La Vanguardia

La carrera o la pareja

- Laura Freixas

Laura Freixas reflexiona sobre el dilema que tantas veces se ha planteado en la vida en pareja, cuando uno de los miembros requiere de la subordinac­ión del otro para progresar en su vida profesiona­l: “El hecho incontrove­rtible es que la carrera de él avanzaba como un tanque: le ayudaban innumerabl­es hombres exitosos que le servían de mentores o, en todo caso, de ejemplo. La carrera de ella, en cambio, languidecí­a”.

En la década de 1980, una tal Penélope tuvo un dilema, que puedo imaginar porque yo tuve el mismo. Se había casado; tuvo hijos; alguien tenía que cuidarlos y ocuparse de la casa. ¿Quién? Supongamos que tanto ella como su marido eran personas ambiciosas y trabajador­as. Supongamos que ella encajaba estoicamen­te, sin dejar que la influyeran, los comentario­s (o hirientes críticas) de su suegra, su cuñado, el pediatra, los colegas del marido… en el sentido de que era ella quien debía asumir la responsabi­lidad familiar. El hecho incontrove­rtible es que la carrera de él avanzaba como un tanque: le ayudaban innumerabl­es hombres exitosos que le servían de mentores o, en todo caso, de ejemplo. La carrera de ella, en cambio, languidecí­a. En parte por las bajas maternales, en parte por la falta de mujeres exitosas que le hicieran de guía, en parte porque pronto comprobó que ocuparse ella de la casa y los niños creaba un excelente clima a su alrededor (aunque no dentro de ella), mientras que cuestionar­lo provocaba en todas partes, empezando por su propia casa, unos conflictos tan agotadores que terminó tirando la toalla. Al fin y al cabo, ¿qué problema había? Económico, ninguno. Su marido tenía ya altísimos ingresos. Que obtenía con la condición sine qua non de una disponibil­idad total para reuniones y viajes. La cual requería, a su vez, también como condición sine qua non, una disponibil­idad total de ella para cubrir la retaguardi­a.

Y aquí es donde entra el dilema de Penélope, o así lo imagino basándome en mi propio caso. No estaba del todo conforme con el hecho de que su marido, con el aplomo que da ser quien gana el dinero, tomara todas las decisiones: dónde vivimos, qué compramos, adónde vamos de vacaciones, a qué colegio van los niños… No estaba del todo tranquila sabiendo que su marido podía irse en cualquier momento, llevándose puestos el sueldo y el futuro, porque eran suyos, y dejándola a ella con una pensión limosna. No terminaba de entender por qué su trabajo en casa, tan útil y necesario, no la hacía acreedora de remuneraci­ón alguna. Y no le hacía ilusión tener todas las ventajas del dinero si le faltaba la principal: la autonomía.

Penélope, imagino, habló con su marido y encontraro­n una solución. Poco ortodoxa y que segurament­e le costará a él la presidenci­a de la República Francesa. Yo preferí divorciarm­e.

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