Refugiados, otra mirada
No son frecuentes en Europa posiciones como la de la Generalitat y la de ayuntamientos como el de Barcelona, reclamando la acogida de más refugiados. Parece un comportamiento ético excelente, pero al mismo tiempo presenta dudas razonables sobre su credibilidad.
Si hay tanta ansia por ayudar a los que lo han perdido todo, como lo hace la democristiana Angela Merkel, podrían empezar por decir de dónde saldría el dinero para ayudarles una vez pasados los 18 meses de subvención estatal y hasta alcanzar los cinco años de estancia, a partir de los cuales ya pueden recibir ayudas sociales como todos.
Pero además, para ser creíbles deben demostrar más capacidad para ayudar a nuestros “refugiados internos”, como la gente obligada a vivir en la calle, los jóvenes inmigrantes, que lo tendrían muy difícil sin la solidaridad de la sociedad y la Iglesia, y el crecimiento escandaloso del barraquismo en Barcelona, a pesar de las promesas del Ayuntamiento. Una realidad esta, relacionada con el problema de los costes de la vivienda y los pocos recursos públicos disponibles para paliar la necesidad de un hogar. Es poco creíble pedir más refugiados cuando son tan escasas las ayudas para la reinserción, la pobreza infantil, los parados de larga duración y las familias. ¿Cómo soportaría la saturada sanidad pública la inyección de unos miles de personas con muchas necesidades? Y el sistema escolar, que produce abundancia de ninis, y abandonos prematuros de los estudios, ¿cómo lo haría?
Hay que acoger, pero haciéndolo bien para evitar que la buena voluntad acabe transformándose en un mal, porque una acción cara a la galería de nuestros gobernantes facilitaría la berrea del agravio comparativo, y de la pérdida de identidad. Es digno de reflexión que la mayoría de la población europea de diez países encuestados (Royal Institute of International Affaires) rechaza, en todas las franjas de edad y estudios, más recién llegados de países musulmanes (55%, contra el 20% que lo acepta, y 25% que no se pronuncian). En el caso de España la diferencia es menor (41% a 32%) pero importante. Sin cifras a las que acudir, la especificidad catalana permite creer que la diferencia es aún más pequeña, pero señalando una gran oposición.
Como pueblo damos la bienvenida a quien lo necesite, pero como gobernantes haced el favor de ordenar la casa de una vez antes de exhibiros sin medida.