La Vanguardia

Ceceo, ecolalia y Fiscalía

- Màrius Serra

Sergi Belbel vuelve a la sala Gran del TNC con un nuevo montaje de La senyora Florentina i el seu

amor Homer, de Mercè Rodoreda. Una obra notable encabezada por una espléndida Mercè Sampietro y con la joven Elisabet Casanovas que se revela excelente en el detonante papel de la criada ceceante, Zerafina. En la escritura narrativa de Rodoreda son frecuentes los personajes que se nos presentan sin la muleta de un narrador, en una especie de monólogos que tienden a transforma­r al lector en espectador. La criada Zerafina nos traslada de la butaca de lectura donde degustamos el volumen de La meva Cristina i altres contes a la butaca del teatro. Una de las caracterís­ticas que Rodoreda infunde al personaje es el del ceceo. Tal vez hoy la criticaría­n en nombre de un rancio concepto de la corrección, pero es una más de las singularid­ades que transforma­n a la criada en la válvula de ventilació­n de unas vidas ancladas en la inopia. Nada que ver con el burdo tartamudeo del Je-Je-Jeremies de los Pastorets .La joven Elizabet Cazanovaz (Tània en Merlí) borda lo del ceceo. Consigue esquivar el empacho y lo integra en una personalid­ad arrebatado­ra. En la historia del teatro es frecuente el uso de tics verbales para caracteriz­ar personajes que insuflan comicidad. Uno de los ejemplos más ilustres es la divertida Mrs Malaprop, nacida de la pluma del dramaturgo británico Richard Sheridan en The rivals (1774), que encadenaba lapsus linguae (decía epitafios cuando quería decir epítetos, exhortar por escoltar, cosas así...). Sheridan la bautizó así porque en inglés el adverbio malapropos (del francés mal à propos) circulaba, desde la época de Byron, para designar coses inapropiad­as.

Los malapropis­mos y otros lapsus, más allá de su posible interpreta­ción freudiana, son material constituti­vo de muchos personajes de ficción. Pero hay muchos tipos de afecciones lingüístic­as. De entre las múltiples variantes que permiten singulariz­ar el idiolecto de un personaje destacan la alolalia y la ecolalia. La primera nos puede pasar a todos (“pásame la cal”, en la mesa, al pedir la sal), pero hay gente que sustituye palabras con mucha frecuencia, normalment­e exportando una que correspond­e a un referente inmediato. La segunda es más cargante. La ecolalia consiste en la repetición automática de la última palabra (o sintagma) que acaba de pronunciar su interlocut­or, como si quisiera completar la frase, pero llegase tarde. Es una afección fascinante, porque en principio parece positiva, como de refuerzo a la idea expresada, pero pronto provoca tensiones y al final resulta tan insufrible como las palabras del Ejecutivo español que repite la Fiscalía, un ejemplo de dependenci­a ecolálica tan evidente como patológica.

Elizabet Cazanovaz se revela excelente en el detonante papel de Zerafina, la criada que cecea de Rodoreda

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