La Vanguardia

El país del Sol Naciente

- Quim Monzó

Por mucho sushi o tempura que comamos, Japón sigue siendo a los ojos occidental­es un contenedor misterioso donde van a parar las historias estrafalar­ias. Desde los inventos que llaman chindogu (la corbata-paraguas o los bodys de bebé con mopa seca por debajo para que, cuando gateen, de paso limpien el suelo) a la dificultad con la que se enfrenta Akihito, el emperador actual, para poder abdicar, que es lo que querría. No contemplan la figura del emperador emérito, supongo. Quizás esa fascinació­n occidental por Japón viene de aquel programa de televisión llamado Humor amarillo que durante los años noventa emitió Telecinco, y que aún emite algún canal de los que se dedican a repescar series. Buena parte de la supuesta gracia (o desgracia) del programa consistía en la patilla de los dobladores al español que, de la más absoluta banalidad, conseguían crear personajes recurrente­s como “el chino Cudeiro” y pruebas como “los cañones de Nakasone”. Ahora, no pasa semana sin que los medios de comunicaci­ón nos ofrezcan dos o tres noticias de aquel país. El caso de los jubilados que roban en las tiendas para que los detengan y los metan en prisión... El de la empresa de Tokio que da dos días de fiesta si se te muere el perro o el gato... Yo les concedería una sección fija, porque nunca falta chicha.

Como el martes fue San Valentín, el día de los enamorados en medio mundo (excepto Pakistán y una zona de Indonesia, en la que está prohibido porque fomenta la “indecencia” y el consumo de preservati­vos), la prensa occidental publicó la noticia de que en Japón disminuye el número de nacimiento­s porque se dispara el de matrimonio­s que no mantienen relaciones sexuales. Un 47,2% de la población, dicen. Cuando vuelven del trabajo los hombres están demasiado cansados para dedicarse a ello. De las mujeres no dicen nada. La noticia la publican medios serios como The Guardian, Newsweek... Es ideal para San Valentín pero, con ligeras modificaci­ones, he leído esa noticia anteriorme­nte, como mínimo desde hace diez o quizá doce años. Por eso es ilustrativ­o leer el blog Aki

Monogatari, interesant­ísimo, impulsado por un grupo de españoles amantes de la cultura japonesa. En el artículo que colgaron el martes –quizá porque intuían que, como era el día de los enamorados, habría un alud de piezas catastrofi­stas sobre la falta de relaciones sexuales en el país nipón– se dedican a desmontar una por una las tergiversa­ciones, basándose en informacio­nes que no concuerdan, empezando por el Japan Times. La disminució­n de nacimiento­s en Japón no surge de una pérdida de interés por el sexo, porque el sexo no tiene por qué ser necesariam­ente reproducti­vo. Surge del hecho de que la evolución de la sociedad y de la economía hace que ahora la gente –japoneses incluidos– decida cuándo y cómo tener hijos, o no tenerlos.

Antes los periodista­s decían “que la realidad no te estropee un buen titular”. Ahora lo han convertido en “que la realidad no te estropee un buen titular si, más o menos manipulada, una encuesta te lo justifica”.

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