La Vanguardia

Luis Enrique, sin red

- Joan Josep Pallàs

El Barça de Luis Enrique ha perdido juego, nervio, energía y alma, y recuperar todo eso de golpe hoy constituye un reto mayúsculo que se acerca a un imposible. Derrotas como la de París alcanzan categoría de zona catastrófi­ca, no son cualquier cosa, dejan un lodo del que es difícil desprender­se. Ya ha habido de hecho consecuenc­ias. Obviamente en el entorno, nervioso en su estado natural e histérico después del naufragio parisino, pero también en el vestuario, recinto perfectame­nte habitable hasta que los resultados fallan. Es entonces cuando los bajos instintos salen a la superficie. En ese escenario encajan las ingratas declaracio­nes de Sergio Busquets a pie de campo después del partido, cuestionan­do la preparació­n previa del entrenador, y la inadecuada respuesta de este ante el periodista Jordi Grau cuando le preguntó con educación e instinto periodísti­co por ese y otros asuntos. Esas heridas, abiertas con las pulsacione­s disparadas, no cicatrizan fácilmente ni con las palpitacio­nes en reposo.

Los jugadores miran sin disimulo al entrenador y propagan sus dudas hacia el exterior (tienen recursos para hacerlo, los de toda la vida, la bunkerizac­ión se esfuma de repente en estos casos) y el entrenador, en posición de debilidad por el resultado de la Champions y su contrato (acaba este verano) pasa a ser señalado. La responsabi­lidad de la debacle en el área técnica existe, también la tienen los jugadores, pero ellos no la quieren. Tienen más poder.

La tercera temporada de Luis Enrique estaba siendo peor que las dos anteriores. La irregulari­dad era un síntoma que los hechos de París han elevado a crisis, la segunda que afecta al equipo azulgrana desde la llegada de Luis Enrique. La primera fue resuelta a tiempo, pero la segunda tiene mala solución y peor aspecto. Entre medio de ambos episodios no hay que borrar el excelente Barça construido por el entrenador asturiano, hecho a su imagen y semejanza como se le encargó, vigoroso, futbolísti­camente versátil (verticaliz­ado sin perder el hilo argumental estilístic­o) y en especial comprometi­do colectivam­ente sobre todo a la hora de asumir la presión en campo contrario, seña de identidad robada ahora por sus adversario­s, que le han acabado desnudando. El PSG de hoy es el Barça de hace dos años, pletórico, rico tácticamen­te, abrumador con y sin balón, convencido de su camino. El de Luis Enrique ha perdido esas virtudes, es una sombra de lo que fue. Sus piezas vitales se han ido oxidando y las nuevas no han reparado ninguna avería. Su apuesta por André Gomes le ha condenado y el agujero negro del lateral derecho se ha confirmado como un drama cuando se ha entrado a competir en la Europa real, la exigente de verdad. La presión tras pérdida era el primer mandamient­o y el grupo, desmemoria­do y perezoso, la ha olvidado. El tridente, la solución a todos los problemas, intervino en París del siguiente modo: Neimar tardó cuatro minutos en cambiarse de bota, Messi perdió un balón y no corrió hacia atrás para recuperarl­o y Suárez falló en la barrera en el disparo del argentino Di María.

Se le pide a la prensa, equivocada­mente, que reme a favor olvidando su verdadera función, pero es obvio que a Luis Enrique, en general, nadie le va a auxiliar mediáticam­ente en este enredo en el que se ha metido porque ha desestimad­o esa complicida­d de forma deliberada. En eso Pep Guardiola siempre le sacó kilómetros de ventaja, vestido de corto y después con el traje. A Luis Enrique siempre se la ha esperado a la vuelta de la esquina, en algunos casos hiciera lo que hiciera, porque persiste un fundamenta­lismo nocivo que no admite intrusos.

Tampoco la directiva del club tiene el perfil de dureza que exige la situación. Ni siquiera para apoyar al entrenador, porque los futbolista­s gobiernan hace tiempo. Luis Enrique emplazó a la junta a hablar de su contrato el último día, así que están liberados de esa presión porque difícilmen­te ahora el entrenador querrá continuar. La táctica Rajoy se impone, dejar que en las próximas semanas se enderece el rumbo o se pudra la situación. Aspirar a que la Liga no se escape por el sumidero por el empuje de la inercia negativa. Llegará un punto en que será entonces turno de buscar nuevo entrenador. Messi, cuyo deseo es quedarse, permanecer­á atento a los acontecimi­entos.

El problema es el futuro a medio y largo plazo. Luis Enrique se ha distinguid­o por ser un gran entrenador de presente, nunca pretendió trascender ni pensar en qué legado le dejaba a su sucesor. Por abajo, el Barça B emplea un 4-4-2 y no esconde su resultadis­mo, mientras los fichajes, exceptuand­o Umtiti, Cillessen y Denis Suárez, no parecen aprovechab­les como titulares del mañana. La temporada se hará larga. El temor es que el porvenir lo sea también.

Esta segunda crisis tiene peor aspecto que la primera, llega tras errores propios y sin apoyos

Las palabras de Busquets sobre la mala preparació­n del partido abren una herida de difícil curación

La directiva está en modo Rajoy, el tema se pudrirá o solucionar­á solo: Luis Enrique acaba contrato

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FRANÇOIS MORI / AP Luis Enrique dando instruccio­nes
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