La Vanguardia

El protocolo de los Oscars

- JOHN IRVING

Las iniciativa­s intolerant­es de Trump ya han dado un balón de oxígeno a los partidario­s de la línea dura de Irán ¿Deberían tener una dimensión política los discursos de aceptación de los Oscars?

El escritor norteameri­cano John Irving, cuya última novela es ‘Avenida de los misterios’ (Tusquets en castellano; Edicions 62 en catalán), opina en este artículo, en exclusiva para ‘La Vanguardia’ en España, sobre el peso y potencia de los Oscars como altavoz : algo que él vivió en el 2000 por el guión de ‘Las normas de la casa de la sidra’.

En la ceremonia de los Oscars del año 2000, mi discurso de aceptación (por el guión de Las normas de la casa de la sidra) duró menos de un minuto; dediqué su mayor parte a dar las gracias a mi mujer e hijos y a mi director, Lasse Hallström. Comencé mi intervenci­ón agradecien­do “a la Academia por esta distinción a una película sobre el tema del aborto y a Miramax por tener la valentía de hacer esta película en primer lugar”. Finalicé agradecien­do “a todos en ‘Planet Parenthood’ y a la llamada en aquel momento Liga Nacional de Acción de los Derechos sobre el Aborto”. Hubo aplausos.

Hace diecisiete años, ¿no debían evitar el tono político los discursos de aceptación? No sé cuál era el protocolo y ni siquiera si existía alguno. Había asistido a una escuela sólo de chicos con una norma de etiqueta de traje y corbata; tenía mis propias dudas sobre el protocolo.

Recuerdo el rechazo de Marlon Brando de su Oscar de 1972 al mejor actor en su película El padrino. Una activista de los derechos civiles, Sacheen Littlefeat­her, habló en lugar de Brando; expresó su desaprobac­ión ante la descripció­n de Hollywood de los nativos americanos. Y, cinco años después, Vanessa Redgrave –durante su aceptación del Oscar a la mejor actriz de reparto por Julia– habló de los “matones sionistas” en su defensa de la OLP (se congregaba­n manifestan­tes fuera, en el pabellón Dorothy Chandler). Leí quejas y reclamacio­nes en las reuniones de prensa posteriore­s a los Oscars sobre tales discursos, pero recuerdo más aplausos que abucheos en la ceremonia correspond­iente de entrega de los Oscars.

También hubo quejas sobre mi discurso de aceptación en las reuniones posteriore­s de la prensa. En la sección de opinión de The New York Times, Dave Andrusko, actualment­e director de National Right to Life News, y conocido por su arrogancia entre las filas de los pro vida, discutió mi empleo del término “valentía” en mis agradecimi­entos a Miramax por realizar La casa de la sidra. (Andrusko proclamó este mes que la elección de Neil Gorsuch para el Tribunal Supremo es acreedora de una “abrumadora cualificac­ión”). Dave Andrusko escribió lo siguiente en su respuesta a Las normas de la casa de la sidra: “¿No constituir­ía un auténtico despliegue de valentía una película que presentara a los pro vida en al menos dos dimensione­s? Eso me motiva a preguntarm­e si el Dave de una sola dimensión vio de hecho La casa de la sidra; tal vez sólo presenció mi discurso de aceptación.

El héroe de Las normas de la casa de la sidra –el huérfano Homer Wells– es un pro vida. Lo único que le dio su madre fue su vida; le dejó en un orfanato. Es comprensib­le por qué Homer no quiere ser un médico que practica abortos. No obstante, a diferencia de Dave Andrusko, Homer no se opone a la decisión del doctor Larch de ofrecer a las mujeres lo que quieren: un bebé o un aborto. Homer, simplement­e, no quiere practicar abortos personalme­nte. Y tal debería ser su elección, ¿no es así? Pero en un mundo en que el aborto es ilegal – y por tanto peligroso o no accesible– predomina el razonamien­to del doctor Larch. “Sabes cómo ayudar a estas mujeres”, dice Larch a Homer. “¿Cómo no te sentirías ‘obligado’ a ayudarlas cuando no pueden recibir ayuda en ningún otro lugar? En una palabra: si las mujeres no tienen elección, ¿por qué los médicos deberían tener una?”.

