ALTA SOCIEDAD
1956 puede ser recordado como la primera ocasión en que una princesa estrenaba película como protagonista. El film era Alta sociedad, protagonizado por Grace Kelly. Su puesta de largo en las pantallas sucedió tres meses después de que la rubia que sedujo a Gary Cooper y turbó a Hitchcock fuese desposada por el príncipe de Mónaco, Rainiero, en una de esas “bodas del siglo” que no tendría competencia hasta el enlace de Carlos y Diana veinticinco años después. Cierto es que Rita Hayworth había precedido a Grace en esto de los enlaces príncipe-corista, al casarse con el Aga Khan. Pero lo suyo había sido una corta unión (de 1949 a 1951) que acabó como el rosario de la aurora, seguramente porque a la distancia entre la sangre azul y la plebeya se unía el abismo multicultural. Demasiados abismos que salvar.
Sin embargo, Grace Kelly se anticipó a los problemas y, con esta película, entonó el canto del cisne de su rápida pero muy exitosa carrera cinematográfica. Seguro que Rainiero, que pasaría a la historia con el sobrenombre del príncipe constructor, por su frenesí inmobiliario llenando de rascacielos el escaso suelo monegasco, no debió disfrutar demasiado viéndola, ya que el protagonista masculino, Bing Crosby, había sido una de las conquistas más sonadas de esta princesa de veleidoso pasado, con inclinación por los maduros galanes. A partir de entonces, Grace Kelly interpretaría su mejor papel.
El cine era entonces la fábrica de sueños por antonomasia. Pero por poco tiempo. Ese año le salió una competidora: su prima hermana, la televisión. Televisión Española comenzó a emitir regularmente el 28 de octubre de 1956. La señal sólo llegaba a Madrid, donde se habían vendido 600 receptores. Consideremos que un aparato de televisión costaba de 29.000 a 32.000 pesetas de entonces, lo que hoy se traduciría en una considerable cantidad de euros. Por aquel entonces TVE dependía del Ministerio de Información y Turismo dirigido por Gabriel Arias-Salgado, quien tuvo que emplearse a fondo para convencer a Franco de la bondad del nuevo invento. Por lo visto, éste creía que la televisión atentaría contra la unidad familiar y fomentaría la importación de perniciosos usos y costumbres del exterior. El abnegado ministro, por el contrario, le hablaba de los beneficios morales del nuevo medio de comunicación, algo que habría que ver si hoy suscribiría.