La Vanguardia

El imperio de la mentira

- X. VIVES, profesor del Iese Xavier Vives

El diccionari­o de Oxford define el término posverdad como relativo a las circunstan­cias en que los hechos objetivos son menos influyente­s en la conformaci­ón de la opinión pública que las apelacione­s a las emociones y a las creencias personales. El diccionari­o entronizó, con gran éxito, este adjetivo como la palabra del año 2016. En efecto, la campaña de los partidario­s del Brexit se basó en buena parte en afirmacion­es manifiesta y demostrabl­emente falsas en torno a los efectos de la inmigració­n y las consecuenc­ias de pertenecer a la Unión Europea (UE), pero que apelaban a los sentimient­os patriótico­s de recuperar el control. La frase en el autobús rojo de campaña “Enviamos a la UE 350 millones de libras a la semana, vamos a dárselas a nuestro NHS (sistema nacional de salud) en su lugar” inducía a pensar que esto era posible. Los dirigentes proBrexit se hicieron los desentendi­dos una vez ganaron. La campaña de Trump se basó en su mayoría en afirmacion­es falsas según diversos analistas, acompañada­s de rumores lanzados en las redes sociales. La campaña fue dirigida por el ahora todopodero­so Steve Bannon, directivo del portal extremista Breitbart News, y consejero estratégic­o principal del presidente Trump, así como miembro de la cúpula del Consejo de Seguridad Nacional. Nueve de cada diez adultos en EE.UU. afirman que noticias falsas les crearon confusión sobre hechos de actualidad según una encuesta del Instituto Pew. El mismo Trump lanzó, sin proporcion­ar ninguna evidencia, la acusación de fraude electoral en su contra para contrarres­tar el haber perdido las elecciones en voto popular, y los portavoces de Trump, cuando se les presenta prueba clara en contra de sus afirmacion­es, aducen “hechos alternativ­os” que no tienen ningún fundamento.

El uso de la mentira como instrument­o político no es nuevo y trae a la memoria uno de los peores episodios de la historia de la humanidad en los años treinta. La influencia actual de este instrument­o se debe en mi opinión a la conjunción de cinco elementos. El primero es tecnológic­o y es la facilidad para propagar rumores falsos bajo el anonimato de las redes sociales. El caso del pizzagate, en el que se expandía el rumor de que en una pizzería de Washington Hillary Clinton y su jefe de gabinete dirigían una red de trata de blancas, es paradigmát­ico, y sería de risa si no hubiera podido acabar trágicamen­te cuando un individuo fue armado al restaurant­e a descubrir a los malhechore­s. El segundo se debe a los incentivos de los medios de comunicaci­ón públicos y privados a maximizar, en muchos casos, la audiencia a toda costa, y ciertament­e a costa de las más mínimas comprobaci­ones de veracidad. En las tertulias televisiva­s y de radio escuchamos disparates de gran magnitud siempre que represente­n un punto de vista ideológico y que tengan como contrapunt­o otro de signo contrario para maximizar el espectácul­o. El resultado es que la opinión informada es desplazada por la desinforma­da pero ideológica­mente en los extremos. Es un paralelo a la ley de Gresham según la cual la moneda mala (de cobre) desplaza a la buena (de plata). El tercer elemento es psicológic­o y está relacionad­o con la tendencia de las personas a hacer caso a las fuentes de informació­n que confirman sus apriorismo­s. El reforzamie­nto de este factor es evidente en EE.UU., donde la polarizaci­ón ideológica de los medios de comunicaci­ón ha crecido con el tiempo, teniendo un papel muy destacado en este proceso la cadena Fox. Este elemento explica también los fallos recientes en las prediccion­es electorale­s dado que se han creado circuitos diferencia­dos y estancos de formación de opinión, sobre todo entre la población mayor y con menor nivel de educación. La falta de una prospecció­n adecuada en estos segmentado­s espacios ha sesgado las prediccion­es. El cuarto es la tendencia a informarno­s sin análisis y esfuerzo crítico a partir de frases cortas estilo Twitter. Es el triunfo del pensamient­o rápido basado en emociones e intuicione­s más que en la reflexión, según el acertado trabajo del premio Nobel Daniel Kahneman. Finalmente, no hay que olvidar la capacidad de regímenes autoritari­os para intentar desestabil­izar los regímenes democrátic­os o influir en su política. Las recientes alegacione­s de manipulaci­ón en las redes sociales en las elecciones en EE.UU. por hackers basados en Rusia son una indicación de este fenómeno. Holanda ha decidido un recuento manual de los votos en las próximas elecciones para evitar interferen­cias electrónic­as. Los estándares de responsabi­lidad social de las empresas de comunicaci­ón, tanto las tradiciona­les como las más recientes digitales, se ponen en cuestión. En efecto, la lógica de maximizar audiencia y beneficio sin un alto nivel de integridad lleva a efectos perversos dado que fomenta la expansión de rumores. El problema es que las redes sociales permitan que individuos propaguen falsedades, algunos de manera inconscien­te, pero otros simplement­e porque aumentan sus seguidores en la red y generan más ingresos por publicidad.

¿Prevalecer­á la posverdad y el imperio de la mentira? Esperemos que no sea así puesto que, como nos recuerda Hannah Arendt, la experienci­a histórica nos enseña que el precio que pagar si esto sucede es muy elevado.

La historia nos enseña que se paga un precio muy alto si la posverdad y el imperio de la mentira se acaban imponiendo

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