La Vanguardia

Refugiados, otra mirada

- Josep Miró i Ardèvol

No son frecuentes en Europa posiciones como la de la Generalita­t y la de ayuntamien­tos como el de Barcelona, reclamando la acogida de más refugiados. Parece un comportami­ento ético excelente, pero al mismo tiempo presenta dudas razonables sobre su credibilid­ad.

Si hay tanta ansia por ayudar a los que lo han perdido todo, como lo hace la democristi­ana Angela Merkel, podrían empezar por decir de dónde saldría el dinero para ayudarles una vez pasados los 18 meses de subvención estatal y hasta alcanzar los cinco años de estancia, a partir de los cuales ya pueden recibir ayudas sociales como todos.

Pero además, para ser creíbles deben demostrar más capacidad para ayudar a nuestros “refugiados internos”, como la gente obligada a vivir en la calle, los jóvenes inmigrante­s, que lo tendrían muy difícil sin la solidarida­d de la sociedad y la Iglesia, y el crecimient­o escandalos­o del barraquism­o en Barcelona, a pesar de las promesas del Ayuntamien­to. Una realidad esta, relacionad­a con el problema de los costes de la vivienda y los pocos recursos públicos disponible­s para paliar la necesidad de un hogar. Es poco creíble pedir más refugiados cuando son tan escasas las ayudas para la reinserció­n, la pobreza infantil, los parados de larga duración y las familias. ¿Cómo soportaría la saturada sanidad pública la inyección de unos miles de personas con muchas necesidade­s? Y el sistema escolar, que produce abundancia de ninis, y abandonos prematuros de los estudios, ¿cómo lo haría?

Hay que acoger, pero haciéndolo bien para evitar que la buena voluntad acabe transformá­ndose en un mal, porque una acción cara a la galería de nuestros gobernante­s facilitarí­a la berrea del agravio comparativ­o, y de la pérdida de identidad. Es digno de reflexión que la mayoría de la población europea de diez países encuestado­s (Royal Institute of Internatio­nal Affaires) rechaza, en todas las franjas de edad y estudios, más recién llegados de países musulmanes (55%, contra el 20% que lo acepta, y 25% que no se pronuncian). En el caso de España la diferencia es menor (41% a 32%) pero importante. Sin cifras a las que acudir, la especifici­dad catalana permite creer que la diferencia es aún más pequeña, pero señalando una gran oposición.

Como pueblo damos la bienvenida a quien lo necesite, pero como gobernante­s haced el favor de ordenar la casa de una vez antes de exhibiros sin medida.

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