La Vanguardia

Un tren que viene de lejos

- Enric Juliana

La idea del corredor mediterrán­eo es más valenciana que catalana. A principios del siglo XX en Valencia ya se hablaba de una línea de tren de ancho internacio­nal hasta la frontera con Francia para potenciar la exportació­n de los cítricos y las manufactur­as. Hubo un coro de voces entre los años veinte y treinta. El empresario regionalis­ta Ignacio Villalonga, hombre en la línea de Francesc Cambó, gobernador general de Catalunya en 1935. Luis Lucia, dirigente de la derecha regional valenciana. Los concejales republican­os de Valencia. Los informes del economista Roman Perpiñá Grau, director del Centro de Estudios Económicos de Valencia.

La autopista entre La Junquera y Alicante, obra central de la estrategia desarrolli­sta derivada del Plan de Estabiliza­ción de 1959, podríamos decir que fue el primer corredor mediterrán­eo. El Banco Mundial le dijo al régimen de Franco que tenia que abrirse al exterior por la costa mediterrán­ea. El corredor de las divisas extranjera­s.

A finales de los ochenta, vuelve a hablarse en Valencia del corredor ferroviari­o, y Pasqual Maragall lanza desde la alcaldía de Barcelona la idea de la eurorregió­n mediterrán­ea: un espacio regional de nuevo tipo que supere fronteras, rencores y desavenenc­ias. Una maragallad­a, decían algunos en Barcelona. El valenciano Eliseu Climent, pancatalan­ista inteligent­e, amigo de Jordi Pujol, recoge el guante y promueve el Institut Ignasi Villalonga para fomentar los estudios de cooperació­n económica. El geógrafo Josep Vicent Boira publica en la revista

La idea de un corredor ferroviari­o mediterrán­eo surgió en Valencia en los años veinte

valenciana L’Espill las tesis para una gran área regional vertebrada por el corredor mediterrán­eo. Años más tarde, Boira desarrolla­rá sus ideas en el ensayo La Commonweal­th valenciano-catalana (2009). Hay más horas de estudio que traviesas puestas. No estamos hablando de una improvisac­ión.

A finales de los noventa llega la hora de la política. CiU no coloca el corredor mediterrán­eo sobre la mesa del pacto del Majestic (1996). Cuatro años más tarde, Xavier Trias, portavoz nacionalis­ta en el Congreso, pide al PP apoyo para el proyecto, pero José María Aznar ya tiene mayoría absoluta. Respuesta: “Ni hablar”. Aznar moviliza a Loyola de Palacio, comisaria europea de Transporte­s, para que el borrador del primer plan europeo de infraestru­cturas prioritari­as no incluya el corredor mediterrán­eo. La derecha española apuesta por el corredor central (Algeciras-Madrid-Zaragoza), pero este trazado exige la apertura de un costoso túnel bajo los Pirineos aragoneses, que Francia rechaza de manera tajante. A principios del 2004, el Pacte del Tinell de los partidos de la izquierda catalana no habla explícitam­ente del corredor mediterrán­eo, aunque incluye una referencia a la eurorregió­n maragallia­na y a las infraestru­cturas no radiales.

Cuando se perciben los primeros temblores en la turboecono­mía se produce un singular viraje político. El entonces poderoso PP valenciano comienza a apostar por el corredor mediterrán­eo. Existen dos factores desencaden­antes: las presiones del empresaria­do y la necesidad de mantener en pie un discurso regionalis­ta ante la recesión que se avecina. Se trata del último viraje de Francisco Camps, antes de caer.

El PP valenciano necesita una nueva bandera y el PSOE no quiere que le atropelle el tren. El ministro de Fomento José Blanco acelera. En octubre del 2011, el corredor mediterrán­eo pasa a ser prioridad europea. Mariano Rajoy se sube al convoy después de recibir a los directivos de Ford, con fábrica en Almussafes.

Esta es breve la historia de una línea de tren que transporta diversas ideas y objetivos: la

Aznar se opuso, CiU titubeó, Maragall ideó, el PP valenciano rectificó; Rajoy, aún no se sabe

venganza de la Geografía, la importanci­a de la logística en tiempos de crisis, el rechazo a una España exclusivam­ente radial, la posibilida­d de una colaboraci­ón sin roces entre valenciano­s y catalanes, la sugerente utopía de la eurorregió­n y la capacidad de iniciativa de la sociedad civil. En el último vagón, la política: los enormes recelos del aparato del Estado y los catalanes que dicen que se van mañana mismo, con otro tren.

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