Sobre la posverdad
Se dice que hemos entrado en la era de la posverdad. Y se dice desde planteamientos intelectuales sólidos, que han abierto un debate muy interesante en todo el mundo occidental. La verdad se ha visto superada por lo que se dice, por lo que las redes manifiestan. Esto es más importante que la verdad; en todo caso, esto es lo que centrará el debate mediático y comunicacional. La verdad será contestada y discutida en beneficio de lo que las redes y los medios digan.
La tesis es tan interesante como preocupante. Y muy grave. La posverdad es el mejor caldo de cultivo para la mentira instrumentalizada al servicio del juego sucio. Y no es verosímil creer que con el juego sucio ni la libertad ni la convivencia ni el progreso puedan salir beneficiados. Al contrario; no hay libertad que no descanse en la protección de la verdad; ni convivencia posible si la verdad no es respetada; ni progreso real sin verdades contrastadas.
Ciertamente, la verdad puede ser poliédrica; puede tener muchas caras. Pero cada una de estas se construye desde la ambición de respetar la verdad. Puede ser interpretada de formas diversas, pero se busca hacerlo desde la fidelidad a la verdad. La posverdad neglige la verdad; no la interpreta, simplemente la considera irrelevante. Cree que puede prescindirse de ella.
Curiosamente, son muchos los que se dejan tentar por esta visión de futuro. Liberarse de la verdad como exigencia resulta muy atractivo. Hace más simple la afirmación –la que sea– pues no necesita ni argumentación ni prueba. Se dice y ya está; ya vale, ya está en la red, ya está en el mundo, ya es suficiente. Y el debate ya está servido, sin que nadie pueda evadirse.
La posverdad es el mar por el que navegan la tertulia, la rumorología, el vacío intelectual, la incompetencia. Pero, también a la vez, el escenario propio de los planteamientos totalitarios. Europa lo está viviendo y parece que todavía no vea los peligros. Y estos están. De momento, estamos mirando con angustia y preocupación lo que está pasando en Estados Unidos desde la llegada del nuevo presidente, pero nos resistimos a valorar lo que está pasando en la esquina de casa. El populismo, de derecha o de izquierda, se alimenta de la posverdad. Liberado del rigor e, incluso, del escrúpulo, el populismo prefiere la red a la verdad. Y elevando a la categoría de verdad virtual lo que la red impone, puede construir el escenario que interesa a sus formulaciones demagógicas, cuando no directamente falsas.
La posverdad puede encontrar su origen en la respuesta a los dogmas más fáciles o superados. La sociedad contemporánea no convive cómodamente con los dogmas excesivamente estereotipados. La flexibilidad, el cambio, la curiosidad intelectual, quiere liberarse de encorsetamientos demasiado rígidos y limitadores. Pero la última vez que se teorizó que “una mentira insistentemente respetada tiene la fuerza de una verdad” (Goebbels) aquello avaló una larga etapa de barbarie y un mal final. Ciertamente, la comparación es odiosa, pero no tanto como para olvidarlo. La posverdad ampara, como mínimo, la perversidad.
Y, en estos momentos, toda precaución no está de más. Pasan muchas cosas, todas simultáneamente y sin ningún tipo de control o acotamiento. El mundo vive aceleradamente un cambio en el que la posverdad añade un elemento adicional de preocupación. Los cambios pueden ser buenos; de hecho, es gracias al cambio que el mundo prospera. Pero cuando el cambio se refugia en la posverdad esto lo complica todo y no precisamente para bien.
Habrá que vigilarlo; muy intensamente.
La posverdad
es el mejor caldo de cultivo para la mentira instrumentalizada al servicio del juego sucio, y de ella se alimenta el populismo