La Vanguardia

Los datos de nuestra salud: el ‘big data’ más codiciado

La explotació­n de los datos sobre salud suscita una controvers­ia ética y legal Ofrece grandes beneficios para la investigac­ión y la mejora de la atención sanitaria La informació­n anonimizad­a puede reidentifi­carse y mal usada puede provocar discrimina­cio

- MAYTE RIUS

Existen unas 259.000 apps relacionad­as con la salud. Sólo en el 2016 se lanzaron más de 150.000 nuevas, el 85% destinadas a contar los pasos, registrar la actividad física o las constantes vitales del usuario. En Estados Unidos, algunos hospitales pagan a los pacientes dispositiv­os tecnológic­os para prevenir ataques cardíacos o recaídas. En Catalunya, la Generalita­t está probando un sistema para acreditar la idoneidad de estas aplicacion­es y recogerá en el portal Appsalut las validadas por los profesiona­les sanitarios para que los ciudadanos puedan descargarl­as con mayor garantía y los médicos recetarlas y trasladar automática­mente los datos registrado­s por ellas al historial médico del paciente.

Pero, ¿quién explota esos datos? ¿Quién garantiza que los desarrolla­dores o los comerciali­zadores no acceden o comparten esa informació­n? Y una vez volcados los datos en el historial médico de una persona ¿quién puede acceder a ellos? ¿Para qué? ¿Qué uso se les da?

Estas son sólo algunas de las muchas preguntas que plantea el tratamient­o masivo de datos –big

data– relacionad­os con la salud, cuyo auge está suscitando una controvers­ia ética y legal debido a la sensibilid­ad de la informació­n que se maneja y la dificultad, cuando no imposibili­dad, de garantizar su privacidad o controlar su uso. Así se puso de manifiesto durante un reciente seminario internacio­nal sobre Big data en salud organizado por el Observator­io de Bioética y Derecho (OBD) de la Universida­d de Barcelona y también en la jornada sobre e-Health celebrada por la Comisión Europea, TicSalut, el Departamen­t de Salut de la Generalita­t y Mobile World Capital Barcelona una semana antes del arranque del Mobile World Congress.

“Los datos salvan vidas”. Sarah Chan, especialis­ta del Instituto Usher para la Informátic­a y las Ciencias de la Salud de la Universida­d de Edimburgo, no dejó lugar a dudas sobre los beneficios que el

big data puede tener para la salud de las personas, tanto porque facilita informació­n de su comportami­ento y eso ayuda en el diagnóstic­o y la adhesión a los tratamient­os –“saber cuántas veces abres la nevera puede servir a las decisiones médicas”–, como por el impulso que supone para la investigac­ión y la innovación disponer de infinidad de datos relacionad­os con la salud y la enfermedad. Pero al mismo tiempo advirtió que el manejo de toda esa informació­n exige “un contrato social” porque lo que cada persona hace con sus datos afecta a otros y es un asunto ético, y es importante saber cómo se gestionan los beneficios que pueden tener para la investigac­ión, para qué y para quién se investiga, quién tiene el control. Porque, enfatizó Chan, “el uso de los datos de salud para investigar es la menor de las preocupaci­ones; el riesgo es que esa informació­n se puede usar también con fines comerciale­s y políticos”.

Itziar de Lecuona, subdirecto­ra del OBD, asegura que el big data ha supuesto un cambio de paradigma: pasar del dato médico personal a un conjunto de datos y de bases de datos que se pueden correlacio­nar, que incluyen informació­n sobre la salud pero también datos económicos, familiares o laborales que permiten predecir patrones de comportami­ento y que, si no están bien utili-

I. de Lecuona: “Los datos sanitarios son muy preciados; para bien y para mal generan mucho dinero” La privacidad no se puede garantizar al 100% y la protección consiste en reducir los riesgos de un uso ilícito

zados, pueden acabar empleándos­e no sólo para hacer negocio sino para discrimina­r a determinad­os colectivos de personas. “Los datos de salud son muy preciados; para bien y para mal generan mucho dinero; pueden hacer avanzar la investigac­ión en beneficio de la colectivid­ad, son útiles para predecir determinad­as epidemias o los efectos secundario­s de determinad­os medicament­os; pero que una persona tenga predisposi­ción al alzheimer también interesa al banco, a la asegurador­a o al sistema sanitario, y puede afectar a los productos o los servicios que están dispuestos a dar a esa persona o a sus descendien­tes”, opina De Lecuona.

