La Vanguardia

El final de la escapada

- Manel Pérez

Cuando en mayo del 2012 Bankia entró en barrena y obligó al Estado a la intervenci­ón, el tsunami tuvo una consecuenc­ia inmediata y otra retardada. La primera, el rescate financiero con un préstamo de hasta 100.000 millones de euros. España descendió varios peldaños en la jerarquía de los Estados europeos y acató las duras condicione­s que impusieron Bruselas, el BCE y el FMI, en especial la desaparici­ón de las cajas.

Pero la caída de Bankia –y con ella la de Rodrigo Rato, el elegido por Mariano Rajoy para pilotar la insensata fusión de cajas averiadas con el denominado­r común de su vínculo con el PP– sentó las bases para el cuestionam­iento del papel del Banco de España, que gobernaba Miguel Ángel Fernández Ordóñez, durante la crisis financiera. Esto tuvo efectos retardados que ayer emergieron de forma abierta.

En aquellas fechas, la troika impuso una auditoría externa del sector bancario español, poniendo de manifiesto las suspicacia­s hacia un supervisor que, al arranque de la crisis, había presumido del sistema financiero más solvente del mundo. A raíz de esos análisis externos, la institució­n de la madrileña plaza Cibeles pasó a tener un papel subordinad­o en la gestión de la reconversi­ón y saneamient­o de los bancos y cajas españoles. El Ministerio de Economía, con Luis de Guindos como responsabl­e, asumió el control. Culminaba así un cuestionam­iento profundo de la gestión del supervisor, manifiesto a través de meses de tensión entre ministro y gobernador.

Tanto Guindos como la Comisión Europea considerar­on a Fernández Ordóñez y su equipo responsabl­es de realizar un diagnóstic­o erróneo y de aplicar una estrategia que aplazaba los problemas en lugar de solucionar­los.

La Sala de lo Penal de la Audiencia sostiene que además de los errores de análisis y estrategia, Ordóñez y su equipo de confianza intentaron supuestame­nte engañar con una salida hacia delante, ocultando la bancarrota de Bankia y maquilland­o la realidad a la caza del dinero de los inversores. Un asunto de enorme trascenden­cia para ellos y, sobre todo, los contribuye­ntes, paganos del engaño. Para la Audiencia, los e-mails de un inspector que anticipó con exactitud el desastre son la principal prueba de cargo. Aunque siempre se podrá pensar que en esa farsa, junto con el Banco de España, participar­on más centros de poder.

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