El delito de la solidaridad
Subiendo desde Ventimiglia por el angosto valle del Roya se entra en Francia sin apenas percibirlo. Desde que Francia restableció su frontera en junio del 2015, por aquí suben muchos refugiados africanos que escapan del campo de la Cruz Roja en Ventimiglia. El paisaje es grande y alpino, en algunas cumbres hay nieve, pero junto al río la vegetación es mediterránea, olivos y matorral en pendiente, una agricultura en tierra exigua sobre bancales de piedra.
Antes de llegar a la pintoresca localidad de Breil-sur-Roya, un sendero de cabras asciende hasta la pequeña finca de Cédric Herrou, el más conocido de los once vecinos de la región juzgados por ayudar, atender y albergar a refugiados e inmigrantes. En la Europa desnortada, la solidaridad laica hacia otro ser humano, la caridad cristiana hacia el Jesucristo que es cada refugiado, ya es delito.
Nacido hace 37 años en un arrabal de Niza lleno de africanos, Cédric se instaló aquí hace unos años como neocampesino. Tiene 300 gallinas y un centenar de olivos. Arregló como vivienda la diminuta cabaña utilizada durante la cosecha de la aceituna y vive allí entre gatos, ocas, un perro y las gallinas. Una vez por semana baja a Niza a vender los huevos en el mercado. Una vida justa con pocos ingresos y pocos gastos, explica. Un día, volviendo del mercado de Niza, recogió en su camioneta a dos jóvenes negros y los llevó hasta la estación de tren de su pueblo. Mucha gente de la región, que vota en casi un 40% al Frente Nacional, lo hace.
“¿Para qué sirve poner una sonda en Marte si no somos capaces de ayudar a estas personas?”, explica entre los cacareos de sus gallinas. Seis jóvenes de Eritrea están sentados en torno a la mesa, bajo los olivos. “Hemos llegado a tener sesenta”, explica Cédric, que los alberga en tiendas y dos autocaravanas. Los seis son menores, como Biniam Haile, 16 años. En un inglés tímido y precario le saco su odisea con sacacorchos: atravesó la frontera con Etiopía para huir del servicio militar. “Las órdenes son disparar a las piernas”, explica. Tuvo suerte, no le dieron. Luego atraviesa Sudán, 15 en un camión por 800 dólares. Siete meses de cárcel en Libia. Su familia vuelve a enviar dinero y hace la travesía del Mediterráneo en un barco repleto. “Muy duro”, dice. “Lo peor”. De nuevo suerte: no se ahoga y llega a Sicilia. En París tiene un conocido. Mientras hablamos bajo los olivos llega Catherine, vecina del valle contiguo de Bevera, con otros dos jóvenes que ha recogido, de Guinea y Gambia. El guineano se llama Amadu Kourouma, tiene 16 años. Se fue con 13. Tres años de viaje, encarcelado en Mali y Libia. Su madre le envió todo lo que pudo, humildes rescates de 300 dinares libios. Trabajó como un esclavo, “hacía de todo”. Al final pudo cruzar el mar. También tuvo suerte: un barco irlandés los recogió y los llevó a Trapani, en Sicilia. No quiere comer, pero pide un lecho y se retira a descansar.
“No son inmigrantes, son refugiados, el 97% de los que han pasado por aquí huyen de la guerra, han atravesado el desierto, Libia, han conocido el esclavismo y son menores, hay que ser muy bruto para no ayudarlos”, dice Cédric. Ha sido detenido tres veces por eso y juzgado dos. La primera vez se le aplicó el principio de “inmunidad humanitaria”. La segunda, el pasado día 10, le cayeron 3.000 euros de multa, sin ejecución, por cruzar la frontera. “Ni las amenazas de un prefecto, ni los insultos de un par de políticos nos van a detener, vamos a continuar, porque es necesario”, dijo en la puerta del Palacio de Justicia de Niza, ante 300 personas que acudieron en su apoyo.
“Esta gente tiene un problema, algunos han muerto atropellados en la autopista, son familias que sufren”, explica. Cédric no es creyente, pero no hace más que aplicar algo a lo que el papa Francisco exhorta cuando habla de la “globalización de la indiferencia”: “Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia del llanto, que cada parroquia acoja a una familia”. Cédric y la gente del valle del Roya practican eso en nombre de la solidaridad. La policía le vigila por ello. En el valle hay tradición de ayuda a refugiados. “Nuestros abuelos ya lo hacían”. El delito de humanidad.
En Roya, junto a la frontera italiana, once vecinos han sido juzgados por ayudar a migrantes Detenido tres veces y juzgado dos, Cédric Herrou seguirá acogiendo refugiados