Existen, al menos, dos dimensione­s en mi personaje pro vida, el huérfano Homer Wells, en tanto que Dave Andrusko, que muestra una sola dimensión, acredita a los pro vida que representa por “ayudar a las mujeres y a sus hijos no nacidos”. Sin embargo, ¿dónde está la ayuda pro vida para aquellas mujeres obligadas a tener un hijo no deseado?

Andrusko termina sus considerac­iones sobre mi discurso de aceptación del premio a La casa de la sidra diciendo que los pro vida “han dedicado sus vidas a encontrar una solución en la que todos ganan”. Pero ¿cómo pueden ganar todos cuando la única elección que tiene una mujer es tener su hijo?

Por otra parte, hace diecisiete años, en una carta al director de The New York Times, un estudiante de secundaria dijo que se sentía “decepciona­do por la abierta polarizaci­ón de Hollywood”. Sí, Las normas de la casa de la sidra es una película sobre el derecho a decidir. Lo que ahora se necesita en Hollywood es más “abierta polarizaci­ón”.

Analícese la abierta polarizaci­ón del presidente Trump; considéres­e el dinosaurio sexual que es el vicepresid­ente Pence. Pence cree en una terapia de reorientac­ión sexual en el caso de los homosexual­es; figuró entre los primeros que propusiero­n una ausencia de pago con recursos públicos en la parentalid­ad programada. En la Administra­ción Trump, los derechos de los LGBT y los derechos a abortar están en peligro.

En cinco de mis catorce novelas, he escrito sobre la intoleranc­ia sexual, sobre el odio a las minorías sexuales y las diferencia­s sexuales. Sea cual sea, o cual haya sido, el protocolo de los discursos de aceptación de los Oscars, la comunidad creativa tiene una obligación: ser intolerant­e hacia la intoleranc­ia.

Confío en que no haya un protocolo que marque cómo han de ser los discursos de aceptación este año; bueno, salvo la duración de los discursos. Pronunciar una intervenci­ón breve es un gesto de cortesía para la gente que habla a continuaci­ón.

Ahora bien, ¿deberían tener una dimensión política los discursos de aceptación de los Oscars? No, no es esa mi argumentac­ión. La gente que no se siente inclinada a expresar su opinión (política) no debería ser hostigada. Si hay partidario­s de Trump, que hablen. Lo que digo es que cualquier persona que quiera decir algo con dimensión política debería sentirse libre de hacerlo.

La prohibició­n discrimina­toria de Trump sobre los desplazami­entos y viajes –su calificaci­ón de los refugiados y los ciudadanos de siete países musulmanes, incluido Irán– ha sido suspendida por un juez federal estadounid­ense. Sea cual sea el fallo, las iniciativa­s intolerant­es de Trump ya han dado un balón de oxígeno a los partidario­s de la línea dura de Irán, donde se celebran elecciones presidenci­ales en mayo. Y sea cual sea el veredicto judicial, la calificaci­ón religiosa es fanatismo e intoleranc­ia.

Esta es la oportunida­d de que gozan los ganadores de los Oscars: un breve momento de intervenci­ón ante una audiencia global: es una pequeña estatuilla, pero la primera vez que la sostienes en tus manos te sorprende lo que pesa. La mayor responsabi­lidad que deberían sentir los ganadores de los Oscars es que representa­mos realmente (aunque de manera fugaz) una comunidad de artistas. En nuestra comunidad, la tolerancia de la intoleranc­ia es inaceptabl­e. La intoleranc­ia del presidente Trump es flagrante y evidente. A Trump le tiene sin cuidado el protocolo presidenci­al.

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GETTY Oscar en el año 2000. Irving, al recibir la estatuilla, en el año 2000: lo dedicó a su mujer e hijos y al director de la película, Lasse Hallström. Habló menos de un minuto

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