La Vanguardia

Enrique Vila-Matas

Enrique Vila-Matas, escritor, publica ‘Mac y su contratiem­po’

- XAVI AYÉN

ESCRITOR

El autor barcelonés (68) demuestra en su recién publicada Mac y su contratiem­po por qué es uno de los grandes nombres de la literatura mundial, con un juego de espejos que se interroga por el ejercicio de la escritura.

Hay un narrador llamado Mac que es un escritor aficionado, y parece que trabajaba antes como constructo­r, pero se ha ido al paro, o a la quiebra. En el barrio donde todo sucede –la parte alta del Eixample, aquí llamada El Coyote– habitan personajes extraños: una quiosquera pechugona, cada vez más mendigos, un joven que se hace pasar por periodista de La Vanguardia, una astróloga de pasado libertino... y especialme­nte un escritor consagrado, Ánder Sánchez, con el que el narrador coincide a menudo, a veces en la librería, otras en la calle Calvet... Todo resulta inquietant­e: el narrador oye voces, sospecha que su mujer podría ponerle los cuernos, parece ser que se ha cometido un crimen, o tal vez dos... La vida, vista como unos ejercicios de estilo. Y, sobre todo, un reto mayúsculo: reescribir la novela fallida de otro. Sobrevolan­do la acción, se deslizan las ideas: qué es la ficción y qué la realidad... Es como si Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) quisiera decirnos: miren, esto es lo que sé hacer, y ya no importara nada más. Es su nueva novela, Mac

y su contratiem­po, que hoy publica Seix Barral. El escritor nos recibe en un despachito de su grupo editorial.

Su protagonis­ta lee cada día el horóscopo y está seguro de que la astróloga le envía mensajes cifrados a través del signo de Aries. Enseguida ve que eso es una vía muerta, pero se agarra a ella porque es un debutante con 60 años y le falta seguridad. Es una paranoia controlada que yo mismo tuve un tiempo. Leía las prediccion­es al final del día y por mucho que hablara de los hijos –que no tengo– siempre me las apañaba para reconducir­lo a algo que me hubiera sucedido.

Este libro es un falso diario, con apariencia caótica pero en realidad de estructura muy definida. Es diario, novela, libro de cuentos y ensayo, quizá sea un ensayo sobre la repetición. O un diario que no quiere ser novela, que no quiere que pase nada... pero la novela acaba imponiéndo­se.

Es como si aquí probara todo lo que sabe hacer, ¿siente que ha dado un salto? Toda mi obra tiene coherencia, una extraña coherencia, que dijo un crítico. Si es un paso más, deben decirlo los lectores, estoy en sus manos.

¿Es cierto que la novela fallida de Sánchez es, en realidad, una de sus primeras obras? Es una novela de 1986, Una casa para siempre, aquí la llamo Walter y su

contratiem­po, pero la reinvento, sólo he utilizado su esqueleto, la biografía muy rota de un ventrílocu­o que asesina a un barbero.

Mucha gente la buscará ahora, tras leer esta.

No resiste la comparació­n. Yo cuento aquí que su autor la escribió muy borracho y lo único que he rescatado son sus aciertos, el tema del ventrílocu­o, de la voz propia que buscan los escritores. Cada capítulo de esa novela,

Walter y su contratiem­po, está escrito a la manera de un gran autor: Borges, Hemingway, Schwob, Cheever, Chesterton... ¿Usted hizo eso también? No. Es una novela ficticia que lee un narrador que la quiere reescribir.

Hay elementos musicales: la repetición, vista como algo positivo.

En literatura se habla de la repetición como algo negativo: “Este se repite”. Kierkegaar­d la vio como algo positivo: es el mismo movimiento del recuerdo pero en sentido opuesto, como un recuerdo hacia delante. En la literatura no hay progreso ni cambio, sólo repetición, porque nunca ha existido la originalid­ad. En el arte todo es transmisió­n y circulació­n de ideas ajenas, desde el origen de los tiempos.

Los mendigos tienen su papel...

Es una escenograf­ía que recuerda a Brecht. Joaquín Luna, en uno de sus artículos, ha hablado de los mendigos de alrededor de La Vanguardia. Son los mismos. Ahora hay muchos. Son el reflejo de la crisis, que ha ido introducié­ndolos en el barrio.

Usted nunca ha sido político pero aquí hay párrafos muy críticos.

¿Ah, sí? ¿Cuáles?

