Dulce pájaro de juventud
En la cúpula barcelonista confiaban, aunque fuera sólo públicamente, en que la Copa supusiera el clavo ardiendo, el bote salvavidas para tratar de enderezar el naufragio absoluto. Y en medio del páramo han aparecido brotes verdes. En pleno desierto se ha divisado un charco de agua. Puede que sólo sea un espejismo, una especie de encantamiento que se termine hoy en el duelo ante el Valencia. Pero las expectativas estaban tan por los suelos que procede saludar que un equipo que lleva toda la temporada en la unidad de cuidados intensivos fuera capaz de levantarse tras otra primera mitad lamentable para reencontrarse con un juego al menos decente, más elaborado, más organizado y con más alma. Nadie representa más ese entusiasmo que Marcus Eriksson, un dulce pájaro de juventud en este invierno barcelonista. Le queda mucho para ser el Paul Newman del baloncesto y no es que sea un ejemplo de precocidad (ya está en los 23 años), pero ha aprovechado las ausencias de Navarro y Oleson y la pérdida de confianza de Koponen para reivindicarse, llamar a la puerta, dejar entrever que puede ser un jugador de presente y de futuro. Sólo teniendo minutos es posible confirmar si hay o no un diamante por pulir. El sueco fue el mejor del partido y eso que no disputó el tramo final por su deseo y su vitalidad. Junto con un Rice que estuvo menos irregular que en días anteriores, Eriksson tiró del carro. Con su muñeca abrió el camino y hasta el lánguido Tomic se fue animando.
Ya que Claver o Perperoglu continúan horribles, era necesario encontrar petróleo en elementos inesperados. Eso fue lo que ocurrió con Eriksson y Renfroe, que aportó mucho más de lo que se podía pronosticar. Que siga la sorpresa.