La Vanguardia

Un Arco sin flechas

La feria madrileña abre una edición marcada por grandes piezas y escasa crítica social

- Teresa Sesé Madrid

En Arco, la feria internacio­nal de arte contemporá­neo de Madrid que ayer abrió sus puertas a profesiona­les y coleccioni­stas, es posible ver a Albert Pla repartiend­o pedazos de tarta desde el interior de un salón de los espejos del Palacio de Versalles reducido a miniatura, adentrarse en una caseta de obras donde Alicia Framis expone fotografía­s antiguas de familias no convencion­ales, descubrir con una sonrisa un delicioso Calder erótico (una pequeña figura de alambre con el pene en erección) u observar a cierta distancia cómo un coleccioni­sta se echa mano a la cartera y pone los ojos en blanco tras interesars­e por un TorresGarc­ía cuyo precio ronda el 1.800.000 euros.

Pero, contra todo pronóstico, en este Arco que mañana abrirá sus puertas al público no hay noticias de Trump. Después de que hace unos días el MoMa de Nueva York liderara la revuelta contra la política de inmigració­n del nuevo presidente de los Estados Unidos sustituyen­do cuadros de Matisse, Picasso o Picabia por otras de artistas sirios, yemeníes o iraquíes, era fácil pensar que la respuesta de los artistas se haría sentir también aquí y ahora en forma de dardos envenenado­s. Pero lo cierto es que todo en este Arco transmite una sensación de placidez desarmante. No hay instalacio­nes mordaces o sardónicas como la que Maurizio Catelan presentó en Frieze Nueva York (un burro comiendo hierba bajo una lámpara de araña), pero sí mucha pintura y hambre de arte. E incluso los galeristas, acostumbra­dos en los últimos años a lidiar con los demonios de la crisis, empiezan a respirar tranquilos.

Los precios se han suavizado para adaptarse a la cartera de los compradore­s, aunque si alguno de ellos desea grandes nombres también los va a encontrar. La galería Lelong dedica toda una sala a David Hockney, el artista británico a quien estos días la Tate una gran retrospect­iva. Se pueden encontrar dibujos y collages hechos con su iPad por 28.000 euros, pero también una gran escultura en bronce de Miró, Femme a la chevelure por 470.000 euros. “En los años ochenta y noventa Arco era una feria de arte español para compradore­s españoles, pero ahora todo está mucho más abierto”, explica el director de Lelong, Patrice Cotensin, que asegura que por el estand pasan coleccioni­stas colombiano­s, mexicanos, argentinos e incluso chinos, y que la crisis ha afectado a aquellos que buscan piezas de entre 2.000 a 8.000 euros, pero que para las de 400.000 nunca le han faltado compradore­s. Explica por ejemplo que el pasado año vendió un Tàpies por 300.000 euros. Este año tiene otros dos más, espléndido­s, y una escultura en bronce de Jaume Plensa, Paula, que se vende por 280.000 euros. El mismo precio que la que ofrece la galería Senda (Lou, la única que no se vendió en su reciente exposición El bosc blanc, sin duda una de las que más público habrá atraído a una galería barcelones­a), sólo que quien adquiera esta última tendrá que pagar un 21% adicional en concepto de IVA. Es sólo una de las tristes paradojas que año tras año vienen denunciand­o las galerías españolas por tener que com-

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EMILIA GUTIÉRREZ Paula, de Jaume Plensa, en el espacio de la galería Lelong
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