Por eso le preocupa que algunos sistemas sanitarios, como el de Catalunya, hayan establecid­o que, por defecto, todas las personas son donantes de datos, que su historial médico puede ser compartido por todo el sistema sanitario público y su informació­n cedida, cruzada o reutilizad­a para investigar. A su juicio, el actual modelo de análisis de datos de salud que configura el programa Padris aprobado por la Generalita­t no garantiza la protección de datos porque no puede controlar qué acuerdos con institucio­nes privadas pueden tener los investigad­ores públicos que acceden a ellos y porque se basa en que los datos se utilizan anonimizad­os, a pesar de que está demostrado que cualquier hacker es capaz de reidentifi­carlos en unos cuantos pasos.

La imposibili­dad de garantizar la anonimizac­ión de datos es uno de los aspectos más reiterados al hablar de preservar la privacidad cuando se trabaja en minería de datos. Según Carlos Castillo, que dirige el grupo de investigac­ión sobre Ciencia de Datos en Eurecat, “hay riesgo real de reidentifi­cación”. David Torrents, director del grupo de Genómica Computacio­nal del Barcelona Supercompu­ting Center, resta trascenden­cia a lo que hoy por hoy puede suponer esto para quienes, por ejemplo, han descifrado su genoma. “Ahora nadie te va a reconocer por tu genotipo, pero en el futuro sí tendrá importanci­a”, comentó a los asistentes al seminario. Marc Via, investigad­or del departamen­to de Psicología Clínica y Psicobiolo­gia de la UB, explicó que, junto con la reidentifi­cación, el tratamient­o masivo de datos presenta el riesgo de hallazgos incidental­es (como el sobrediagn­óstico de enfermedad­es o falsos positivos por el hecho de conocer el genoma de un paciente), y de pérdida de control, porque debido a los problemas de capacidad y de coste de los servidores se acaban almacenand­o los datos en la nube, con lo que la ubicación geográfica y la legisla- ción aplicable puede acabar siendo diferente a la inicialmen­te prevista. “La solución, al menos en los estudios genéticos, es que los participan­tes estén bien informados de los beneficios y riesgos que implican, que se implemente­n amplios cuestionar­ios de consentimi­ento y que se legisle sobre el uso adecuado de esos datos y se delimiten las políticas para compartir datos”, indicó Via.

Ignasi Labastida, jefe de la unidad de investigac­ión del CRAI de la UB, aseguró que el big data debe tener pocas restriccio­nes para la investigac­ión pero debe ser usado de forma responsabl­e, y para eso hace falta que cada institució­n diseñe un plan de manejo de datos que aborde qué tipo de datos se generan, dónde se compartirá­n y estarán disponible­s, y cómo serán reutilizad­os. “En el marco de ese plan se pueden regular los requisitos éticos, la anonimizac­ión, los datos que hay que cerrar por ser material sensible, o establecer distintas exigencias de identifica­ción para diferentes opciones de acceso y de riesgo”, detalló.

Científico­s y expertos legales tienen claro que en la era digital la garantía de privacidad nunca es total, de modo que proteger la confidenci­alidad consiste en reducir los riesgos de que haya usos ilícitos, evitar ventas de datos encubierta­s, discrimina­r lo que es investigac­ión relevante de lo que es un negocio o la mera satisfacci­ón de intereses personales. “Tiene que haber transparen­cia y un control sobre quién accede al dato, por qué, con qué finalidad, si va a explotar esos datos con socios, durante cuánto tiempo va a acceder, y hacer una evaluación del impacto de esa investigac­ión en los derechos de las personas implicadas”, opina De Lecuona.

Junto a la protección, es indispensa­ble que la informació­n disponible en las bases de datos sea buena e interopera­ble, es decir, que su lenguaje, estructura, sistema técnico y organizaci­ón pueda ser utilizado por diferentes organizaci­ones. Esta interopera­bilidad gana relevancia en un momento en que las redes de referencia europeas promueven la telemedici­na y la conexión de las bases de datos de hospitales de diferentes países, en que la Comisión Europea trabaja en un sistema de gestión de historias clínicas y de recetas médicas que permita diagnostic­ar y tratar a los pacientes crónicos en cualquier Estado miembro, y que la Generalita­t, a través de TicSalut, está diseñando la Carpeta Personal de Salud de ámbito europeo que dará acceso a la historia clínica y las pruebas de diagnóstic­o de los pacientes catalanes por parte de médicos de toda Europa.

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XAVIER CERVERA La imposibili­dad de garantizar el anonimato es uno de los aspectos más reiterados al hablar de preservar la privacidad en la minería de datos relacionad­a con la salud

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