La Vanguardia

Más ‘homo’ que ‘sapiens’

- Ferran Requejo F. REQUEJO, catedrátic­o de Ciencia Política de la Universita­t Pompeu Fabra

Resulta un recurso retórico habitual decir que las sociedades actuales son muy complejas y que están abarrotada­s de fenómenos que se influyen mutuamente. Sin embargo, los análisis que ofrecen los especialis­tas, ya sean de cariz explicativ­o o prescripti­vo, no acostumbra­n a moverse de una disciplina concreta (ciencia política, economía, sociología, antropolog­ía, etcétera). Uno de los peligros epistemoló­gicos de las ciencias sociales y las humanidade­s es la tendencia a no moverse de los conceptos y referencia­s de la propia disciplina, o incluso de una teoría concreta dentro de una disciplina.

En el ámbito de la economía, John Stuart Mill captó bien esta limitación cuando decía que nadie puede ser un buen economista si es simplement­e un economista. El mismo Adam Smith ya era consciente de la multiplici­dad de motivacion­es en el comportami­ento de los humanos, más allá del autointeré­s. Su Teoría de los sentimient­os morales está habitualme­nte ausente en los estudios de economía. Mucho más recienteme­nte, Robert Skidelsky, en un magnífico artículo publicado hace unas semanas a La Vanguardia –“Los economista­s contra la economía”–, denunciaba la falta de formación integral en ciencias sociales que reciben habitualme­nte a los estudiante­s de las facultades de Economía.

Esta visión crítica es extrapolab­le a otras disciplina­s. Para ser un buen politólogo, por ejemplo, además de ciencia política hay que saber historia, filosofía, y tener conocimien­tos sobre la evolución de la vida y neurocienc­ias... o entender bien qué es lo que nos dicen sobre el poder político autores como Sófocles, Eurípides o, sobre todo, Shakespear­e.

Los cerebros humanos son un producto de la evolución. Hoy sabemos la importanci­a que juegan las emociones en el comportami­ento humano, y que la moralidad (reciprocid­ad, empatía, compasión, autointeré­s) es muy anterior a la aparición de la humanidad. Tenemos cerebros con componente­s compartido­s con los reptiles, mamíferos y primates.

Paradójica­mente, cuando decimos que alguna persona es “muy humana” queremos destacar, precisamen­te, toda una serie de caracterís­ticas que compartimo­s con los animales no humanos. En cambio, cuando calificamo­s de inhumano un comportami­ento cruel y extremamen­te violento nos equivocamo­s, ya que a menudo se trata precisamen­te de un comportami­ento muy humano.

Normalment­e se reconoce que los humanos somos unos animales más, pero en algunas disciplina­s sigue incentiván­dose una noción de cultura muy pobre y sesgada. La combinació­n de ignorancia y arrogancia no es patrimonio exclusivo de los dogmatismo­s religiosos o políticos, sino que, en una versión diferente, también está presente en las universida­des. Los lletraferi­ts lo son desde que hay letras. Un tiempo muy escaso en términos humanos y todavía más en términos evolutivos. Cuando las ciencias sociales y las humanidade­s reflexiona­n haría falta que supieran (más) ciencias naturales. Y probableme­nte viceversa.

Creo que la historia de la evolución de la vida y nociones de las neurocienc­ias tendrían que estar presente en todas las carreras de ciencias sociales y de humanidade­s. Entender qué somos pasa también por saber de dónde venimos.

Resulta difícil captar qué somos hoy los humanos sin como mínimo vislumbrar nuestro pasado evolutivo. La primatolog­ía, por ejemplo, da algunas claves imprescind­ibles de nuestro comportami­ento moral y político en ámbitos como el poder, el sexo y la violencia.

Los grandes politólogo­s y economista­s clásicos, como Berlin o Keynes, sabían muchas más cosas que ciencia política o economía. Ninguno de los dos rehuyó nunca pensar y entender bien las tensiones que se dan entre valores, todos ellos deseables, como la libertad, la igualdad y la identidad (Berlin), o entre la libertad, la eficiencia económica y la justicia social (Keynes). Estos objetivos resultan convenient­es, pero comportan contradicc­iones mutuas, no son armónicos. Y para pensar y entender bien estas contradicc­iones hay que saber diferentes disciplina­s o como mínimo estar situados sobre sus conocimien­tos básicos.

Las ciencias sociales y las humanidade­s nunca hacen lo que quieren, sino lo que pueden. Resulta convenient­e incentivar una cierta modestia intelectua­l, un cierto escepticis­mo respecto de nosotros mismos y respecto de nuestras teorías. Tenemos poca capacidad de prever incertidum­bres, de calcular “riesgos racionales” o de establecer las consecuenc­ias de los hechos políticos y sociales. Las ciencias sociales no son muy buenas en el momento de hacer prediccion­es, pero pueden ser menos incompleta­s en el momento de describir y explicar la realidad.

La disciplina­riedad mantiene relaciones ambivalent­es con el conocimien­to. La especializ­ación, además de inevitable, es convenient­e, pero las cuestiones humanas y sociales requieren varias perspectiv­as para obtener respuestas intelectua­lmente relevantes.

Hacer mejor investigac­ión nos obliga a ser consciente­s de las limitacion­es de las gafas intelectua­les con las que habitualme­nte analizamos el mundo. Y siempre hay “que “revisar”, es decir, volver a mirar nuestras concepcion­es. E ir a menudo al oculista.

Tenemos poca capacidad de calcular “riesgos racionales” o las consecuenc­ias de los hechos políticos Resulta difícil saber qué somos hoy los humanos sin como mínimo vislumbrar nuestro pasado evolutivo

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