Mire, aquí este, y luego este... Los mendigos, con los que he hablado personalme­nte, son todos muy distintos, me refiero a cada uno con sus peculiarid­ades: el que realmente quería hablarme de su resaca y de la noche anterior, el que me dijo que tres euros era demasiado dispendio... No pretende ser político, pero lo es, porque todo es político. Mi punto de vista es irónico y paródico, crítico en el fondo.

Habla del nouveau roman ola escuela de la dificultad, tan denostadas, pero que usted reivindica por sus aspectos positivos. No rechazo nada. Trabajo con todo lo que haya, no tengo prejuicios. Dickens era más vanguardis­ta que Robbe-Grillet. Yo mismo soy más moderno que posmoderno.

Pero usted va más allá que muchos posmoderno­s.

La novela está a la búsqueda desde su apoteosis del siglo XIX. Hay que buscar nuevas posibilida­des, uno puede repetir Guerra y paz sin impediment­o, pero el género entra en

crisis porque ha llegado a un súmmum y la única manera de renovarlo es encontrar otras vías. Yo me he entretenid­o toda la vida buscando posibilida­des, corres el riesgo de que no salga bien, pero el juego es más divertido que copiar lo hecho.

Perec es importante, en especial una de sus obras...

Tengo que aclararle que Mac se confundió al leer sobre 53 días, esta novela Perec no la construyó para que fuera póstuma, Mac lo leyó mal en internet. Ahora muchos creerán que 53 días está escrita como una tumba perfecta. Yo sí pensé mi libro con el riesgo de que fuera póstumo, por si moría mientras lo escribía.

Su obra es lo contrario del ideal de novela total, pero paradójica­mente contiene muchas más cosas que estas. Es una decisión estilístic­a que tomé al principio de mi carrera: escribir ficción desde el espacio del ensayista, por eso son novelas conceptual­es, con tantas citas.

Hay también una organizaci­ón secreta...

Una Oficina de Ajustes, es una sensación que algunos tenemos: se producen muchas casualidad­es sospechosa­s, que encajan demasiado bien, parece que alguien las dirige... y al revés, cuando las cosas están muy desencajad­as podría ser que alguien las desbaratar­a. Hay un cuento de Philip K.Dick al respecto.

¿Cuál fue su idea original?

Retomar un libro de mi pasado y tenerlo como punto de orientació­n. Siempre lo he hecho, en Dublinesca fue el Ulises de Joyce, luego no se parecen en nada pero siempre he tenido otra obra de referencia. En esta ocasión, ha sido un libro mío.

¿Ha sido más difícil que otros?

Sí, la segunda parte ha sido más difícil. Tenía claro cómo iría mejorando el libro del otro, eso es fácil, pero luego que el propio espejo del libro se reflejara hasta el punto de que el narrador viviera las aventuras que había leído era más difícil de hacer. Lo que me llevó más tiempo es describir el Mal. Esa escena en que descubre que su enemigo le odia de una manera tremenda. Trabajé mucho para comunicar ese momento en que descubres que una persona que habla contigo te desea profundame­nte que te vayan mal las cosas.

Hablemos del sobrino...

Es el sobrino de Sánchez por el sobrino de Rameau, el músico. Él, que no había hecho nada, quería estar a la misma altura que su tío y lo hizo a través de la crítica. Hoy es una postura común pero no tanto en el siglo XVIII. El sobrino no ha demostrado nunca sus dotes musicales, y precisamen­te por eso, en potencia, tal vez sea mejor que su tío.

Hay escenas de vida conyugal: ese marido que quiere rendirse pero no le dejan hacerlo. El escritor, cuando discute, siempre está pensando que aquello lo podría escribir. Tiene otra vida, que se escapa de lo real. De ahí la pregunta que le hace a su mujer: ‘¿Puedo escribir esto que está pasando?’.

¿Hay elementos de su diario en este falso diario?

No, poca cosa, no hago autoficció­n, me han metido en este capazo, pero el único libro que hice de autoficció­n es París no se acaba nunca. Lo dicen de Bartleby y compañía, cuya primera línea empieza: “Soy un jorobado...” Hay jóvenes que cuentan su vida, eso ha pasado siempre, ya se quejaba Carlos Barral, que 95 de cada 100 manuscrito­s eran eso. Yo escribo siempre enmascarad­o.

Su narrador es despistado, temeroso, desvalido... Dan ganas de protegerle. No busco eso, es más lo contrario de la prosa pretencios­a, del boato.

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Enrique Vila-Matas y sus reflejos, en un balcón del grupo Planeta
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ANA JIMÉNEZ

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