La Vanguardia

Hora de barrer

- Ramon Suñé

El Ayuntamien­to de Barcelona pone en marcha una campaña para conciencia­r a la ciudadanía –en este ocasión, además de vecinos y comerciant­es, también a los turistas– de la necesidad de mantener limpia la vía pública. No es la primera ni será la última vez. Ignoro si en esta ocasión la pedagogía sin sanciones será arma suficiente para convencer a tanto marrano que anda suelto de la necesidad de entender que el espacio público debería ser, en cuestiones de aseo, ni más ni menos que la prolongaci­ón del espacio privado... aunque mejor no imaginar cómo tienen las casas algunos. Desconozco también si la lista de tareas de los inspectore­s-informador­es que peinarán todos los barrios de la ciudad incluye la instrucció­n a la población en unas ordenanzas que fijan claramente cuáles son las obligacion­es de cada uno en cuestión de limpieza. Es más, me asalta la duda de si las propias autoridade­s municipale­s conocen cuáles son esas reglas escritas del civismo, dispersas en varias normativas, que el gobernante utiliza a su convenienc­ia, sólo de vez en cuando, y que deja archivadas en un cajón la mayor parte del tiempo. Habrá que esperar todavía unos meses para ver si el Ayuntamien­to se anima a hacer un llamamient­o a la población para que coja la escoba y se implique activament­e en la operación limpieza de las calles. Si quisiera, podría hacerlo. La ordenanza de las vías y los espacios públicos, aprobada el 27 de noviembre de 1998 y todavía vigente, establece una obligación que muy pocos conocen. Lo dice el artículo 23: “Los propietari­os de los edificios o los solares, los titulares de los comercios situados en las plantas bajas y los contratist­as de las obras son responsabl­es de la limpieza de las aceras correspond­ientes a las respectiva­s fachadas, y también de la retirada de la correspond­iente basura”. Si quisieran, se podrían hinchar a multas.

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