante de los más de ochenta en liza, el del álbum del año gracias a 25, y los correspondientes al Disco y al Canción por el hit Hello ”, un acaparamiento que la propia Adele ya había alcanzado hace un lustro con su anterior obra, 21.
Aquel mano a mano comentado al principio fue el gran reclamo mediático a priori y a la hora de la verdad también lo fue sobre el escenario, especialmente cuando la vocalista británica motivó las lágrimas en Beyoncé con sus palabras de entregado elogio a su contrincante, y casi cuando no dudó en partir en dos su premio correspondiente al del Mejor Álbum para darle una de las mitades a la espectacular estrella afroamericana.
Pero no fue la única receptora de una pequeña lluvia de premios procedente de Gran Bretaña, ya que el eternamente glorioso David Bowie, fallecido en enero del 2016 a los pocos días de alumbrar su póstumo Blackstar, fue premiado también con cinco estatuillas. Que no eran baladíes: mejor canción rock por Blackstar, mejor actuación rock y mejor álbum de música alternativa. También ganó el Grammy por tener el mejor diseño de portada y otro en apartados más técnicos. La generosidad en el reconocimiento se puede ver casi como póstumo, ya que al fin y al cabo el autor de Young americans no conseguía un Grammy desde que en 1984 lograra al del mejor vídeo en formato corto, por Jazzin’ for
Blue Jean.
¿Por qué este guiño de calidad de la industria estadounidense a la música británica? ¿Quizás una rápida maniobra trumpista para con el Brexit?
Aunque lo anterior es simple especulación bromista, y aunque las consideraciones políticas no fueron tan abundantes como no pocos hubieran deseado, la ceremonia musical dio algunos momentos interesantes, ya fueran de tono abiertamente crítico hacia Trump o de apoyo a sus opositores. Potente estuvo Busta Rhymes en su actuación junto a la banda A Tribe Called Quest, cuando tildó al mandatario estadounidense de “presidente Agente Naranja por perpetuar todo el mal que usted ha estado perpetuando a lo largo y ancho de Estados Unidos”.
Por su parte, la espléndida vocalista Katy Perry, que en los últimos tiempos se ha construido una nítida y activa personalidad política a raíz de su explícito apoyo a Hillary Clinton, interpretó su flamante single Chained to the rhythm, en alguna de cuyas líneas se puede ver reflejado el clima de coyuntura política: “tan confortables estamos viviendo en una burbuja/demasiado confortable que no sabemos ver la dificultad” (en inglés, el juego de palabras entre bubble y trouble ). Y en el mismo aspecto contestatario, también se plasmó la visible protesta de algunos músicos de primer rango –Frank Ocean, Kanye West y Drake, por ejemplo, decidieron no asistir– que critican la para ellos ya tradicional y escasa diversidad étnica que suelen acoger estos galardones.
La cantante –en una noche británica– vuelve a hacerse con los Grammy más cotizados, en perjuicio de Beyoncé