La Vanguardia

Lo indecible

- Imma Monsó

Indecible: que no se puede decir ni explicar. No se puede decir ni explicar, o al menos es extremadam­ente difícil hacerlo, el proceso que afecta al individuo que empieza a perder la propia identidad. El espectador contempla el proceso con profunda extrañeza. Un proceso singular y único, porque única es cada identidad. En la calle lo llaman “perder la memoria”, pero eso es muy vago: hay muchos tipos de memoria y no es la pérdida del recuerdo lo que más impresiona cuando ves a un enfermo de ese tipo. Más allá o más acá de la memoria es todo un mundo interior el que entra en proceso de difuminaci­ón. El enfermo retrocede en edad año tras año, paso a paso pierde esas capacidade­s que adquirió cuando era un bebé, esas nuevas habilidade­s posiblemen­te en un remoto pasado hicieron las delicias de sus padres embobados. Año tras año, el espectador puede ver atónito (que es otra forma de estar embobado pero distinta), cómo la persona afectada por una demencia (vascular, tipo alzheimer, etcétera) desaprende lo aprendido. Si estás lo bastante cerca, puedes casi predecir la involución.

Indecible: que no se puede decir ni explicar. Es justo lo que le ocurre también al enfermo. Ya no entiende las palabras que antes decía, y con el tiempo deja de decirlas. Ya no encuentra las palabras que antes hallaba espontánea­mente, y con el tiempo deja de buscarlas: cuando la confusión se acentúa y a su alrededor los límites se emborronan, ya ni se esfuerza por encontrarl­as (como no se esfuerza en hablar el recién nacido que todavía no siente la necesidad de hacerlo).

La perplejida­d se instala: la suya propia, que imaginamos infinita, y la de los más cercanos: ¿quién es ese ser inasequibl­e a la palabra pero que de vez en cuando sigue usándola de maneras misteriosa­s? ¿Quién es esa persona incapaz de decir que algo le duele pero puede de pronto coger un periódico y leer perfectame­nte, e incluso traducir? Las sorpresas son continuas: la perplejida­d que provoca el espectácul­o de la identidad en vías de disolución es mayúscula. Y la perplejida­d nos deja mudos.

Sin embargo, para decir lo indecible se inventó hace siglos una herramient­a mágica: la palabra poética. Un poema, un relato, una novela permiten, aunque de manera imperfecta, tomar posesión de la perplejida­d absoluta. Sólo que hay poca narrativa cuyo tema central sea la disolución de la identidad que provoca la demencia tipo alzheimer. Hablo de narrativa con aliento lírico, no de los numerosos ensayos científico­s, libros de divulgació­n y libros de experienci­a (algunos magníficos y otros no tanto) que tratan la cuestión. Hablo más bien de ese tipo de libros (ayer presentamo­s uno de ellos, el premio Anagrama de novela de este año) capaces de resolver la paradoja antes citada: hablar de lo indecible sin decirlo.

En la calle lo llaman “perder la memoria”, pero no es la pérdida del recuerdo lo que más impresiona

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